Todos los relatos que aparecen en este blog han sido escritos por mí. Ninguno ha sido copiado de ninguna otra web de relatos y se ruega que, del mismo modo, tampoco sean copiados (excepto consentimiento expreso). Gracias.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Eróticos secretos del servicio



Con un caro bolso colgando de un brazo y un largo y fino cigarro en la mano, la señora caminaba por la casa camino a la salida. La sirvienta le pisaba los talones, cargando sus bolsas. Salieron al porche, donde el mayordomo estaba metiendo unas maletas en el maletero del inmenso coche aparcado en la entrada. La sirvienta dejó las bolsas junto a la maleta que quedaba por cargar.
 - Ya está todo. - Dijo la señora.
"Menos mal..." pensaron al mismo tiempo la sirvienta y el mayordomo.
 - Pues vámonos. - Contestó su marido, que esperaba apoyado en el costado del coche.
 El marido entró al coche por las puertas de detrás. Delante iba el chófer.
 - Solo nos vamos el fin de semana, pero no descuidéis vuestras tareas. Decidle a la limpiadora que quiero la casa perfectamente limpia a nuestra vuelta. Y a la cocinera que tenga preparada la cena para el domingo, probablemente lleguemos algo tarde.
 - Sí, señora. - Contestó el mayordomo.
 - Muy bien. Adiós. - Se despidió la señora, para luego subirse al coche.
La sirvienta y el mayordomo respiraron hondo mientras veían el coche alejarse por la calle, cada vez más lejos de aquella mansión en la mitad de la nada. Luego entraron juntos en la casa. En la cocina se reunieron con la cocinera, el jardinero y la limpiadora.
 - Ya se han ido. - Anunciaron.
Los cinco se quedaron en silencio, mirándose los unos a los otros, con el corazón a mil por hora.

Minutos después apareció el guardia de seguridad de la casa. Con una sonrisa de oreja a oreja les dijo lo que tanto estaban esperando oír.
 - ¡Cámaras desconectadas! ¡La casa es toda nuestra!
Se abalanzaron entre ellos, besándose con pasión unos a otros. Hacía mucho tiempo que no tenían la casa para ellos y había mucha tensión sexual por liberarse. El jardinero disfrutaba de los deliciosos labios de la limpiadora, que además había colado la mano por dentro de su pantalón y acariciaba su miembro sutilmente, haciéndolo crecer poco a poco. El guardia de seguridad y la sirvienta se estaban comiendo a besos como si fuera su último día juntos. Sus manos agarraban las partes del cuerpo del otro con fuerza, lejos de la sutileza con la que el jardinero y la limpiadora se acariciaban. Pero quienes se llevaron la palma fueron el mayordomo y la cocinera. Tras unos besos rápidos, casi protocolarios, habían dado rienda suelta a sus deseos. El mayordomo había encaramado a la cocinera contra la dura encimera y le había levantado la parte de abajo del blanco uniforme hasta la cadera. Ella, lejos de amedrentarse, separó las piernas para facilitar el acceso. Él apartó sus braguitas a un lado y, sin más dilación, la penetró profundamente. El gemido de placer de la cocinera retumbó en toda la casa. Los otros cuatro se habían girado y observaban excitados al mayordomo follándose a la cocinera contra la encimera sin vergüenza ninguna.

martes, 17 de noviembre de 2020

Amigos en confianza

 

