El tiempo parecía pasar más despacio de lo normal en aquella habitación. Me acababan de operar, y descansaba en el hospital. El aburrimiento hacía las horas más largas de lo normal. Por fin, alguien rompió la monotonía entrando en mi habitación. Era una enfermera. Era joven y guapa, con el pelo negro y liso, y los ojos azul claro.
- Hola, soy tu enfermera. Enseguida te daremos el alta, ¿cómo te encuentras?
- Bien.
- ¿Algún dolor o molestia?
- No.
La joven asintió con la cabeza y apuntó algo en la libreta que llevaba. Luego se acercó, rodeando mi cama hasta quedarse de pie a mi lado. Pasó los dedos por mi brazo, rozándolo ligeramente.
- ¿Hay algo que podamos hacer por ti?
- Estoy bien...
No me dí cuenta de que su mano resbalaba hacia la parte inferior de mi cuerpo hasta que noté sus cinco dedos cerrarse alrededor de mi miembro.
- ¿Seguro?
Me quedé sorprendido. Antes de que pudiera siquiera asimilarlo, la enfermera me había levantado la bata de hospital y acariciaba mi polla. Atónito, la miré. Ella me miró y me sonrió.
Aunque no comprendía la situación, no iba a ser tan tonto como para quejarme. Tras unos segundos, dejó la libreta a un lado y puso también la otra mano en la entrepierna. Sus manos tenían un tacto suave y realmente placentero. Con una me masajeaba el aun flácido pene y con la otra los huevos. Enseguida consiguió que mi polla se endureciera. Entonces se llevó las manos a la altura de la barbilla y dejó caer algo de saliva de su boca. Me agarró la polla con las dos manos, ahora ensalivadas, y empezó a masturbarme. Sus dos manos subían y bajaban resbalando por mi polla. Sus uñas pintadas de rojo daban un toque de color frente a todo lo demás. Por sus movimientos parecía como si me estuviera exprimiendo, pero la verdad es que era muy placentero.
La paja empezó a aumentar de velocidad. Cada vez más rápida. Cada vez más intensa. Tanto fue así que no pude evitar agarrarme a las sábanas y correrme explosivamente. La enfermera redujo la intensidad de la masturbación y para cuando acabé de correrme ya era casi un ligero masaje. Sacó entonces unos pañuelos de su bolsillo y me limpió. No se por qué, pero me resultó muy morboso ver a esa joven enfermera limpiando el semen de mi polla. Cuando estuve limpio sacó otros pañuelos y se limpió las manos, para luego volver a colocarme la bata. Tras esto, sin decir palabra, cogió su libreta y salió por la puerta.
Habían pasado unos minutos y yo seguía alucinando. Mi estado catatónico lo rompió de nuevo el sonido de la puerta abriéndose y dando paso a una mujer mayor.
- Hola, soy tu enfermera. Enseguida te daremos el alta, ¿cómo te encuentras?
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