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sábado, 15 de diciembre de 2018

Microrrelato: Mirón



Miró el reloj. Las ocho menos cinco de la tarde. Dejó lo que estaba haciendo y fue con paso rápido al salón. Cerró las cortinas de la ventana del salón, pero no del todo. Dejó una pequeña obertura entre una cortina y otra. Se sentó en el suelo, frente a la ventana. Dejó a su lado una caja de pañuelos. Se colocó unos pequeños prismáticos sujetos a la cabeza mediante una cinta. Por último, se bajó los pantalones y los calzoncillos. Preparado. Bajó ligeramente los prismáticos para tenerlos sobre los ojos. Apareció ante él una imagen aumentada de sus cortinas. Giró lentamente la cabeza hasta encontrar la obertura entre las cortinas y allí divisó la fachada del edificio de en frente. Contó cuatro pisos hacia arriba y tres ventanas hacia la derecha. La ventana estaba abierta, como siempre, pero tras ella no había nadie. Esperó con impaciencia. El corazón le latía como si fuera la primera vez. Se quitó los prismáticos y miró el reloj. Las ocho y cinco. Su nerviosismo iba en aumento. Ella nunca se retrasaba. Volvió a ponerse los prismáticos y siguió esperando. Ocho y diez. Finalmente, la vecina del edificio de enfrente hizo aparición. Se recogió el pelo con una coleta. Luego se quitó la ropa, quedándose en ropa interior. Tras unos breves estiramientos, comenzó sus rutinarios ejercicios de gimnasia. Como cada día, olvidó correr las cortinas. O tal vez no le importaba que la observaran. Oculto tras las cortinas, él ya se había echado lubricante y se masturbaba con la estimulación visual de su vecina haciendo gimnasia semidesnuda. Las poses que ella adoptaba le daban una increíble visión de su terso culo, sus firmes tetas y, en general, su cuerpo atlético.¿Estaba mal espiarla de esa manera? Tal vez. Eso le daba un punto de travesura que le añadía morbo. Le gustaba pensar que su vecina dejaba la ventana abierta a propósito porque le gustaba excitar a los mirones. Con el paso del tiempo, el cuerpo de la gimnasta estaba cada vez más sudado, lo que hacía la escena más erótica. El sudor hacía que su cuerpo brillara. Como siempre, la paja duró menos que la gimnasia de la vecina. Se corrió mientras observaba a su vecina hacer sentadillas de espaldas a él. Ese increíble culo era algo con lo que solo podía soñar. O como mucho, observar. Pese a haber terminado su paja, no dejó de contemplar el espectáculo. Se quedó sentado en el suelo de su salón, jadeando y satisfecho, mientras espiaba a su vecina hasta que terminó sus ejercicios.



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