Eva era una chica de mi edad, morena, con el pelo medianamente
largo, un poco pasados los hombros. Tenía una carita angelical, muy guapa, con
una sonrisa picarona en ella a todas horas. Sus ojos eran oscuros y
penetrantes. Su cuerpo siempre dibujaba una bonita figura que despertaba el
deseo de cualquier hombre. Sus tetas, aunque no eran muy grandes, siempre las
lucía bien. Solía desviar miradas en el ascensor por culpa de sus escotes bien
llevados. Unas piernas largas, bien depiladas, suaves y brillantes, remataban
un cuerpo de infarto. Pero lo mejor de Eva era sin duda su culo. Un culo firme
y bien puesto. Redondito y prieto. Su voz dulce y suave correspondía
perfectamente a ese aspecto inocente de Eva. Sin embargo, por lo que había
podido deducir alguna vez, de inocente tenía poco. Más de una vez había visto
salir hombres de su casa por la mañana. Muchas veces sus pezones marcados en la
camisa me daban la pista definitiva para saber que no llevaba sujetador. Alguna
vez, al no poder apartar la vista de su culo, había podido ver asomando algún
tanguita. Incluso alguna noche habían llegado a mi habitación los gemidos
dulces de Eva cumpliendo los deseos de algún hombre. O varios. El hecho de
imaginar eso junto a los gemidos que oía, había causado en alguna ocasión una
sesión masturbatoria en honor a mi vecina. Cada vez que la veía me preguntaba
qué pensaría si supiera que me he hecho pajas pensando en ella. Pensando en
follármela en todas las posiciones posibles y todos los lugares imaginables.
Todos los relatos que aparecen en este blog han sido escritos por mí.
Ninguno ha sido copiado de ninguna otra web de relatos y se ruega que, del mismo modo, tampoco sean copiados (excepto consentimiento expreso).
Gracias.
viernes, 28 de junio de 2013
Eva, la vecina
sábado, 22 de junio de 2013
Kimberly, la azafata
De repente, un desfile de azafatas rompió la monotonía de mi
espera. Cinco azafatas, lideradas por tres hombres con aspecto de piloto,
caminaban hacia la puerta de embarque. Cinco guapas azafatas, cada cual con
mejor o peor cuerpo, pero sobre todas destacaba una preciosa rubia. Tal vez
fuera porque su color de pelo era distinto al de sus compañeras, pero me
pareció la más sexy de todas ellas. Empecé a imaginar a las orgías que se
podrían montar esos tres pilotos con las cinco azafatas cachondas, y cuando
volví en mí, ya habían embarcado y estaban empezando a embarcar los pasajeros.
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