Todos los relatos que aparecen en este blog han sido escritos por mí. Ninguno ha sido copiado de ninguna otra web de relatos y se ruega que, del mismo modo, tampoco sean copiados (excepto consentimiento expreso). Gracias.

sábado, 9 de abril de 2016

Chequeo manual



El tiempo parecía pasar más despacio de lo normal en aquella habitación. Me acababan de operar, y descansaba en el hospital. El aburrimiento hacía las horas más largas de lo normal. Por fin, alguien rompió la monotonía entrando en mi habitación. Era una enfermera. Era joven y guapa, con el pelo negro y liso, y los ojos azul claro.
 - Hola, soy tu enfermera. Enseguida te daremos el alta, ¿cómo te encuentras?
 - Bien.
 - ¿Algún dolor o molestia?
 - No.
La joven asintió con la cabeza y apuntó algo en la libreta que llevaba. Luego se acercó, rodeando mi cama hasta quedarse de pie a mi lado. Pasó los dedos por mi brazo, rozándolo ligeramente.
 - ¿Hay algo que podamos hacer por ti?
 - Estoy bien...
No me dí cuenta de que su mano resbalaba hacia la parte inferior de mi cuerpo hasta que noté sus cinco dedos cerrarse alrededor de mi miembro.
 - ¿Seguro?
Me quedé sorprendido. Antes de que pudiera siquiera asimilarlo, la enfermera me había levantado la bata de hospital y acariciaba mi polla. Atónito, la miré. Ella me miró y me sonrió.

Aunque no comprendía la situación, no iba a ser tan tonto como para quejarme. Tras unos segundos, dejó la libreta a un lado y puso también la otra mano en la entrepierna. Sus manos tenían un tacto suave y realmente placentero. Con una me masajeaba el aun flácido pene y con la otra los huevos. Enseguida consiguió que mi polla se endureciera. Entonces se llevó las manos a la altura de la barbilla y dejó caer algo de saliva de su boca. Me agarró la polla con las dos manos, ahora ensalivadas, y empezó a masturbarme. Sus dos manos subían y bajaban resbalando por mi polla. Sus uñas pintadas de rojo daban un toque de color frente a todo lo demás. Por sus movimientos parecía como si me estuviera exprimiendo, pero la verdad es que era muy placentero.

La paja empezó a aumentar de velocidad. Cada vez más rápida. Cada vez más intensa. Tanto fue así que no pude evitar agarrarme a las sábanas y correrme explosivamente. La enfermera redujo la intensidad de la masturbación y para cuando acabé de correrme ya era casi un ligero masaje. Sacó entonces unos pañuelos de su bolsillo y me limpió. No se por qué, pero me resultó muy morboso ver a esa joven enfermera limpiando el semen de mi polla. Cuando estuve limpio sacó otros pañuelos y se limpió las manos, para luego volver a colocarme la bata. Tras esto, sin decir palabra, cogió su libreta y salió por la puerta.

Habían pasado unos minutos y yo seguía alucinando. Mi estado catatónico lo rompió de nuevo el sonido de la puerta abriéndose y dando paso a una mujer mayor.
 - Hola, soy tu enfermera. Enseguida te daremos el alta, ¿cómo te encuentras?


martes, 5 de abril de 2016

Una pelirroja como un tren


Subí al tren pensando en el largo y aburrido trayecto que me esperaba. Entré en mi compartimento y dejé la maleta en el espacio habilitado para ello sobre mi cabeza. Me senté resoplando en el asiento. El flujo de gente que paseaba por el pasillo buscando sus respectivos asientos se fue reduciendo poco a poco hasta que el tren empezó a moverse. Cuando ya parecía que nadie iba a acompañarme en mi compartimento, se abrió la puerta y entró una mujer. Saludé fingiendo indiferencia pero no pude evitar echar un vistazo al semejante monumento que iba a acompañarme en mi viaje. Se trataba de una tremenda pelirroja de ojos marrones y brillantes. Algunos tatuajes cubrían sus brazos, y unos piercing decoraban su nariz y su ombligo. Aunque no vestía muy escotada, sus pechos redondos y bien puestos se marcaban en su camiseta y asomaban ligeramente. Debí haberme levantado para ayudarle a subir su maleta, pero me quedé embobado cuando me dio la espalda y mi mirada se dirigió directamente a su culo. Un culo espectacular, vestido con una faldita vaquera. Redondito, firme, respingón... Una maravilla.

Una vez se hubo acomodado en su asiento, frente a mí, se presentó. Se llamaba Mary, tenía alrededor de 30 años y su acento andaluz contribuía a aumentar aún más su morbo. Estuvimos conociéndonos un rato. Además de su impresionante físico, Mary resultó ser una mujer increíble. Divertida y simpática a partes iguales. Insistió en enseñarme algunas de las fotos que se había hecho durante el viaje del fin de semana. Para ello se sentó a mi lado. Tengo que admitir que pocas fueron las fotos que conseguí ver con detenimiento, ya que su escote llamaba más mi atención. Aunque no las veía por completo, sus tetas bailaban en el interior de su camiseta con cada movimiento que hacía. En algunas ocasiones me pareció que Mary se daba cuenta de mis miradas furtivas a sus pechos, pero se diera cuenta o no, no me dijo nada ni cambió su forma de actuar conmigo.