La noche comenzó cuando llegamos mi novia y yo a la nueva casa de nuestros amigos. Nos abrieron la puerta con una amplia sonrisa, encantados de que hubiéramos ido a visitarles.
 - ¡Qué grande! - Exclamó Marina, mi novia, cuando pasamos al salón. - ¡Me encanta!
Era cierto que la casa en general y el salón en particular eran muy grandes.
 - Venga, os hacemos un tour rápido. - Ofreció mi amigo Daniel.
Marina y yo seguimos a Daniel y a su novia Raquel por la casa. El salón-comedor era muy moderno y estaba decorado con gusto. La cocina era muy amplía y completamente equipada. La habitación principal era preciosa y con una cama gigante.
 - La cama está genial. Y tiene buenos muelles, ya lo hemos comprobado. - Bromeó Daniel.
Reímos y continuamos por el pasillo hasta un baño limpio y arreglado. Además de plato de ducha, tenía también una bañera de buenas dimensiones.
 - Buena bañera. También lo hemos comprado, jajajaja. - Bromeó esta vez su novia Raquel.
 - No perdéis el tiempo, eh. - Dijo Marina.
 - Casa nueva... Hay que probarla, jajaja.
Tras echar un ojo a la habitación de invitados y al estudio, acabamos la visita asomándonos a la terraza.
 - Teníais razón. Bonitas vistas. - Reconocí yo.
 - En cuanto haga buen tiempo venís otra vez y comemos en la terraza al solecito. - Propuso Raquel.
 - ¡Vale! Qué guay. - A Marina le gustó la idea.
 - ¡El partido, tío! Que empieza ya. - Exclamó de repente Dani.
Dani me había invitado a su casa nueva para que viéramos el partido juntos, y fue una buena excusa para además visitar su casa nueva.

Marina y yo nos sentamos en uno de los cómodos sofás del salón. Dani y Raquel trajeron cervezas de la nevera y se sentaron en el otro. Vimos la primera parte del partido entre cervezas. Al llegar el descanso aprovechamos para pedir unas pizzas de cena. Así además no manchábamos la cocina.
 - ¿Fumáis? - Preguntó Raquel.
 - No. - Contesté.
 - Yo sí. - Contestó mi novia.
 - ¿Salimos?
Raquel y Marina salieron a fumar a la terraza. Yo las seguí con la mirada. Luego miré una vez más la gran casa que tenía a mi alrededor.
 - Está muy bien... - Comenté.
 - ¿La casa o Raquel? - Me soltó Dani.
 - La casa, hombre.
 - Ya, ya... He visto cómo la miras.
 - ¿Qué dices? Pero si ya nos conocíamos.
 - Y ya la mirabas antes, jajaja. ¡Que no pasa nada, Juan! Si es que está buena la cabrona.
 - La verdad es que sí que está buena, sí...
 - Y no veas el vicio que tiene. Siempre quiere caña.
 - Jajaja. Pues aprovecha, aprovecha.
 - Tú tampoco estás para quejarte, eh. Marina es un bomboncito.
 - Lo sé.
 - ¿Sigue haciéndote eso que me contaste?
 - Uf, tío. Es increíble...

Fuera, en la terraza, Marina y Raquel tenían su propia conversación.
 - Todas las mañanas, Marina. Todas. Se mete en la ducha cuando me estoy duchando y me da el desayuno, jajaja.
 - ¿Y la bañera?
 - La bañera es para cuando estamos románticos y nos apetece algo suave. La ducha es para darnos caña entre las mamparas. Es lo mejor para empezar el día con energía. Hazme caso, jajaja.
 - Nosotros somos más de por la noche, para liberar todo el estrés del día antes de dormir.
 - Eso también está bien.
 - Puedo saber cómo le ha ido el día a Juan solo por cómo me folla, jajajaja. Los días que tiene mucho estrés en el trabajo ni espera a la noche. Cuando llega a casa, donde me pille me empotra.
 - Esos momentos impulsivos son los mejor.

jueves, 3 de septiembre de 2020

Un viejo amigo



Sasha estudiaba tranquilamente en su habitación cuando unos repentinos golpes en la puerta la sobresaltaron.
 - ¡A cenar! - Gritó su madre desde fuera.
Sasha cerró el libro y bajó la tapa de su ordenador portátil. Estiró brazos y piernas, algo entumecidos al llevar unas horas sin estirarse del todo. Otro grito de su madre le taladró la cabeza.
 - ¡No tardes! ¡Recuerda que tenemos visita!
Entonces Sasha se acordó. Aquel fin de semana tendrían de visita en casa a un amigo de su padre. Una traviesa sonrisa se dibujó en su cara. A Sasha le encantaba provocar a los amigos de su padre cuando estaban de visita. Le encantaba sentir que esos hombres hechos y derechos se morían por meterse en la cama con ella. Le excitaba mucho esa sensación. Como era casi verano y ya hacía bastante calor, Sasha estaba estudiando en bragas y con una camiseta suelta, sin sujetador, así que se puso un diminuto pantalón de deporte y salió de su habitación camino el comedor.

