Todos los relatos que aparecen en este blog han sido escritos por mí. Ninguno ha sido copiado de ninguna otra web de relatos y se ruega que, del mismo modo, tampoco sean copiados (excepto consentimiento expreso). Gracias.
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lunes, 3 de febrero de 2020

Escándalo público



Ángela y Carlos salieron del local a toda prisa y sin quitarse las manos de encima el uno del otro. Avanzaban calle abajo sin soltarse ni por un momento. Carlos acariciaba el firme culo de Ángela, deseando llegar a casa para hacerlo suyo. Solo se detenían para besuquearse lascivamente.
 - ¿Falta mucho para llegar a tu casa? - Preguntó Ángela tras unos cinco minutos de caminata.
 - Está cerca.
Pero la excitación se había apoderado de ella. Después de un buen rato bailando juntos al ritmo de una música sensual, con sus roces, caricias y miradas, Ángela estaba demasiado caliente. No podía esperar más. Se detuvo para besar a Carlos de nuevo. Esta vez, casi inconscientemente, deslizó la mano por dentro de su pantalón y acarició su miembro, el cual ya estaba un poco duro. En cuanto hizo contacto con la suave piel de sus dedos, la dureza aumentó hasta la completa erección. Notar la endurecida polla de Carlos fue la gota que colmó el vaso de la excitación de Ángela.
 - Yo no aguanto más. - Dijo entre jadeos.
Acto seguido empujó a Carlos hacia un callejón. Se adentraron en él entre risas, en las que se percibía claramente la tensión sexual.

En cuanto llegaron al final del callejón sin salida, Ángela se lanzó rápidamente al suelo, sin tiempo que perder. Bajó la bragueta del pantalón de Carlos, metió la mano y sacó su polla. Un segundo después la tenía en su boca. "Mmmm..." se le oyó a Ángela. Un sonido de claro deleite que denotaba las ganas que tenía de comérsela. Carlos emitió el mismo sonido al notar la calidez de su boca alrededor de la polla y su húmeda lengua acariciándola. Apoyó la espalda en la pared que tenía detrás y disfrutó de la maravillosa mamada de Ángela, la cual solo duró un par de minutos, ya que estaban deseosos por pasar a mayores.
 - Qué bien lo haces... - Le dijo Carlos.
 - Fóllame ya... - Fue su contestación.
Ángela se levantó y se apoyó en la pared. Carlos se puso detrás de ella. Levantó su vestido, apartó su tanga a un lado y se la metió. Ángela gimió de placer. Empezaron los vaivenes. La polla de Carlos invadiendo a Ángela una y otra vez. Follando ocultos en la oscuridad nocturna de aquel callejón. De repente, se oyó el rugir de un motor y apareció un coche en la entrada al callejón.

Para su horror, vieron que el coche giraba y se metía en el callejón. Y eso no era todo, además era un coche de policía. En cuanto el coche entró en el callejón, las luces de los faros iluminaron los cuerpos de Ángela y Carlos, que se habían quedado inmóviles, sin saber cómo reaccionar, ya que no había dónde esconderse. Se separaron de golpe y se colocaron la ropa. El coche se detuvo frente a ellos. Se apagaron los focos y salió un agente de policía del coche con una linterna en la mano.
-        Señores, ¿acaso no tienen ustedes casa para hacer estas cosas?
La luz de la linterna recorrió el cuerpo de Ángela desde sus tobillos hasta su cara, parando más de la cuenta en su pronunciado escote. Ese repaso que le dio el policía encendió aún más a Ángela, que aún seguía cachonda. No supo por qué lo hizo, quizá a causa del alcohol en sangre, pero Ángela puso su mano en la entrepierna del policía. Sorprendido, el agente la miró fijamente unos segundos, durante los cuales la mano de Ángela no se apartó de su paquete. Luego miró a Carlos.
-        Largo.
-        Pero… - Titubeó Carlos.
-        Largo o duermes en el calabozo.
Carlos miró a Ángela, que le sonrió. Se abrochó bien el pantalón y caminó cabizbajo hasta desaparecer.

jueves, 16 de mayo de 2019

A sus órdenes



Era media tarde cuando el sargento irrumpió en las duchas del campamento militar. Lo único que se oía era el agua caer de una de las duchas. El sargento se quedó parado en mitad de la estancia.
 - ¡Cabo Cabrera! - Gritó.
El sonido de la ducha cesó al momento. Entre el vaho que inundaba el lugar, apareció la esbelta figura de una mujer caminando con paso firme. Se plantó frente al sargento sin siquiera preocuparse de cubrirse con la toalla que colgaba de la percha. Su cuerpo desnudo y mojado se erguía rígido frente a él. Su mirada seria demostraba seguridad y disciplina. Pese la falta de ropa, los ojos del sargento no se despegaron de los de la cabo.
 - Vístase y preséntese en mi tienda de inmediato.
 - ¡Sí, señor! - Cabrera acompañó sus palabras con el saludo militar. - Para lo que usted necesite, señor.
En cuanto se giró el sargento para abandonar las duchas, apareció una sonrisa cómplice en la cara de Cabrera. Sabía para qué le reclamaba en su tienda. Se excitó solo de pensarlo.

