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domingo, 15 de mayo de 2016

El striptease de Cristina



Me encontraba en mi habitación de la fraternidad estudiando para el examen que tenía la semana siguiente. Llevaba únicamente unos pantalones cortos, ya que por esa época hacía calor. Mi total concentración en la materia que estudiaba quedó interrumpida por unos suaves golpes en mi puerta. Me levanté molesto a ver de que se trataba. Abrí la puerta y me quedé boquiabierto al ver frente a mí a Cristina, una chica de la sororidad PAM, vestida de policía. Me miró con sus ojos verdes por encima de las gafas de sol durante unos segundos, para luego empujarme hacia dentro de la habitación. Sin mediar palabra, colocó en el centro del dormitorio la silla que estaba ocupando durante mi estudio y me sentó en ella. Me rodeó lentamente hasta ponerse detrás de mí, me agarró las manos y oí un chasquido al mismo tiempo que notaba el frío metal en mis muñecas. Me había puesto unas esposas. Volvió delante de mí enseñándome las pequeñas llaves de las esposas y luego las dejó sobre mi mesa. Yo no sabía qué estaba pasando pero me estaba resultando muy morboso.

Lo primero que se quitó Cristina fue la gran chaqueta de policía que le cubría casi todo el cuerpo. De uno de los bolsillos de dicha chaqueta sacó un pequeño altavoz que dejó en la mesa y luego le dio a un botón. Se quedó de pie con las piernas abiertas, frente a mí, esperando a que la música sonara, mientras yo me deleitaba observando lo bien que le sentaba el uniforme policial. Consistía principalmente en dos piezas: la parte superior era una especie de camisa azul marino, ajustada y escotada; y la inferior se trataba de un pantaloncito del mismo color, corto y ajustado. La camisa incluía una brillante placa sobre su pecho izquierdo. El pantalón, por otra parte, estaba rodeado por un cinturón en el que se sujetaban una porra y una pistola. Su calzado eran un par de tacones altos negros. Sus bonitos ojos verdes, en los que yo ya me había fijado hace tiempo, los tapaban unas gafas de sol. Sobre su pelo rubio, recogido en una coleta, llevaba una gorra con visera y el escudo de la policía.

La música empezó a sonar. Una música sensual y sugerente. Precisamente fue el pelo el primer paso. Se quitó la goma que lo sostenía, dejándolo suelto y revoltoso, cayendo por encima de sus hombros. Una melena dorada que brilló al chocar con los pocos rayos de sol que dejaba pasar mi persiana. Se puso a contonearse al ritmo de la música. Movía el culo de una forma muy sensual, casi hipnótica. Se colocó encima de mí, pero de pie, de modo que yo quedaba entra sus piernas, sentado. Apoyó sus manos en mis hombres siguió moviendo la cintura, ahora a escasos centímetros de mi cara.

Después dio un paso atrás. Cogió el borde inferior de su camisa y fue levantándola lentamente, al ritmo de la canción. Se detuvo cuando llegó a la altura de los pechos, sonriendo mientras enseñaba su ombligo del que colgaba un piercing. Tras unos segundos de pequeña tortura acabó de quitarse la camisa, quedando a la vista un sexy sujetador negro con transparencias que cargaba el peso de sus grandes tetas. Se podían ver ligeramente sus pezones a través de ellos. Cristina se apretó los pechos con las manos, sin dejar de mirarme y de bailar.

