Todos los relatos que aparecen en este blog han sido escritos por mí. Ninguno ha sido copiado de ninguna otra web de relatos y se ruega que, del mismo modo, tampoco sean copiados (excepto consentimiento expreso). Gracias.

domingo, 14 de noviembre de 2021

Encuentro en el tren nocturno



A mis casi cuarenta años, soy un amante desaprovechado. Mi mujer, con la que llevo casado diez años, no se anima a nada más que la habitual postura del misionero. En mi mente ebullen ideas que nunca consigo llevar a cabo. O casi nunca.

Odio los viajes de trabajo. Siempre viajo solo y en tren, lo que se traduce en largas horas de trayecto en soledad, todo porque le sale más barato a mi compañía que enviarme en avión. Además, en ocasiones la vuelta a casa es a horas intempestivas. Sin embargo, cuando me toca viajar en un tren nocturno, hay una rutina que suelo repetir. Sobre las dos de la madrugada, me doy un paseo por los vacíos pasillos del tren, mientras los pasajeros duermen en sus compartimentos. Y esto lo hago desde que viví una experiencia única en uno de esos trenes nocturnos.

Habían sido un par de días horrorosos de trabajo en París, y encima aún tenía que rematar la faena escribiendo unos cuantos informes durante el viaje de vuelta. Se me hicieron las tantas trabajando en silencio en mi compartimento. Eran en torno a las dos de la madrugada cuando por fin terminé. Decidí hacer una visita al vagón restaurante para beber algo caliente antes de dormir. Caminé en silencio por el pasillo de uno y otro vagón, procurando no despertar a nadie. Cuando llegué al tercer vagón que debía cruzar, antes de abrir la puerta, me asomé por la pequeña ventana cuadrada y vi una silueta en la oscuridad.

Pegué mi cara al cristal y entrecerré los ojos para enfocar la vista. Sin duda era una mujer, inclinada hacia delante, mirando por la ventanilla. Por la silueta, era una mujer con buen cuerpo. Tenía el culo levantado, y me di cuenta de que lo movía lentamente, sensualmente. Las nubes se apartaron, dejando que la luz de la luna llena incidiera sobre el tren sin obstáculos. Gracias a eso pude ver bien a aquella mujer. Parecía algo más joven que yo, era sexy, guapa y vestía elegantemente. Iba maquillada y peinada como si estuviera en algún exclusivo evento. Mi mirada volvió a su culo, el cual seguía moviendo, y me llevé la increíble sorpresa de ver directamente su sexo al descubierto. No llevaba bragas y su estrecha falda era excesivamente corta. Su bonito coño relucía a la luz de la luna.

En ese momento, mi instinto más básico se apoderó de mí. Abrí la puerta despacio, sin hacer ruido, y una vez dentro del vagón de la mujer, caminé hacia ella con decisión, sin titubeos. Me coloqué detrás de ella y, sin siquiera dirigirle una sola palabra, comencé a acariciar su cuerpo. En el reflejo de la ventanilla divisé que se le dibujaba una sonrisa en el rostro. Motivado por ello, mis manos masajearon sus pechos, agarraron sus nalgas, recorrieron sus largas piernas vestidas con medias de rejilla… Pegué mi cuerpo al suyo para llegar a besarle el cuello, con lo que mi miembro se apretó contra su culo. Me embriagó su delicioso perfume, provocándome aún más excitación lo bien que olía. Al tocarla, noté que tampoco llevaba sujetador, así que mis manos no dudaron en colarse por dentro de su ropa para palpar bien sus senos y sus duros pezones. Mientras besaba su cuello y manoseaba su cuerpo, mi miembro fue endureciéndose en mi pantalón. Ella debió notarlo, pues tragó saliva y, acto seguido, meneó el culito rozándolo contra mi entrepierna.

Cuando mi polla alcanzó su máximo tamaño y dureza, mi cuerpo me pidió pasar al siguiente nivel. Bajé la cremallera del pantalón de mi traje, pues aún llevaba la vestimenta de trabajo. Dejó caer algo de saliva en mi mano y embadurno mi miembro con ella. Frotó mi glande contra el coñito de aquella mujer, el cual ya estaba chorreando. Sin embargo, apunté un poco más arriba y la clavé directamente en su culo. Con un golpe duro, seco y profundo, mi polla invadió el culo de aquella desconocida hasta que mis huevos golpearon su coño. Un excitante gemido se escapó de su boca. Un gemido de sorpresa y placer.

