Era una noche como cualquier otra. Después de un rato viendo la televisión, la apagué y me dirigí a mi habitación para dormir. Antes de acostarme, me sonó el móvil y vi que había recibido un mensaje de Eva. Solo ponía: "Mira tu email ya". Intrigado, encendí el ordenador y abrí el email que, en efecto, había recibido de mi vecina. En él solo había un enlace, no ponía nada más. En otro caso no lo habría abierto porque parecía un virus, pero el mensaje que me había enviado significaba que ella era consciente del email.
Hice click en el enlace y se abrió en mi pantalla un vídeo. Pese a la escasa iluminación de la escena, se distinguía a un hombre sentado al borde de la cama y a una mujer arrodillada entre sus piernas. Le estaba haciendo una mamada que, a juzgar por la expresión del rostro del hombre, estaba siendo muy buena. Solo cuando la mujer se apartó el pelo moreno de la cara, se pudo ver con claridad la polla entrando en su boca. No solo eso, sino que fue entonces cuando reconocí a mi vecina. La mujer del vídeo era Eva. ¿Me había enviado un vídeo porno suyo?
Aunque en un primer momento pensé que era un vídeo, iba a descubrir que era algo aún más morboso. Por primera vez me percaté de que la fecha y hora marcadas en la esquina superior izquierda eran las de aquel mismo instante. Eva estaba retransmitiendo su polvo en directo para mi disfrute. Por la mala iluminación no había reconocido el dormitorio de mi vecina, en el cual tantas veces había estado.