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domingo, 23 de mayo de 2021

La lengua de Mariana



Mariana y yo nos conocimos el primer año de universidad. Íbamos a la misma clase y, junto con otros cuatro amigos y amigas, formábamos un grupo en el que todos nos llevábamos bien. Éramos más que compañeros, ya que solíamos salir bastante juntos fuera de la universidad. Además, siempre que había que hacer trabajos o se acercaba un examen, era común que nos juntáramos todos para aunar esfuerzos. Mi amiga Mariana me gustó desde el primer momento. Su personalidad alegre, su simpatía, su gracia natural, su agradable trato con todos, la confianza que transmitía... Cuánto más tiempo pasábamos juntos más me gustaba. Sin embargo, con lo tímido que era yo en aquella época, me sentía incapaz de actuar en consecuencia.

Recuerdo que empezó a ser difícil para mí mantener la concentración durante las sesiones de estudio con el grupo. No podía parar de mirar a Mariana. Me encantaba su piel negra, que tanto contrastaba con sus ojos claros, su pelo marrón y rizado, su blanca sonrisa perfecta... Por lo visto yo no era muy disimulado, porque más de una vez me miró justo cuando yo la estaba mirando. Ella sonreía y yo me sonrojaba. Pero todo quedaba ahí, nada más.

Concentrarse en el estudio se hacía más difícil cuanto más calurosa era la época, porque Mariana, lógicamente, llevaba ropa más fresca. Mis miradas se debatían entre sus ojos claros y su escote. Era difícil no fijarse en sus grandes pechos. Más aún cuando éramos jóvenes de dieciocho años con las hormonas revolucionadas. Había veces que Mariana se acercaba mucho a mí cuando repasábamos algo. Incluso posaba su mano en mi pierna. No sé si lo hacía sin darse cuenta o le gustaba ponerme nervioso, pero el caso es que lo hacía.

Hubo un día, ya entrado el verano, que quedamos a estudiar los exámenes de junio en casa de uno de los del grupo. Nos invitó a su casa porque tenía piscina, lo que venía genial para darse un chapuzón en los descansos del caluroso estudio. Mi cara debió ser un poema cuando Mariana salió a la piscina con el biquini puesto. Sus turgentes senos se sujetaban incomprensiblemente con pequeños trozos de tela. Y por si eso no fuera suficiente, también tenía un imponente culo con grandes nalgas. Un cuerpazo que no pasaba desapercibido entre los chicos del grupo. Su personalidad y su belleza ya me enamoraban, pero es que además tenía un cuerpazo, unas curvas impresionantes. No recuerdo si llegué a retener algo de lo que estudié aquel día, pero sí recuerdo perfectamente lo que hice al llegar a casa. Me metí en el baño a... pensar en Mariana. Los detalles quedan entre mi mente y yo. Por desgracia, solo me atrevía a tener algo con ella en mi imaginación.