Dejó sus pechos libres y llevó las manos al cierre de su cinturón. Lo desabrochó con facilidad y lo dejó en el suelo, junto a la silla donde yo estaba sentado, estupefacto, contemplando el espectáculo. Una vez liberada del cinturón, me dio la espalda mostrándome de nuevo su firme y redondo culo. Bajó su pequeño pantalón ajustado acompañando los compases de la canción que sonaba, hasta que cayó a sus tobillos, y un bonito culotte negro a juego con el sujetador quedó a la vista. También quedó al descubierto un tatuaje alargado estilo tribal en la parte baja de la espalda, casi en el culo. Nada como un tatuaje para aumentar el nivel de morbo. Luego, con un movimiento del pie, echó el pantalón a un lado. Volvió a girarse hacia mí, presentándome su delicioso cuerpo en ropa interior. Levantó un pie y apoyó su tacón en mi pecho. Apretó contra él, clavándomelo lo suficiente como para notarlo pero sin llegar a doler. Me miró con superioridad. Se quitó las gafas de sol y las tiró. Derritiéndome con sus ojos verdes levantó el pie hasta mi boca. Me pareció entender lo que quería, así que mordí el cierre con los dientes y tiré de él para desabrochar el zapato. Cristina sonrió e hizo lo mismo con el otro pie. Con los dos desabrochados, dio dos patadas al aire mandando un tacón a cada lado.

Una espectacular escena iba a suceder. Cristina se puso a cuatro gatas en el suelo y gateó sensualmente hasta el cinturón que había tirado junto a mi silla. Sacó la porra de policía ante mi atenta mirada. Gateó de nuevo, hasta colocarse entre mis piernas. Cogiendo la porra con las dos manos, la puso en mi entrepierna. Entonces se puso a darle lametones y besos, para luego metérsela en la boca como una polla. Simulaba como si me estuviera haciendo una mamada, sin separar sus ojos verdes de los míos. Pese a no sentir físicamente lo que ella hacía, me daba la impresión de que estaba chupando increíblemente bien. Cristina estaba realmente atractiva simulando una felación, aún con la gorra de policía puesta, y su cabello rubio alborotado. Después de un par de minutos de demostración de sus habilidades orales, volvió a dejar la porra a un lado.

A esas alturas ya empezaba a haber acción en mi entrepierna, pero estaba aguantando como podía. Aún así, un pequeño bulto se marcaba en el pantalón. Cristina se sentó en mis piernas, de espaldas a mí, apoyando su culo en mi entrepierna. Se puso a moverlo sensualmente, rozando mi polla con sus nalgas. Yo me sentía impotente. De no haber estado esposado a la silla, me habría abalanzado sobre ella y la habría empotrado pero bien. Sin embargo, ahí estaba yo, indefenso, viendo cómo Cristina meneaba su tremendo culo sin poder disfrutarlo. Al final, consiguió lo que buscaba. Mi miembro fue creciendo hasta que alcanzó la completa erección. La sonrisa en el rostro de Cristina evidenciaba su satisfacción por lo conseguido. Entonces se dio la vuelta sobre sí misma, y quedó aún sentada en mis piernas, pero ahora cara a cara conmigo. Me volvía loco moviendo la cintura. Se puso a bailar sensualmente en mi regazo, y de vez en cuando me besaba el cuello o me lamía la oreja. Me cogió el pelo con las dos manos y tiró de él, provocando que echara la cabeza para atrás. Luego apretó su pecho contra el mío. Vi que se echaba las manos a la espalda y, en un abrir y cerrar de ojos, lanzaba su sujetador al suelo, estando aún abrazada a mí. Sus tetas estaban presionadas contra mi pecho. Notaba sus duros pezones. Ella se contoneó siguiendo el ritmo de la música, y así masajeaba mi torso con sus pechos. Al fin echó la espalda hacia atrás, separándose de mí y permitiéndome ver sus tetas. Unas tetas muy bonitas. De buen tamaño, redonditas, naturales, y con pezones pequeños. Cristina se disfrutaba viendo la lascivia en mis ojos mientras miraba sus tetas. Se agarró sus pechos y los estrujó, los masajeó, los apretó, los movió en círculos, se acarició los pezones... Todo ello sentada en mis piernas y sin dejar de bailar sensualmente.