Sasha se encontró con el invitado en el comedor y le reconoció. Tenía un recuerdo lejano, pero se acordaba de él, aunque ahora estaba significantemente más mayor.
 - ¿Te acuerdas de Jose? - Preguntó su padre.
 - ¡Sí! Hola Jose. - Saludó Sasha con voz de niña buena.
 - Hola Sasha, ¿qué tal?
Se saludaron con dos besos y Sasha le pegó los pechos al cuerpo a propósito mientras lo hacía. Notó que a Jose se le aceleraba la respiración y no pudo evitar sonreír.
 - Muy bien. - Contestó Sasha con una sonrisa.
 - Jose va a pasar el fin de semana con nosotros en casa. Sé que tienes que estudiar, así que haremos lo posible por no molestarte. - Explicó su padre.
El amigo de su padre era un señor bastante mayor, tendría unos 70 años. El pelo de su cabeza era escaso y canoso, al igual que su descuidada barba de tres días. Sus ojos oscuros y cansados se escondían detrás de unas gafas viejas. El hombre miraba a Sasha de arriba a abajo sin disimulo alguno.
 - Vaya, no te veía desde que eras una niña. - Dijo Jose sorprendido. - Estás muy... mayor.
Sasha sabía perfectamente lo que estaba pensando Jose, pero se limitó a sonreírle.

La cena fue muy divertida para Sasha, ya que se dedicó a provocar sutilmente al amigo de su padre, como bien le gustaba a ella. Su padre no paraba de hablar, su madre intervenía de vez en cuando y Sasha guardaba silencio, dedicándose a su juego de miradas, poses y gestos insinuantes. Solo decía algo cuando le preguntaban directamente. No tardó en darse cuenta de que al invitado se le iba la mirada a su camiseta cada dos por tres, donde se le marcaban los pezones al no llevar sujetador. Lejos de molestarle, Sasha se divertía marcándolos a propósito y observando la cara del hombre cada vez que sus ojos pasaban por ahí. Siempre con el disimulo necesario para que no pareciera que lo hiciera a propósito y con cuidado de que ni su padre ni su madre le pillaran. Incluso se ofreció a recoger los platos y servir los cafés solo por menear su culito delante de aquel hombre. Cuando estaba de espaldas a él podía sentir la mirada del hombre clavándose en su culo. Ella sabía que en ese momento se estaría imaginando lo que sería follárselo. Todos los amigos de su padre se la habían follado con la mirada cuando habían estado de visita. Sasha se sentía muy zorra por calentarles, eso la excitaba. Se imaginaba a esos hombres yéndose a casa cachondos y pajeándose pensando en ella. Pensando en la inocente, dulce y sexy hija de su amigo.

domingo, 7 de junio de 2020

El conde



El lujoso Cadillac Escalade se detuvo frente a la casa. Se abrió una de las puertas de atrás y aparecieron unas largas piernas brillando al sol. Salió del coche una preciosa mujer, que se quedó unos segundos absorta ante la magnificencia de la gigantesca mansión que se presentaba ante ella. La mansión del conde James Hopkins, el motivo de su visita. El conde Hopkins era un filántropo famoso entre la alta sociedad. Aparentemente bondadoso y generoso, pero sobre el que corrían múltiples rumores de todo tipo. Él era el protagonista de la investigación que estaba llevando ella, la periodista Amy Burton. Al oír esos curiosos rumores, se había propuesto esclarecer la verdad sobre el conde y sus negocios. Tras haberse cruzado algunas palabras infructuosas durante algún acto, Amy había decidido ir más allá. La única forma de conocer sus entresijos a fondo sería convivir con él durante unos días. Sorprendentemente, el conde había aceptado su propuesta sin dudar.

Caminó con paso decidido hasta la puerta de madera empujando la maleta que llevaba consigo y llamó al timbre. La puerta se abrió.
 - Buenas tardes. - Saludó una mujer al otro lado del umbral.
 - Buenas tardes. - Contestó Amy.
 - El señor Hopkins le está esperando.
Se apartó para cederle el paso y Amy se adentró en la casa. Tras cerrar la puerta, la mujer cogió su maleta y la guio hasta el salón. Allí le esperaba el conde.
 - Un placer volver a verla, señorita Burton.
 - Puede llamarme Amy.
 - Y usted puede llamarme James. Bienvenida al que será su hogar durante unos días. Espero que lo encuentre agradable. Llevaremos su maleta a su habitación.
Hizo un gesto y la mujer que llevaba su maleta se fue.

