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lunes, 22 de julio de 2013

Alexandra, la dama de honor


Yo no creía eso que dicen de que en las bodas se liga mucho, pero parece ser que es verdad. O es que yo tuve suerte.

Se casaba una amiga mía de la universidad, Ángela. La verdad es que en aquellos años locos de universidad, teniendo ella su habitación tan cerca de la mía en la residencia, habíamos sido algo más que amigos. Novios no, pero un par de polvos… Por aquella época era un poco guarrilla, y ahora se iba a casar. Tras esos años quedamos como amigos y mantuvimos el contacto. Pero tranquilos, no me tiré a la novia el día de su boda. Sería algo muy morboso, pero no soy tan mala persona.

Pues bien, tras la ceremonia, tocaba el banquete. Éste se celebraba en un jardín muy grande y bonito. Yo iba muy elegante, de traje por supuesto. Me dispuse a saludar a los conocidos. Conocía a bastante gente. Vino Ángela y me presentó a su ya marido, el cual aún no conocía. Durante unos minutos que estuvimos solos hablando me tentó mucho soltarle algo como: “Enhorabuena por cazar a Ángela, no veas como la chupa.” Pero repito, no soy tan mala persona. Aunque no estaría mintiendo.

Un rato después me encontré con mi tercera copa en la mano y hablando con Alexandra, una de las damas de honor. O Alexa, como prefería que la llamasen. Alexa llevaba un vestido palabra de honor azul celeste, como el resto de las damas de honor, el cual contrastaba genialmente con sus ojos marrones y penetrantes, y con su cabello oscuro que caía hasta posarse sobre sus pechos. El vestido lo remataban unos tacones altos también azules. Esa vestimenta ceñida dejaba totalmente a la vista la impresionante silueta de Alexandra. Tetas grandes, culito apetecible… Tenía pinta de esas mujeres que te pillan por banda y no te dejan descansar en toda la noche.

Estuvimos un rato hablando de cosas cotidianas. La chica era muy simpática y tenía mucho desparpajo. Conforme íbamos bebiendo copas, la conversación fue cambiando de rumbo hacia cosas más interesante, como en qué sitios públicos habíamos tenido sexo. Seguramente empujada por el alcohol, soltó un comentario con mucha intención: “Nunca lo he hecho en una boda”. Mi contestación fue una simple sonrisa y Alexa lo entendió a la perfección. Miró disimuladamente a ambos lados, dejó la copa y tiró de mi corbata llevándome hacía el interior del jardín en el que estábamos celebrando el banquete. Cuando hubimos caminado lo suficiente para estar alejados del resto de invitados, se giró en secó y me metió la lengua hasta lamerme la garganta. Mis manos se dirigieron a aquellas tetas que había estado deseando palpar durante toda la conversación, para más tarde magrear su culo.

Quedó claro que Alexa no se conformaba con eso cuando su mano entró en mis pantalones. Yo no quise ser menos y metí la mía por debajo de su vestido. Cuando ya hubo palpado todo lo posible volvió a tirar de mí y dimos algunas vueltas buscando donde rematar la faena. No encontrábamos ningún sitio y yo pensaba que esté pibón me lo tenía que tirar aunque fuera tirados en el césped y nos pudieran pillar. Afortunadamente encontramos una especie de almacén donde guardaban instrumentos de jardinería, afortunadamente estaba abierto y afortunadamente había sitio suficiente.

Nada más entrar y cerrar la puerta, Alexa se arrodilló y me bajó la cremallera del pantalón. La guarrona estaba cachondísima. Sin llegar a bajarme los pantalones, me sacó la polla por la bragueta y comenzó a desplegar sus artes felatorias sobre mi miembro. Chupó y lamió con su boca mi pene flácido hasta que adquirió tamaño y dureza, dejando en él marcas de carmín de su pintalabios.

Una vez consideró que mi aparato estaba listo para la faena se levantó, dejando mi pene goteando de sus babas, para preguntarme:
-          ¿Tienes condones?
-          Sí, espera.
La experiencia me había enseñado a llevar siempre la cartera encima con al menos un condón. Lo saqué y ella me lo quitó de las manos. Lo abrió y se lo puso en los labios despacio y sin apartar la mirada de mis ojos. Volvió a arrodillarse y, posando las manos en mis nalgas para impulsarse, se fue metiendo mi polla en la boca hasta que su labio inferior tocó mis huevos. Es decir, entera. Se la sacó de la boca y con la mano acabó de colocar el preservativo. Desde luego, esta dama de honor tenía talento para poner condones con la boca.