En un santiamén se presentó la cabo en la tienda de su superior. Era una tienda algo más "sofisticada" que las de los rangos inferiores, con algo más de mobiliario, pero sin excesos. Además, no tenía que compartirla con otros soldados. Al verla llegar, el sargento se levantó para recibirla. Una vez dentro, Cabrera cerró la puerta tras de sí. Luego se paró frente al sargento, cara a cara, e hizo el saludo militar.
 - ¡A sus órdenes, señor!
Él le devolvió el saludo. 

Marta Cabrera era una atractiva y joven militar con un gran sentido de la disciplina. Su pelo era corto, rizado y completamente negro. Sus ojos marrones, a juego con su piel tostada por la continua exposición al sol. Gracias a los ejercicios físicos diarios en el campamento militar, su cuerpo estaba bien trabajado, entrenado, en forma. Un culo firme y duro. Unos pechos de buen tamaño, habitualmente bien disimulados por el uniforme militar. Pero, en aquel momento, Cabrera solo llevaba una camiseta verde militar de tirantes que le marcaba los pezones. Además de eso, un pantalón largo de camuflaje y las botas. Marta era deseada por la gran mayoría de los militares del campamento (si no todos), pero a ella solo le excitaban los superiores. Acatar órdenes le ponía cachonda. Y eso era beneficioso, principalmente, para su sargento, que siempre estaba dispuesto a exponer sus órdenes a la cabo Cabrera.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Microrrelato: No tocar



Su mujer le había prohibido terminantemente tocar a la sirvienta, por eso él se limitaba a observarla. Nada de tocar, pero... ¿y mirar? La mujer que solía hacer sus tareas del hogar ahora disfrutaba exhibiéndose para él. Adicta a las travesuras y fuertemente atraída por él, acariciaba su propio cuerpo desnudo ante la lasciva mirada del hombre. Tirada en la cama, se masturbaba con una mano y se acariciaba los pechos con la otra. Él, sentado en el sofá, no perdía detalle. Con una mano sujetaba una copa de whisky y con la otra se masturbaba valiéndose de la erótica escena en vivo de su sirvienta. Ella, solo con saber que le estaba excitando, se ponía aún más cachonda. Él, viendo que ella cada vez se daba más placer, aumentaba el ritmo de su propia masturbación. Los dos, juntos pero separados, se acercaban al orgasmo. La sirvienta pasó a frotarse la entrepierna con las dos manos observando a su "cliente" masturbarse a gran velocidad. Ya estaba muy cerca del clímax, pero le llegó primero a él. Dejó la copa en la mesa, se levantó del sofá y se acercó a la cama sin dejar de pajearse. La sirvienta se arrastró hasta el borde de la cama y se quedó tumbada tocándose. De repente, empezó a notar un líquido calentito lloviendo sobre su cuerpo desnudo. Él gruñó de placer mientras se corría sobre su sirvienta. Chorros de semen volaron desde la punta de su polla hasta la morena piel de su sirvienta. Le manchó el vientre, las tetas... E incluso alguna gota llegó hasta su cara. Ella mantenía la boca abierta por si tuviera la suerte de que cayera algo dentro. Acabó de eyacular y se fue satisfecho de la habitación. La sirvienta se quedó tumbada, desnuda y cubierta de semen, masturbándose hasta llegar ella también al orgasmo, para luego seguir con sus tareas del hogar.


domingo, 15 de mayo de 2016

El striptease de Cristina



Me encontraba en mi habitación de la fraternidad estudiando para el examen que tenía la semana siguiente. Llevaba únicamente unos pantalones cortos, ya que por esa época hacía calor. Mi total concentración en la materia que estudiaba quedó interrumpida por unos suaves golpes en mi puerta. Me levanté molesto a ver de que se trataba. Abrí la puerta y me quedé boquiabierto al ver frente a mí a Cristina, una chica de la sororidad PAM, vestida de policía. Me miró con sus ojos verdes por encima de las gafas de sol durante unos segundos, para luego empujarme hacia dentro de la habitación. Sin mediar palabra, colocó en el centro del dormitorio la silla que estaba ocupando durante mi estudio y me sentó en ella. Me rodeó lentamente hasta ponerse detrás de mí, me agarró las manos y oí un chasquido al mismo tiempo que notaba el frío metal en mis muñecas. Me había puesto unas esposas. Volvió delante de mí enseñándome las pequeñas llaves de las esposas y luego las dejó sobre mi mesa. Yo no sabía qué estaba pasando pero me estaba resultando muy morboso.

