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domingo, 21 de marzo de 2021

Amor libre


La música sonaba a todo volumen en aquel parque a las afueras de la ciudad. Jóvenes y no tan jóvenes se divertíamos despreocupadamente bajo el brillante sol de verano. Mi única motivación ese día era disfrutar del increíble concierto al aire libre. Y eso hice durante un buen rato. Sin embargo, inesperadamente, alguien se cruzó en mi camino y la música pasó a segundo plano. Ese alguien se llamaba Gina. Mi mirada cazó furtivamente a una preciosa chica que saltaba y cantaba entre la multitud. Solo la vi durante un momento, porque enseguida desapareció entre el follón, pero me había impresionado su belleza. La perdí de vista y, tras buscarla un poco sin éxito, decidí volver a prestarle atención al grupo que tocaba en el escenario.

Acabado el concierto, cuando la música dejó de invadir mi mente, la imagen de aquella chica volvió a invadirla. Me giré hacia donde la había visto y, sorpresa, allí estaba otra vez. La miré embobado. Su aspecto era de ser afroamericana, al menos de origen. Tenía una bonita piel color chocolate y el pelo negro rizado. Vestía poca ropa, debido al caluroso verano que vivíamos. Sandalias, unos shorts vaqueros y un top blanco que dejaba al aire su ombligo decorado con un piercing. No sé durante cuánto tiempo la estuve mirando, pero fue el suficiente como para que a ella le diera tiempo a darse cuenta y me mirara también a mí. Al verme me sonrió. Me quedé prendado de su sonrisa perfectamente blanca y radiante. También de sus ojos oscuros y penetrantes. Hasta del piercing de aro que tenía en la nariz. Todo en ella me gustaba. Yo sonreí también. Y ese cruce de sonrisas fue el impulso que necesité para animarme a hablar con ella. Estuvimos un rato hablando animadamente. Descubrí, entre otras cosas, que se llamaba Gina, que tenía veintitantos años y que, en efecto, era de ascendencia afroamericana. La verdad es que conectamos bastante. A ella se le notaba a gusto hablando conmigo. Todo iba muy bien, pero entonces se torció. Llegó un grupo de gente que parecía conocerla para, desafortunadamente para mí, decirle que ya había que irse. Se me cayó el mundo al suelo. A Gina también se le torció el gesto. Sin embargo, antes de irse, sacó un boli del bolso y me escribió algo en la mano. Me dio un arrebato de alegría. Tras despedirnos, miré mi mano. Donde creía que me habría apuntado su teléfono, en realidad había algo mucho mejor: su dirección.

Recuerdo que estuve algo ocupado durante la semana siguiente, pero cada dos por tres Gina aparecía en mis pensamientos. No tenía su teléfono para hablar con ella y saber cuándo le venía bien que fuera a verla, así que entre eso y mis propias ocupaciones decidí esperar al fin de semana. El viernes, en cuanto acabé de comer, me subí al coche y me dirigí a la dirección que me había dado. El GPS me guio hasta un lugar a las afueras de la ciudad, algo apartado del mundo. Cuando llegué a mi destino me encontré en la entrada a lo que parecía un campamento en el bosque. Extrañado, aparqué el coche y me interné en ese lugar. Pregunté por Gina a la primera persona que me crucé. Afortunadamente la conocía y me dio indicaciones muy amablemente.
 - ¡Claro! Mira. Ve por ese camino. Cuando llegues a la señal gira a la izquierda. La quinta cabaña es la de Gina.
 - ¿Cabaña?
 - Eso es.
 - ¿Vive en una cabaña?
 - Aquí todos vivimos en cabañas. - Me contestó riendo.
 - Ah, vale. Muchas gracias.
Tras ese primer descubrimiento, me encaminé según las indicaciones que me había dado. No ponía nada en las cabañas así que me aseguré de contar bien. Me planté en la puerta de la quinta cabaña y di unos golpecitos en la puerta.
 - ¡Pasa! - Se oyó la voz de Gina.
Con el subidón que me dio oír que era ella, abrí la puerta y me adentré en la cabaña con determinación. Lo que no me esperaba era encontrarme a Gina casi desnuda, con solo unas braguitas puestas. Me giré de golpe, avergonzado.
 - ¡Perdón! ¡Perdón! Me has dicho que pasara...
 - ¡Eh! ¡Eres tú! - Exclamó ella con alegría y sin un ápice de vergüenza.
Al ver que seguí evitando mirarla, lo cual hacía por respeto y no por falta de ganas, se acercó a mí con naturalidad.
 - Oh, vamos, Juan. Solo es un cuerpo. Con el calor que hace no apetece cubrirse mucho, jajaja.
Me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Cuando nuestros cuerpos se separaron no pude evitar la tentación de mirar su bonito cuerpo. Se me aceleró el pulso al ver sus grandes pechos turgentes con pequeños pezones oscuros. Ella pareció notarlo.
 - Si tanto te incomoda voy a vestirme...
Observé en silencio cómo se cubría los pechos con una camiseta rosa holgada que dejaba a la vista un hombro y el ombligo. Luego se puso unos shorts como los que llevaba en el concierto.
 - ¿Mejor?
 - En realidad no, jajaja. - Bromeé.
 - ¡Jajaja! ¿Qué tal? ¡Bienvenido a nuestro campamento!
 - No conocía a nadie que viviera en un campamento así, pero tiene buena pinta.
 - ¡Es genial! Y llegas justo a tiempo porque esta tarde vamos a ir al lago con unas cervezas. ¿Te apuntas?
 - ¡Claro!