La
soledad en el coche hacía el viaje muy aburrido. La música era mi única
acompañante, y por muy motivadora que sea, no me daba mucha conversación.
Llegué un viernes noche a la capital gallega, con solo ganas de meterme en la
cama de mi habitación de hotel y dormir. El día siguiente se presentaría mucho
más animado, aunque eso aún no lo sabía.
Amanecí
arisco. Esperando que ese fin de semana pasara cuando antes. Esa mañana
solucionaría mis asuntos, aunque no volvería a casa hasta el domingo. Me
parecía mucha paliza tantas horas en coche en dos días. Ya que hacía el viaje,
pasear un poco por Santiago aunque sea. La mañana se presentó como esperaba,
aburrida. A la hora de comer ya había cumplido el propósito del viaje. Por la
tarde, ya de otro humor, decidí ver un poco de esa ciudad. La verdad es que me
pareció una ciudad muy bonita, pero la habría disfrutado mucho más siendo un viaje
de placer, más largo y en compañía. Después de cenar llegaría una grata
sorpresa en forma de esbelta figura. Una inocente cerveza desembocaría en algo
increíble.