Mientras el resto de los pasajeros dormían, en el pasillo de aquel vagón, mi enorme polla se abría paso una y otra vez en el interior del culo de aquella preciosa desconocida. Su estrecho agujero era una delicia para mí. Los tacones que llevaba le elevaban el culo a la altura perfecta, así que yo solo la agarraba de la cintura y la embestía una y otra vez. Reprimíamos nuestros gemidos como podíamos, para no despertar a nadie, pero yo no me cortaba con mis movimientos. Estaba entregado plenamente a follármela a destajo, sin descanso y sin miramientos. Mis penetraciones eran continuas y rápidas, pero de vez en cuando me gustaba bajar el ritmo para propinar algún golpe duro y seco. Apoyar mi glande en la entrada de su culo y empujar con todas mis fuerzas hasta el fondo. Su culo me pertenecía en aquel momento.

No sé cuánto tiempo estuve dándole desde atrás en aquel vagón, pero en ningún momento ella se giró para mirarme. Miraba por la ventanilla y se dejaba hacer. Yo ni siquiera le dirigí la palabra. Sabíamos lo que queríamos y nos limitábamos a ello. Y así estuvimos hasta que no aguanté más. Hundí mi miembro todo lo que pude en su interior y me corrí abundantemente dentro de su culo. Descargué en ella toda mi corrida, hasta la última gota, mientras ella tensaba el cuerpo y respiraba forzadamente. Al acabar, saqué mi polla, me la volví a meter en el pantalón y continué mi camino hacia el vagón restaurante, dejando a la mujer inmóvil y jadeando en aquel vagón.

No volví a ver a esa mujer en ese viaje ni en ningún otro. O quizá sí, pues no creo que la reconociese. Cuando ocurrió aquello, el vagón estaba oscuro y en ningún momento nos miramos a la cara. Sin embargo, desde entonces, en cada tren nocturno en el que voy o vuelvo de París, siempre me paseo por los vagones hacia las dos de la madrugada, buscando de nuevo a una mujer esperándome mientras mira por la ventanilla y menea el culo.



Este relato está inspirado en "El tren y mi túnel", de mi amiga Candela, y está dedicado a ella.
Podéis leer su relato aquí: El tren y mi túnel


domingo, 23 de mayo de 2021

La lengua de Mariana



Mariana y yo nos conocimos el primer año de universidad. Íbamos a la misma clase y, junto con otros cuatro amigos y amigas, formábamos un grupo en el que todos nos llevábamos bien. Éramos más que compañeros, ya que solíamos salir bastante juntos fuera de la universidad. Además, siempre que había que hacer trabajos o se acercaba un examen, era común que nos juntáramos todos para aunar esfuerzos. Mi amiga Mariana me gustó desde el primer momento. Su personalidad alegre, su simpatía, su gracia natural, su agradable trato con todos, la confianza que transmitía... Cuánto más tiempo pasábamos juntos más me gustaba. Sin embargo, con lo tímido que era yo en aquella época, me sentía incapaz de actuar en consecuencia.

Recuerdo que empezó a ser difícil para mí mantener la concentración durante las sesiones de estudio con el grupo. No podía parar de mirar a Mariana. Me encantaba su piel negra, que tanto contrastaba con sus ojos claros, su pelo marrón y rizado, su blanca sonrisa perfecta... Por lo visto yo no era muy disimulado, porque más de una vez me miró justo cuando yo la estaba mirando. Ella sonreía y yo me sonrojaba. Pero todo quedaba ahí, nada más.

Concentrarse en el estudio se hacía más difícil cuanto más calurosa era la época, porque Mariana, lógicamente, llevaba ropa más fresca. Mis miradas se debatían entre sus ojos claros y su escote. Era difícil no fijarse en sus grandes pechos. Más aún cuando éramos jóvenes de dieciocho años con las hormonas revolucionadas. Había veces que Mariana se acercaba mucho a mí cuando repasábamos algo. Incluso posaba su mano en mi pierna. No sé si lo hacía sin darse cuenta o le gustaba ponerme nervioso, pero el caso es que lo hacía.