El conde vestía elegantemente, acorde a su personaje. Zapatos de piel, pantalones largos y negros de buena tela, y camisa blanca impoluta. Amy lo analizó con la mirada, como había hecho cada vez que se lo había encontrado. Era un hombre maduro, pero atractivo. Su pelo corto y negro mostraba algunas canas. Sus gafas de finas patillas le daban un aire intelectual. Tenía siempre un aire de seguridad en sí mismo que impregnaba todos sus actos. James Hopkins también analizó a su nueva inquilina de arriba a abajo. Amy caminaba sobre zapatos de tacón, luciendo una falda bien ajustada a su cuerpo y que llegaba a la altura de las rodillas. Llevaba una blusa blanca con los botones superiores desabrochados. Su pelo rubio casi platino recogido en un moño, con unos mechones juguetones cayéndole por las sienes. Siempre con ella, su bolso negro donde guardaba su material de periodismo.

jueves, 23 de abril de 2020

Microrrelato: Cuarentena


Miré el reloj. Quedaban cinco minutos para las once de la noche. Fui a mi habitación, abrí las cortinas y me senté en el borde de la cama. Esperé hasta la hora exacta. Impaciente. Nervioso. Cuando se hicieron las once en punto, ella apareció.
En el edificio de enfrente. Se abrieron las cortinas y allí estaba ella. Me sonrió y comenzó a desnudarse. Zapatos, calcetines, blusa, pantalón... Y, finalmente, fuera sujetador y braguitas...
Mientras, yo hacía lo mismo, sin dejar de mirarla. Cayeron mis zapatillas, calcetines, camisa, pantalón y, por último, calzoncillos. Ambos desnudos, pasamos unos segundos mirando el cuerpo del otro a través de nuestras ventanas.
Recorrí con mi mirada sus dulces labios, sus bonitos pechos, su coño depilado... Y sentí sus ojos clavándose en los míos, luego en mi torso y finalmente en mi polla, la cual ya se estaba endureciendo por simplemente contemplar su bonito cuerpo.
Nos sentamos, cada uno en su cama, sin apartar la mirada uno del otro. Yo agarré mi miembro y empecé a masturbarme lentamente, sin perder de vista a mi vecina. Ella deslizó sus dedos por su entrepierna y se unió a mí con sus tocamientos. Tampoco desviaba su mirada de mí.
Durante unos minutos, los dos nos evadimos de todo lo demás. Desaparecieron todos nuestros problemas. Solo éramos ella y yo, masturbándonos en compañía mientras nos mirábamos. Separados, pero más juntos que nunca.
Fantaseé con fundirme con su cuerpo, perderme entre sus piernas, lamer sus pechos, morder sus labios, penetrarla con ganas... Sus pensamientos debían ser parecidos: envolver mi polla con sus labios, arañarme la espalda, cabalgarme como loca...
Ventana con ventana, nos masturbamos juntos hasta que ambos llegamos al clímax. Volvimos a quedarnos unos segundos observándonos el uno al otro. Jadeando. Sonriéndonos. Nos despedidos lanzándonos un beso al aire y cerramos las cortinas. Hasta mañana a la misma hora.


