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viernes, 26 de julio de 2013

Lizz, la hermana de mi amigo



Cierto verano me había ido yo a pasar unas semanitas a casa de uno de mis mejores amigos. Si hay algo de interés que sea digno de mencionar sobre este amigo mío es su preciosa hermana, Lizz.

Lizz era una jovencita, de mi edad o algún año menos, de pelo largo, castaño y liso. Unos ojos marrones muy bonitos. Brillantes y apetecibles labios. Todo eso hacía de ella una preciosidad de mujer. Pero no solo era guapa, sino que además estaba buenísima. Tenía una esbelta figura que siempre aprovechaba para lucir con pantalones vaqueros cortos y tops pequeños y ajustados. Vestimenta que realzaba su culo muy bien puesto y sus tetas de tamaño considerable, además de dejar ver un reluciente piercing en el ombligo. Remataba con unas largas piernas entre las que muchos hombres deseaban poder estar. La guinda del pastel era el piercing que tenía en la lengua, le daba el toque final de morbo. Sin embargo, y pese a todo esto, esta chica la veía como vetada para mí, al ser la hermana de uno de mis mejores amigos.

La historia transcurre en el chalet de verano de mi amigo, donde me invitó a pasar un par de semanas. Sus padres se habían ido de viaje, sin embargo su hermana seguía en la casa. Pasamos unos cuantos días con normalidad, divirtiéndonos inocentemente los tres. Yo cada día tenía que esforzarme por no mirar descaradamente los tremendos escotazos que lucía Lizz. Además, la veía muchas veces salir de la ducha solo con la toalla, o recoger sus tanguitas del tendedero cuando ya estaban secos. Vamos que esta chica me estaba provocando una terrible calentura.

Un día mi amigo había salido. Yo rondaba por la casa y fui a parar al salón, donde pude ver a través de la cristalera, a Lizz tomando el sol. Al estar en bikini podía observar perfectamente unos tatuajes que tenía bajo el ombligo, un nombre y unas estrellas, además del piercing del ombligo que ya he mencionado antes. Pero lo mejor de esa visión es que estaba tomando el sol… en TOPLESS. Cuantas veces había imaginado yo cómo sería ese par de pechos tan bonitos que tenía, y ahora podía verlos en directo. Admirar su tamaño, sus pequeños pezones, su moreno delatador de que era aficionada al topless en su chalet… Barajé muchas opciones ante tal avistamiento: sacar una foto sin que se diera cuenta, espiarla desde la casa, salir y tumbarme a su lado de forma natural, e incluso pajearme mirándola. Pero todas las opciones eran o incómodas o podían acabar en Lizz pillándome y clasificándome de pervertido para toda mi vida.

Aun así, yo no podía más con la calentura que llevaba encima. Opté por dirigirme a la habitación que me había sido asignada en la casa y buscar un poco de alivio por mí mismo. Total, que estaba yo en mi habitación viendo porno en mi ordenador y con una mano por dentro de mi pantalón. Llevaba así poquito tiempo cuando, sin previo aviso, Lizz irrumpió en la habitación. La sorpresa fue para ambos. Yo saqué de inmediato mi mano del pantalón, y cerré como pude la pantalla de mi portátil. Lizz iba en bikini, se había puesto la parte de arriba.
- Uy, lo siento, pensaba que te habías ido con mi hermano, sino habría llamado. – Se excusó.
Un instante después se ruborizó ligeramente, supongo que al caer en la cuenta de que ella había estado tomando el sol en topless pensando que yo no estaba en casa, y tenía la incertidumbre de si le había visto las tetas o no. De mi boca no fue capaz de salir palabra alguna, y lo único que hacía era sonrojarme completamente, ya que me había pillado masturbándome.

A partir de aquí la situación tomó un rumbo totalmente inesperado para mí. Lejos de asquearse o intentar pasarlo por alto, Lizz se acercó a mí, y tomó asiento a mi lado. Dijo sonriendo: “parece que necesitas ayuda”, y metió su mano por debajo de mi pantalón, donde antes estaba la mía. Notó, lógicamente, mi polla dura, pero no se cortó nada y empezó a masturbarme. Con la otra mano levantó la tapa de mi portátil y puso de nuevo en marcha el video porno que estaba viendo.

Y ahí estaba yo. Viendo porno mientras Lizz, la hermana de mi amigo, me hacía una paja. Luego cogió mi mano, y se la llevó a uno de sus senos. Yo, ni corto ni perezoso, en seguida empecé a magrearle ambas tetas con ambas manos. Apretando, masajeando, agarrando, pellizcando… Y mientras ella seguía jugando con mi pene. Sin parar de pajearme, puso la mano que tenía libre a su espalda, y con un sencillo movimiento la parte de arriba de su bikini cayó al suelo. Mi cara era un poema para entonces. No podía creer todo lo que estaba pasando.

Seguí magreando sus pechos, ahora descubiertos, con mis manos. Disfrutaba de lo que tocaba, de lo que veía y de la paja que me estaba haciendo. El video porno había quedado en segundo plano y ya ninguno de los dos le prestábamos atención. Lizz sacaba la mano de vez en cuando de debajo de mi pantalón para lamerse la palma o, en su defecto, escupir en ella, generando así algo de lubricante para la masturbación. Luego retomaba su faena con una gran técnica y un gran movimiento de muñeca.

Yo intenté aguantar todo lo que pude, ya que esperaba que con el tiempo esa paja derivara en mamada, pero no veía intención en ella de pasar a eso. Hasta que no pude más y exploté en mi pantalón. Lizz no dejó de pajear hasta unos cuantos segundos después de que acabara de correrme completamente. Después sacó la mano, cubierta en mi semen, y se llevó los dedos uno a uno a la boca relamiendo cada gota de mi corrida.

Sólo pude jadear un ridículo “gracias”, y ella acercó su boca a mi oreja para decirme: “Pues si te la llego a chupar no me duras ni la mitad… El piercing no es de adorno”. Esa insinuación de que hacía unas mamadas de miedo gracias al piercing de su lengua me dejó otra vez de piedra.

Lizz recogió la parte de arriba de su bikini y abandonó la habitación sin decir nada más. A partir de ese día no pude mirar a la hermana de mi amigo con los mismos ojos, sin embargo dejó de estar vetada para mí y apuraba cada momento esperando algún día llegar a follármela como dios manda.




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