Hubo un día, ya entrado el verano, que quedamos a estudiar los exámenes de junio en casa de uno de los del grupo. Nos invitó a su casa porque tenía piscina, lo que venía genial para darse un chapuzón en los descansos del caluroso estudio. Mi cara debió ser un poema cuando Mariana salió a la piscina con el biquini puesto. Sus turgentes senos se sujetaban incomprensiblemente con pequeños trozos de tela. Y por si eso no fuera suficiente, también tenía un imponente culo con grandes nalgas. Un cuerpazo que no pasaba desapercibido entre los chicos del grupo. Su personalidad y su belleza ya me enamoraban, pero es que además tenía un cuerpazo, unas curvas impresionantes. No recuerdo si llegué a retener algo de lo que estudié aquel día, pero sí recuerdo perfectamente lo que hice al llegar a casa. Me metí en el baño a... pensar en Mariana. Los detalles quedan entre mi mente y yo. Por desgracia, solo me atrevía a tener algo con ella en mi imaginación.

viernes, 9 de abril de 2021

Hermanastra


Cuando Luis llegó a la casa de su padre ya estaban allí sus familiares. La familia se había reunido con motivo del cumpleaños de su padre, quien le recibió en la puerta junto con su mujer, la madrastra de Luis. Él se llevaba muy bien con ella y con toda su rama familiar, así que no era ningún esfuerzo acudir a estos encuentros familiares. En el salón se encontró con sus tíos y tías, algún primo, e incluso con sus abuelos, los padres del cumpleañero. Luis no había podido estar en la comida familiar, pero sí que había podido escaparse del trabajo un poco antes para pasar la tarde con sus familiares. Tras saludar a todos los presentes, se abrió una cerveza y se sentó en el sillón a hablar con su tío.

Diez minutos después de la llegada de Luis, sonó el timbre de la casa. El padre fue a abrir la puerta y, después de oírse unos saludos de fondo en el hall de entrada, hizo aparición en el salón una invitada más. A Luis se le iluminaron los ojos al verla. Era Berta, la hija de su madrastra. O lo que es lo mismo, su hermanastra. A Luis le atraía sexualmente desde que se conocieron. Berta era de la misma edad que Luis y siempre había sido muy amigable con él. Ese día llevaba hecha una coqueta trenza con su pelo rubio, que le caía por encima del hombro derecho. Sus ojos claros relucían bajo la intensa luz del salón. Vestía recatadamente, pero su grueso suéter no era suficiente para disimular del todo sus grandes pechos. Berta fue saludando uno a uno a todos los familiares. Cuando llegó a Luis, le saludó con timidez.

Durante la celebración, Luis no perdió de vista los movimientos de Berta. Le atraía muchísimo su hermanastra. Se pasó todo el rato deseando que se quitara el suéter para poder ver mejor sus pechos, aunque fuera con la camiseta por encima. Cada vez que Berta le daba la espalda, Luis miraba con disimulo su prieto culo embutido en sus ajustados pantalones vaqueros. Hasta el toque inocente de su trencita le ponía cachondo. Cada vez que coincidía que se miraban los dos, Berta apartaba rápidamente la mirada hacia otro lado.

domingo, 21 de marzo de 2021

Amor libre


La música sonaba a todo volumen en aquel parque a las afueras de la ciudad. Jóvenes y no tan jóvenes se divertíamos despreocupadamente bajo el brillante sol de verano. Mi única motivación ese día era disfrutar del increíble concierto al aire libre. Y eso hice durante un buen rato. Sin embargo, inesperadamente, alguien se cruzó en mi camino y la música pasó a segundo plano. Ese alguien se llamaba Gina. Mi mirada cazó furtivamente a una preciosa chica que saltaba y cantaba entre la multitud. Solo la vi durante un momento, porque enseguida desapareció entre el follón, pero me había impresionado su belleza. La perdí de vista y, tras buscarla un poco sin éxito, decidí volver a prestarle atención al grupo que tocaba en el escenario.