domingo, 19 de abril de 2020

El precio del placer


Estaba de viaje por trabajo en una ciudad donde no conocía a nadie. Después de un día entero de negocios, necesitaba tomarme una copa. Entré en el bar del hotel y me senté en la barra. Inmediatamente me atendió el camarero y me puso la copa que le pedí. Revisé correos electrónicos y otros mensajes mientras me la bebía. Cuando casi me la había terminado, vi de reojo que alguien se sentaba a mi lado en la barra. Levanté la mirada y me encontré con una mujer despampanante. Era morena, con el pelo largo y ondulado cayéndole por la espalda. Unos ojazos de un color azul claro muy bonito. Lucía un vestido negro largo, que le caía de los hombros a los pies, dejando la espalda al aire y con un travieso corte por el que salía una de sus largas y brillantes piernas. Me miró y me sonrió. Tras pedir su copa al camarero me miró de arriba a abajo.
 - ¿Viaje de negocios? - Me preguntó.
 - Sí.
 - Solo y en traje... - Me dijo, al verme extrañado. - Tenía pinta.
 - ¿Y tú?
 - Algo así.
Hubo un par de segundos de silencio.
 - Diana. - Se presentó.
 - Juan. - Contesté, incorporándome para darle dos besos.
Me embriagaron su fragancia, sus ojos y su sonrisa mientras nos dábamos los protocolarios besos de presentación.

Estuve un buen rato hablando con Diana, conociéndonos. Para cuando me estaba terminando la tercera copa, ya reíamos y conversábamos como si fuéramos amigos de toda la vida. Cada vez me atraía más esa mujer. Estuve dudando sobre si dar el paso e ir más allá, pero, para mi sorpresa, fue ella la que se lanzó.
 - ¿Te alojas aquí? - Me preguntó posando su mano en mi muslo.
 Miré su mano y luego mi mirada fue subiendo hasta sus ojos.
 - Sí... - Le contesté, nervioso.
Diana se acercó más a mí y me habló casi en un susurro.
 - ¿Subimos a tu habitación?
Sin dudarlo ni un instante, me terminé la copa de un trago y conduje a Diana de la mano hasta el ascensor. En cuanto se cerraron las puertas con nosotros dentro, Diana se me abalanzó. Me besó con fuerza, metiendo su lengua casi a la fuerza en mi boca. Nos besamos con fogosidad mientras el ascensor subía lentamente. Con una mano me agarraba la entrepierna por encima del pantalón, pidiendo guerra. Mis manos se posaban sobre su culo, acariciando suavemente sus curvas.

El ascensor llegó a mi planta y nos apresuramos hasta la habitación como dos animales en celo. Entramos en ella sin dejar de besarnos y manosearnos. Nada más cerrarse la puerta detrás de mí, conduje a Diana directamente a la habitación. Una vez allí, dejó de besarme por un momento y me separó con un empujón. Deslizó los tirantes del vestido y lo dejó caer hasta el suelo. Me quedé inmóvil, observando el cuerpazo presente ante mí. Piernas largas, curvas deliciosas, pechos grandes... Llevaba una lencería negra de encaje de lo más sexy. Me miraba con deseo, con los ojos brillantes y su bonito pelo todo alborotado. Tuve unos segundos para deleitarme con su cuerpo, recorriendo con la mirada cada centímetro de su piel. Una piel morena, tostada por el sol, que creaba un bonito juego de tonos oscuros con su pelo y un increíble contraste con sus ojos claros. Se acercó a mí lentamente hasta pegar su cuerpo al mío. Puso su mano de nuevo sobre mi paquete, acariciándolo. Y en ese instante, cuando la excitación ya se había apoderado de todo mi cuerpo, acercó sus labios a mi oído y, para mi sorpresa, me susurró un precio. En un primer momento me quedé desencajado. Ella se encargó de aclarármelo.
 - Por ese precio soy toda tuya durante una hora.
Con su mano libre, cogió las mías y las puso sobre sus pechos.

lunes, 3 de febrero de 2020

Escándalo público



Ángela y Carlos salieron del local a toda prisa y sin quitarse las manos de encima el uno del otro. Avanzaban calle abajo sin soltarse ni por un momento. Carlos acariciaba el firme culo de Ángela, deseando llegar a casa para hacerlo suyo. Solo se detenían para besuquearse lascivamente.
 - ¿Falta mucho para llegar a tu casa? - Preguntó Ángela tras unos cinco minutos de caminata.
 - Está cerca.
Pero la excitación se había apoderado de ella. Después de un buen rato bailando juntos al ritmo de una música sensual, con sus roces, caricias y miradas, Ángela estaba demasiado caliente. No podía esperar más. Se detuvo para besar a Carlos de nuevo. Esta vez, casi inconscientemente, deslizó la mano por dentro de su pantalón y acarició su miembro, el cual ya estaba un poco duro. En cuanto hizo contacto con la suave piel de sus dedos, la dureza aumentó hasta la completa erección. Notar la endurecida polla de Carlos fue la gota que colmó el vaso de la excitación de Ángela.
 - Yo no aguanto más. - Dijo entre jadeos.
Acto seguido empujó a Carlos hacia un callejón. Se adentraron en él entre risas, en las que se percibía claramente la tensión sexual.