Se levantó de nuevo, y ésta vez se quitó las bragas negras, poniéndomelas alrededor del cuello, y se subió el vestido hasta que pude ver su coñito bien depiladito. Abrió ligeramente las piernas y yo me coloqué entre ellas, cara a cara con Alexandra. Mientras ella me besaba el cuello yo la penetré despacio, y tras unos segundos empecé a follarla a buen ritmo contra la estantería del almacén. Yo la agarraba del culo y ella a mí del pelo, y me rodeaba con su pierna derecha. Me mordía el cuello, las orejas, los labios, y de vez en cuando volvía a repasar el interior de mi boca con su lengua. Separé un momento nuestras bocas para bajar la parte de arriba de su vestido hasta descubrir sus senos cubiertos por un sujetador negro. No le quité el sujetador pero se lo bajé por debajo de sus pechos para poder verlos. Tenía un piercing en cada pezón, y eso me puso más cachondo de lo que estaba.

Luego di la vuelta a la dama de honor y la penetré de nuevo, mordiéndole el cuello por detrás. Ella apoyó ahora sus manos en la estantería, y yo las mías en su cintura. En seguida se me pasó por la cabeza otra cosa. Saqué mi polla de su coño y la empecé a meter en su culo. Alexa, que obviamente se dio cuenta, intentó evitarlo sujetando mi pelvis con una mano a la vez que decía: “No… Por ahí no… Por el culo no…”.

Movido por la ebriedad hice caso omiso de sus quejas, y la penetré por la puerta trasera mientras ella gemía más fuerte, echaba la cabeza hacia atrás, cerraba los ojos y apretaba los dientes. Noté su culito muy apretado y estrecho, y eso me estaba dando un placer… Al poco tiempo Alexa ya se dejaba por completo, y mi polla entraba entera en su culo. Sus gemidos alternaban entre el gozo y el ligero dolor. Podía notar como resoplaba y se tensaba todo su cuerpo cada vez que entraba mi pene entero en su culo. Pasados unos minutos le temblaron las piernas y tuve que taparle la boca para evitar que oyeran su fuerte grito provocado por el orgasmo. Después fue mi turno.

Tras decirle simplemente “me voy a correr”, Alexa apresuradamente se arrodilló como al principio de nuestra aventura en el almacén. Me quitó el condón rápidamente y me pajeó a toda velocidad. Abrió la boca, sacó la lengua y apoyó la punta de mi miembro en ella, apuntando a su garganta, todo esto sin dejar de masturbarme. En seguida empecé a correrme, y los chorros de semen fueron entrando uno a uno en su boca. Cuando ya no salían más, lamió la puntita y succionó para sacar los últimos restos. Cuando tuvo toda mi corrida en su boca la engulló entera de un solo trago.

Se levantó y yo pensé que era el momento en el que me cruzaba la cara por habérsela metido por el culo, pero en vez de eso me abrazó y me susurró al oído: “Dios… Menudo orgasmo”.

Decidimos salir primero uno y 5 minutos después el otro para disimular y que no nos vieran volver juntos. Como yo solo tuve que guardarme la polla y meterme la camisa por dentro salí enseguida, dejando allí a Alexandra. Coincidimos de nuevo a la salida del baño después de secarnos el sudor y acicalarnos. Alexa ya estaba igual de elegante y arreglada que cuando la vi por primera vez aquel día, y no como la había dejado en el almacén: con el pelo alborotado, las tetas fuera, las bragas en el suelo y restos de mi semen en sus labios. Ambos sonreímos al vernos y fue ella quien se acercó y me dio una servilleta con su número de teléfono apuntado. Me sorprendió ese gesto después de cómo la había tratado, pero ella me dijo:
-          Me gusta que me den caña. – Y se despidió con un beso en los labios. – Llámame.






 Este relato está inspirado en la tuitera Alexandra, y está dedicado a ella.




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