Bajé atravesando la nieve hasta llegar al final de la pista. Cuando me detuve del todo, respiré el aire fresco de la montaña y me sentí satisfecho. Había pasado toda la mañana haciendo snowboard y se me había dado realmente bien. Me giré para observar una vez más la pista que tanto había disfrutado antes de dar por finalizada la sesión de la mañana e irme a descansar. Advertí una silueta que zigzagueaba elegantemente entre la poca gente que quedaba en la pista. Al llegar donde yo me encontraba, se detuvo con suavidad. Cuando se quitó las gafas de snow y se sacudió el pelo, me alumbró con su belleza. Me quedé inmóvil viendo cómo esa preciosa mujer abandonaba la pista. Ella no se dio cuenta. Y menos mal, porque me habría sorprendido con cara de tonto.
Esa misma tarde, después de dormir una necesaria siesta reparadora, bajé al bar del hotel en el que me hospedaba durante mi semana en la nieve. Fue entonces cuando entró en juego el azar, la suerte, el destino, o como se le quiera llamar. Fuese lo que fuese, provocó que la atractiva mujer que había visto en la pista, estuviera en el mismo bar que yo. La vi sola, en una mesa apartada, tomando una copa mientras leía. Sin la ropa de snow estaba más atractiva aún. Llevaba un vestido negro de una sola pieza. Me senté en la barra y pedí una cerveza. Me la bebí tranquilamente mientras echaba rápidas miradas furtivas a aquella mujer de vez en cuando. Ella seguía en la misma pose, absorta en su lectura. Varias veces pensé en decirle algo, pero no estaba seguro. No me atrevía. Además, intentar ligármela interrumpiendo su lectura no era la mejor idea.
Yo iba por mi segunda cerveza cuando vi que cerraba el libro y lo dejaba en la mesa. Era el momento. Ahora no molestaría su lectura, pero si tardaba demasiado se iría. Hice el amago de levantarme un par de veces, pero a la tercera fue la vencida. Me animé y fui a hablarle.
- Hola. Te he visto esta mañana en la pista. ¿Te importa que me siente?
Hubo unos segundos de silencio, en los que solo me miró. Se lo estaba pensando. Finalmente accedió y yo suspiré aliviado. Estuvimos un rato hablando mientras ella se tomaba su segunda copa y yo mi tercera cerveza. Se llamaba Lina, era andaluza y trabajaba de azafata de congresos. No le pregunté la edad, pero rondaría los 27 o 28. Era una mujer muy guapa, con ojos marrones y pelo castaño y liso que le caía a la altura del pecho pero sin llegar a los senos. Tenía una sonrisa increíblemente bonita. Su voz me era muy familiar. Me sonaba de algo, pero por mucho que le di vueltas no recordé de qué.