En cuanto llegaron al final del callejón sin salida, Ángela se lanzó rápidamente al suelo, sin tiempo que perder. Bajó la bragueta del pantalón de Carlos, metió la mano y sacó su polla. Un segundo después la tenía en su boca. "Mmmm..." se le oyó a Ángela. Un sonido de claro deleite que denotaba las ganas que tenía de comérsela. Carlos emitió el mismo sonido al notar la calidez de su boca alrededor de la polla y su húmeda lengua acariciándola. Apoyó la espalda en la pared que tenía detrás y disfrutó de la maravillosa mamada de Ángela, la cual solo duró un par de minutos, ya que estaban deseosos por pasar a mayores.
 - Qué bien lo haces... - Le dijo Carlos.
 - Fóllame ya... - Fue su contestación.
Ángela se levantó y se apoyó en la pared. Carlos se puso detrás de ella. Levantó su vestido, apartó su tanga a un lado y se la metió. Ángela gimió de placer. Empezaron los vaivenes. La polla de Carlos invadiendo a Ángela una y otra vez. Follando ocultos en la oscuridad nocturna de aquel callejón. De repente, se oyó el rugir de un motor y apareció un coche en la entrada al callejón.

Para su horror, vieron que el coche giraba y se metía en el callejón. Y eso no era todo, además era un coche de policía. En cuanto el coche entró en el callejón, las luces de los faros iluminaron los cuerpos de Ángela y Carlos, que se habían quedado inmóviles, sin saber cómo reaccionar, ya que no había dónde esconderse. Se separaron de golpe y se colocaron la ropa. El coche se detuvo frente a ellos. Se apagaron los focos y salió un agente de policía del coche con una linterna en la mano.
-        Señores, ¿acaso no tienen ustedes casa para hacer estas cosas?
La luz de la linterna recorrió el cuerpo de Ángela desde sus tobillos hasta su cara, parando más de la cuenta en su pronunciado escote. Ese repaso que le dio el policía encendió aún más a Ángela, que aún seguía cachonda. No supo por qué lo hizo, quizá a causa del alcohol en sangre, pero Ángela puso su mano en la entrepierna del policía. Sorprendido, el agente la miró fijamente unos segundos, durante los cuales la mano de Ángela no se apartó de su paquete. Luego miró a Carlos.
-        Largo.
-        Pero… - Titubeó Carlos.
-        Largo o duermes en el calabozo.
Carlos miró a Ángela, que le sonrió. Se abrochó bien el pantalón y caminó cabizbajo hasta desaparecer.