Acabado el concierto, cuando la música dejó de invadir mi mente, la imagen de aquella chica volvió a invadirla. Me giré hacia donde la había visto y, sorpresa, allí estaba otra vez. La miré embobado. Su aspecto era de ser afroamericana, al menos de origen. Tenía una bonita piel color chocolate y el pelo negro rizado. Vestía poca ropa, debido al caluroso verano que vivíamos. Sandalias, unos shorts vaqueros y un top blanco que dejaba al aire su ombligo decorado con un piercing. No sé durante cuánto tiempo la estuve mirando, pero fue el suficiente como para que a ella le diera tiempo a darse cuenta y me mirara también a mí. Al verme me sonrió. Me quedé prendado de su sonrisa perfectamente blanca y radiante. También de sus ojos oscuros y penetrantes. Hasta del piercing de aro que tenía en la nariz. Todo en ella me gustaba. Yo sonreí también. Y ese cruce de sonrisas fue el impulso que necesité para animarme a hablar con ella. Estuvimos un rato hablando animadamente. Descubrí, entre otras cosas, que se llamaba Gina, que tenía veintitantos años y que, en efecto, era de ascendencia afroamericana. La verdad es que conectamos bastante. A ella se le notaba a gusto hablando conmigo. Todo iba muy bien, pero entonces se torció. Llegó un grupo de gente que parecía conocerla para, desafortunadamente para mí, decirle que ya había que irse. Se me cayó el mundo al suelo. A Gina también se le torció el gesto. Sin embargo, antes de irse, sacó un boli del bolso y me escribió algo en la mano. Me dio un arrebato de alegría. Tras despedirnos, miré mi mano. Donde creía que me habría apuntado su teléfono, en realidad había algo mucho mejor: su dirección.

Recuerdo que estuve algo ocupado durante la semana siguiente, pero cada dos por tres Gina aparecía en mis pensamientos. No tenía su teléfono para hablar con ella y saber cuándo le venía bien que fuera a verla, así que entre eso y mis propias ocupaciones decidí esperar al fin de semana. El viernes, en cuanto acabé de comer, me subí al coche y me dirigí a la dirección que me había dado. El GPS me guio hasta un lugar a las afueras de la ciudad, algo apartado del mundo. Cuando llegué a mi destino me encontré en la entrada a lo que parecía un campamento en el bosque. Extrañado, aparqué el coche y me interné en ese lugar. Pregunté por Gina a la primera persona que me crucé. Afortunadamente la conocía y me dio indicaciones muy amablemente.
 - ¡Claro! Mira. Ve por ese camino. Cuando llegues a la señal gira a la izquierda. La quinta cabaña es la de Gina.
 - ¿Cabaña?
 - Eso es.
 - ¿Vive en una cabaña?
 - Aquí todos vivimos en cabañas. - Me contestó riendo.
 - Ah, vale. Muchas gracias.
Tras ese primer descubrimiento, me encaminé según las indicaciones que me había dado. No ponía nada en las cabañas así que me aseguré de contar bien. Me planté en la puerta de la quinta cabaña y di unos golpecitos en la puerta.
 - ¡Pasa! - Se oyó la voz de Gina.
Con el subidón que me dio oír que era ella, abrí la puerta y me adentré en la cabaña con determinación. Lo que no me esperaba era encontrarme a Gina casi desnuda, con solo unas braguitas puestas. Me giré de golpe, avergonzado.
 - ¡Perdón! ¡Perdón! Me has dicho que pasara...
 - ¡Eh! ¡Eres tú! - Exclamó ella con alegría y sin un ápice de vergüenza.
Al ver que seguí evitando mirarla, lo cual hacía por respeto y no por falta de ganas, se acercó a mí con naturalidad.
 - Oh, vamos, Juan. Solo es un cuerpo. Con el calor que hace no apetece cubrirse mucho, jajaja.
Me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Cuando nuestros cuerpos se separaron no pude evitar la tentación de mirar su bonito cuerpo. Se me aceleró el pulso al ver sus grandes pechos turgentes con pequeños pezones oscuros. Ella pareció notarlo.
 - Si tanto te incomoda voy a vestirme...
Observé en silencio cómo se cubría los pechos con una camiseta rosa holgada que dejaba a la vista un hombro y el ombligo. Luego se puso unos shorts como los que llevaba en el concierto.
 - ¿Mejor?
 - En realidad no, jajaja. - Bromeé.
 - ¡Jajaja! ¿Qué tal? ¡Bienvenido a nuestro campamento!
 - No conocía a nadie que viviera en un campamento así, pero tiene buena pinta.
 - ¡Es genial! Y llegas justo a tiempo porque esta tarde vamos a ir al lago con unas cervezas. ¿Te apuntas?
 - ¡Claro!