Una
tarde muy aburrida. Sin nada que hacer y tirado en el sofá de casa
desaprovechando mi tiempo. Me vestí y salí de caso. Crucé el rellano y llamé a
la puerta de en frente, donde vive mi vecina Eva. Llamé al timbre con la
esperanza de que a Eva le apeteciese salir por lo menos a tomar unas cervezas.
No hubo respuesta. Volví a llamar. Lo mismo. Llamé una tercera vez. Al fin oí
unos pasos al otro lado de la puerta. Me abrió Eva, pero no cómo me la
esperaba. Con una mano sostenía la puerta y con la otra la toalla que cubría su
cuerpo.
-
Uy, ¿te estabas duchando? Perdón…
-
Eh… No, en realidad no…
Me
extrañó, ya que al ver que estaba desnuda y solo cubierta por una toalla pensé
que estaría en la ducha o a punto de entrar en ella. Entonces oí una voz
femenina en el interior de su casa que llamaba a mi vecina. Eva se disculpó un
momento, dejó la puerta entornada y se adentró en su casa. Segundos después
volvió a aparecer frente a mí.
-
¿Quieres pasar? – Me dijo con una sonrisa.
Una sonrisa que yo conocía perfectamente y sabía lo que significaba.
Contesté
con otra sonrisa y entré en la casa. En cuanto cerró la puerta tras de mí, Eva
dejó caer su toalla en el suelo, dejando al descubierto ese precioso cuerpo que
yo tantas veces había visto y disfrutado. Me dio una palmadita en el culo y me
cogió de la mano para llevarme a su dormitorio.
En
su cama había una preciosa pelirroja, totalmente desnuda, con la mano
acariciándose la entrepierna, seguramente pensando en lo que pasaría a
continuación.
-
Esta es Rebeca. Él es Juan. – Nos
presentó Eva.
Llegué
al borde de la cama y ambas mujeres se lanzaron sobre mí como lobas. En un
abrir y cerrar de ojos me habían desnudado y tumbado en la cama.