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domingo, 7 de junio de 2020

El conde



El lujoso Cadillac Escalade se detuvo frente a la casa. Se abrió una de las puertas de atrás y aparecieron unas largas piernas brillando al sol. Salió del coche una preciosa mujer, que se quedó unos segundos absorta ante la magnificencia de la gigantesca mansión que se presentaba ante ella. La mansión del conde James Hopkins, el motivo de su visita. El conde Hopkins era un filántropo famoso entre la alta sociedad. Aparentemente bondadoso y generoso, pero sobre el que corrían múltiples rumores de todo tipo. Él era el protagonista de la investigación que estaba llevando ella, la periodista Amy Burton. Al oír esos curiosos rumores, se había propuesto esclarecer la verdad sobre el conde y sus negocios. Tras haberse cruzado algunas palabras infructuosas durante algún acto, Amy había decidido ir más allá. La única forma de conocer sus entresijos a fondo sería convivir con él durante unos días. Sorprendentemente, el conde había aceptado su propuesta sin dudar.

Caminó con paso decidido hasta la puerta de madera empujando la maleta que llevaba consigo y llamó al timbre. La puerta se abrió.
 - Buenas tardes. - Saludó una mujer al otro lado del umbral.
 - Buenas tardes. - Contestó Amy.
 - El señor Hopkins le está esperando.
Se apartó para cederle el paso y Amy se adentró en la casa. Tras cerrar la puerta, la mujer cogió su maleta y la guio hasta el salón. Allí le esperaba el conde.
 - Un placer volver a verla, señorita Burton.
 - Puede llamarme Amy.
 - Y usted puede llamarme James. Bienvenida al que será su hogar durante unos días. Espero que lo encuentre agradable. Llevaremos su maleta a su habitación.
Hizo un gesto y la mujer que llevaba su maleta se fue.

El conde vestía elegantemente, acorde a su personaje. Zapatos de piel, pantalones largos y negros de buena tela, y camisa blanca impoluta. Amy lo analizó con la mirada, como había hecho cada vez que se lo había encontrado. Era un hombre maduro, pero atractivo. Su pelo corto y negro mostraba algunas canas. Sus gafas de finas patillas le daban un aire intelectual. Tenía siempre un aire de seguridad en sí mismo que impregnaba todos sus actos. James Hopkins también analizó a su nueva inquilina de arriba a abajo. Amy caminaba sobre zapatos de tacón, luciendo una falda bien ajustada a su cuerpo y que llegaba a la altura de las rodillas. Llevaba una blusa blanca con los botones superiores desabrochados. Su pelo rubio casi platino recogido en un moño, con unos mechones juguetones cayéndole por las sienes. Siempre con ella, su bolso negro donde guardaba su material de periodismo.