domingo, 12 de enero de 2020

Microrrelato: Bienvenido a casa



Llegué a casa cansadísimo del trabajo. Había sido un día muy duro. Cerré la puerta, dejé mis cosas en la mesita del recibidor y entré al salón resoplando. Allí me encontré a Marta. Estaba desnuda y arrodillada en el suelo. Tenía el rostro serio y la mirada fija en mí. Me quité la chaqueta del traje y la dejé sobre una silla. Luego caminé despacio hacía ella, disfrutando de este momento previo de tensión sexual y excitación. Llegué hasta ella y la observé desde arriba. Marta no apartaba sus ojos de los míos. Acaricié su pelo con ternura. Ella abrió la boca lentamente, para luego sacar la lengua. Sonreí. Bajé la bragueta del pantalón y saqué mi miembro. Acaricié la mejilla de Marta con la punta de mi glande. Suavemente. Le di un par de golpecitos en su húmeda lengua, flojito, con dulzura. Moví la pelvis hacia delante y puse mis huevos sobre su lengua, en su boca abierta. Marta empezó lamiéndome los huevos para poco después ya comérmelos en toda regla. Mi polla se fue endureciendo frente a sus ojos. Sabía que eso le ponía cachonda. Casi podía oler sus flujos resbalando por su entrepierna. Mi polla, ya algo endurecida, descansaba sobre su cara mientras mis huevos seguían en su boca. Me recreé observando esa imagen. Toda una delicia. Con la polla ya completamente dura, saqué mis huevos de su boca. Marta se quedó con la boca abierta y la lengua fuera. Mirándome. Ofreciéndose como objeto sexual para mí. Apoyé la punta de mi polla en su lengua y fue metiéndola poco a poco en su boca hasta que mis huevos tocaron su barbilla. La mantuve unos segundos. Una lágrima brotó de uno de los ojos de Marta y resbaló por su mejilla. Luego la saqué igual de lentamente. A Marta se le escaparon unas toses, pero enseguida volvía a estar en su posición habitual con la boca abierta. Volvía a meterla toda en su boca, esta vez más rápido. Y cada vez más rápido. En un abrir y cerrar de ojos estaba agarrando a Marta del pelo con fuerza mientras mis huevos rebotaban furiosamente contra su barbilla. Podía incluso notar la punta de mi polla rascando el fondo de su garganta cada vez que la metía hasta el fondo. Tras un buen número de embestidas bucales solté de pronto a Marta. Tosió y respiró hondo, recuperando el aire que le había estado faltando. Miró de nuevo hacia arriba y vi sus ojos llorosos brillando de excitación. Atisbé una ligera sonrisa en su rostro, pero enseguida volvió a adoptar un semblante serio. La saliva le resbalaba por la barbilla, formando algunos hilillos de babas colgando, pero también bajando por su cuello hasta mojar sus tetas. Golpeé la cara de Marta con mi polla dura y babeada. Golpes fuertes, nada que ver con los suaves golpecitos del principio. Ahora estaba demasiado cachondo y fuera de mí como para contenerme. Y me encantaba golpear la preciosa cara de Marta con mi polla. Sabía que a ella también le encantaba. Fueron unos pocos segundos de descanso y enseguida estaba otra vez follándome su boca. Agarrándola del pelo para que mis duras penetraciones en su boca no le hicieran perder el equilibrio. Me estaba sirviendo mucho de desahogo tras un día de mierda, pero no era suficiente. Clavé mi polla en la garganta de Marta y empujé su cabeza con fuerza contra mi entrepierna. Su nariz se clavaba en mi zona púbica. Sus ojos en los míos pidiendo clemencia. Hice a Marta aguantar unos cuantos segundos así. Sabía que ella era capaz. Y finalmente la solté de nuevo. "Arriba", dije con seriedad, sin dejarla apenas tiempo para respirar. Ella obedeció. Señalé la mesa del comedor. Marta fue hasta ella y se inclinó hasta tumbar la parte superior de su cuerpo, aplastando sus tetas en la mesa y dejando el culo a punto de caramelo. Luego abrió las piernas mandándome una señal de que ya estaba lista. Me puse detrás de ella. Apoyé la punta de mi polla en su ano y empujé hasta meterla por completo en su culo. Marta apretó los dientes. Me quedé inmóvil unos segundos, dentro de Marta, dejando que su cuerpo se acostumbrara a la invasión. Después, al igual que había hecho antes con su boca, fui metiéndola y sacándola de su culo cada vez más rápido. Su estrecho agujero friccionaba deliciosamente con mi miembro, provocándome un gran placer. La mesa temblaba con cada embestida. Mis pelotas golpeaban violentamente su coño cada vez que mi polla entraba hasta el fondo. Cuando dejaba descansar mi miembro en su interior, notaba en mis huevos el húmedo calor irradiando de su coño. La penetré analmente con dureza una y otra vez, descargando todo mi estrés del día con Marta. No me detuve hasta que, finalmente, saqué mi polla de su culo justo en el momento en que me iba a correr. Descargué mi corrida sobre su culo enrojecido. Algunos chorros de semen salieron con más fuerza y cayeron en su espalda. Marta jadeaba intensamente mientras eyaculaba en su cuerpo. Acabé de correrme y restregué mi glande por su nalga, limpiándome las últimas gotas de semen en su piel. Ya mucho más relajado, y sin dirigir palabra a Marta, me fui directo a la ducha.