Se agachó hasta alcanzar otra vez la porra. Me miró. Mientras nuestras miradas se encontraban dejó caer un hilo de saliva que resbaló entre sus pechos. Después, en ese mismo espacio, colocó la porra de policía. Masturbó con sus tetas la porra como si de una polla de verdad se tratase, todo ello sin perder la sonrisa pícara de su rostro. El siguiente paso fue cambiar la porra por la pistola. Le dio una lametón suave al cañón del arma, antes de apretar la punta contra mis labios. Apretó hasta que cedí y abrí la boca. Cristina jugó con la pistola dentro de mi boca durante unos segundos, que pareció disfrutar plenamente.  Luego se incorporó levemente, colocando sus preciosas tetas frente a mi cara. Las movió mientras bailaba, como si intentara hipnotizarme. Entonces noté la pistola en mi sien y la policía rubia me susurró dulcemente "Lame". Saqué la lengua y lo hice. Lamí sus pezones a punta de pistola. Estaban deliciosos. Y muy duros. A Cristina se le escapó algún suspiro de placer.

La canciones sensuales se sucedían una a otra, casi sin silencio entre ellas. Cristina tiró la pistola y se levantó, separando sus babeadas tetas de mi cara. Caminó con tranquilidad rodeándome hasta que se puso detrás de mí, donde no podía verla. Hubo unos segundos de incertidumbre en los que no sabía qué esperar. Entonces apareció la mano de Cristina por detrás, hasta mostrar frente a mis ojos el culotte que antes llevaba puesto. Se me iluminaron los ojos. Ella me metió su culotte en la boca con dulzura, y luego usó las manos para acariciarme el pecho desnudo. Yo no podía dejar de pensar que justo detrás de mí estaba Cristina totalmente desnuda, y eso es algo que quería. Los pocos minutos que duró su juego de manos a mis espaldas se me hicieron eternos. Finalmente la vi aparecer por un lado y quedarse frente a mí bailando sensualmente. Ya solo llevaba la gorra de policía, ninguna prenda más de ropa. Su coño estaba descubierto frente a mí. Llevaba el vello perfectamente recortado formando un triángulo invertido. Le quedaba genial, y le añadía aún más morbo.

Cristina estuvo un rato bailando frente a mí completamente desnuda. Su forma de bailar ponía cachondo a cualquiera, aún sin quitarse la ropa. En mi entrepierna era evidente el enorme bulto que provocaba mi polla dura en el pantalón. De hecho, Cristina desviaba allí su mirada de vez en cuando, recreándose en lo caliente que me ponía.

Todo se puso más interesante cuando se arrodilló entre mis piernas como antes, y me bajó el pantalón y los calzoncillos. Obviamente, no opuse resistencia alguna. Una tierna sonrisa se le dibujó al ver mi polla a punto de explotar. La agarró firmemente con la mano. Luego me miró a los ojos. Por fin llegaba lo bueno. Cristina acercó varias veces la cabeza a mi entrepierna pero cuando yo esperaba notar su lengua, volvía a alejar la boca. Yo lo estaba deseando. Ella seguía cogiéndome la polla con la mano. Acercaba los labios a escasos centímetros de mi glande, lo miraba, se relamía, pero no llegaba a chupar. Cada vez que hundía la cabeza yo llegaba a notar su cálido aliento en mi miembro, y me deleitaba pensando en que iba a repetir conmigo la magnífica mamada que antes había hecho a la porra de policía.

Soltó mi polla y cogió las llaves de la mesa. Me quitó las esposas y su culotte de mi boca. Yo llevé directamente mis manos a acariciar su pelo, dispuesto a disfrutar de un placentero sexo oral. Sin embargo, Cristina se levantó y paró la música. Se puso la chaqueta que le cubría todo el cuerpo y recogió todas sus cosas ante mi perplejidad. Antes de irse se acercó a mí con seguridad, me cogió la mano y dejó caer su saliva en la palma.
 - Que te lo pases bien... - Me dijo guiñándome un ojo, justo antes de salir por la puerta.


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