En uno de esos días ejerciendo del hombre del Polo Norte visité a una familia en particular. Al llegar a la casa estaban celebrando una especie de fiesta navideña familiar. Todos estaban disfrazados. Di la sorpresa a un gracioso grupo de niños que lucían divertidos disfraces como muñeco de nieve, reno, copo de nieve, etc. Después de toda la farsa, me invitaron a quedarme entre ellos. Beber algo, comer galletas, etc. Dada la insistencia de los pequeños niños no tuve más remedio que obsequiarle con la presencia de Santa Claus un rato más.
Tanta bebida navideña pasó factura y pregunté por el baño. Uno en el piso de abajo y otro en el piso de arriba. Busqué el baño de abajo pero estaba ocupado y mi vejiga no me permitía esperar, así que subí las escaleras en busca del servicio de la planta superior. Fue fácil encontrarlo dado que todo el mundo estaba abajo. Después de aliviarme, me desabroché el disfraz y me refresqué un poco. Me lo volví a poner como tocaba y salí del baño.
En la puerta me encontré de bruces con una jovencita de pelo castaño ondulado que chupaba una de esas piruletas típicas de navidad. Llevaba puesto un disfraz extremadamente sexy de elfina, el personaje famoso por ser ayudante de Santa Claus. Un disfraz con muy poca tela.
- ¡Hola Santa! – Exclamó antes de presentarse como Sonia, la prima de uno de los niños.
- ¡Ho, ho, ho! – Respondí metiéndome en el papel.
- Santa, ¿crees que soy muy mayor para pedirte lo que quiero por Navidad?
- Nunca sé es demasiado mayor para el espíritu navideño.