Lo primero que se quitó Cristina fue la gran chaqueta de policía que le cubría casi todo el cuerpo. De uno de los bolsillos de dicha chaqueta sacó un pequeño altavoz que dejó en la mesa y luego le dio a un botón. Se quedó de pie con las piernas abiertas, frente a mí, esperando a que la música sonara, mientras yo me deleitaba observando lo bien que le sentaba el uniforme policial. Consistía principalmente en dos piezas: la parte superior era una especie de camisa azul marino, ajustada y escotada; y la inferior se trataba de un pantaloncito del mismo color, corto y ajustado. La camisa incluía una brillante placa sobre su pecho izquierdo. El pantalón, por otra parte, estaba rodeado por un cinturón en el que se sujetaban una porra y una pistola. Su calzado eran un par de tacones altos negros. Sus bonitos ojos verdes, en los que yo ya me había fijado hace tiempo, los tapaban unas gafas de sol. Sobre su pelo rubio, recogido en una coleta, llevaba una gorra con visera y el escudo de la policía.

La música empezó a sonar. Una música sensual y sugerente. Precisamente fue el pelo el primer paso. Se quitó la goma que lo sostenía, dejándolo suelto y revoltoso, cayendo por encima de sus hombros. Una melena dorada que brilló al chocar con los pocos rayos de sol que dejaba pasar mi persiana. Se puso a contonearse al ritmo de la música. Movía el culo de una forma muy sensual, casi hipnótica. Se colocó encima de mí, pero de pie, de modo que yo quedaba entra sus piernas, sentado. Apoyó sus manos en mis hombres siguió moviendo la cintura, ahora a escasos centímetros de mi cara.

sábado, 9 de abril de 2016

Chequeo manual



El tiempo parecía pasar más despacio de lo normal en aquella habitación. Me acababan de operar, y descansaba en el hospital. El aburrimiento hacía las horas más largas de lo normal. Por fin, alguien rompió la monotonía entrando en mi habitación. Era una enfermera. Era joven y guapa, con el pelo negro y liso, y los ojos azul claro.
 - Hola, soy tu enfermera. Enseguida te daremos el alta, ¿cómo te encuentras?
 - Bien.
 - ¿Algún dolor o molestia?
 - No.
La joven asintió con la cabeza y apuntó algo en la libreta que llevaba. Luego se acercó, rodeando mi cama hasta quedarse de pie a mi lado. Pasó los dedos por mi brazo, rozándolo ligeramente.
 - ¿Hay algo que podamos hacer por ti?
 - Estoy bien...
No me dí cuenta de que su mano resbalaba hacia la parte inferior de mi cuerpo hasta que noté sus cinco dedos cerrarse alrededor de mi miembro.
 - ¿Seguro?
Me quedé sorprendido. Antes de que pudiera siquiera asimilarlo, la enfermera me había levantado la bata de hospital y acariciaba mi polla. Atónito, la miré. Ella me miró y me sonrió.

Aunque no comprendía la situación, no iba a ser tan tonto como para quejarme. Tras unos segundos, dejó la libreta a un lado y puso también la otra mano en la entrepierna. Sus manos tenían un tacto suave y realmente placentero. Con una me masajeaba el aun flácido pene y con la otra los huevos. Enseguida consiguió que mi polla se endureciera. Entonces se llevó las manos a la altura de la barbilla y dejó caer algo de saliva de su boca. Me agarró la polla con las dos manos, ahora ensalivadas, y empezó a masturbarme. Sus dos manos subían y bajaban resbalando por mi polla. Sus uñas pintadas de rojo daban un toque de color frente a todo lo demás. Por sus movimientos parecía como si me estuviera exprimiendo, pero la verdad es que era muy placentero.

La paja empezó a aumentar de velocidad. Cada vez más rápida. Cada vez más intensa. Tanto fue así que no pude evitar agarrarme a las sábanas y correrme explosivamente. La enfermera redujo la intensidad de la masturbación y para cuando acabé de correrme ya era casi un ligero masaje. Sacó entonces unos pañuelos de su bolsillo y me limpió. No se por qué, pero me resultó muy morboso ver a esa joven enfermera limpiando el semen de mi polla. Cuando estuve limpio sacó otros pañuelos y se limpió las manos, para luego volver a colocarme la bata. Tras esto, sin decir palabra, cogió su libreta y salió por la puerta.

Habían pasado unos minutos y yo seguía alucinando. Mi estado catatónico lo rompió de nuevo el sonido de la puerta abriéndose y dando paso a una mujer mayor.
 - Hola, soy tu enfermera. Enseguida te daremos el alta, ¿cómo te encuentras?


martes, 22 de marzo de 2016

La reina y el conserje



Se acercaba el fin del curso académico. El sol bañaba todo el campus y los estudiantes, tanto hombres como mujeres, aprovechaban para vestir de corto. Minifaldas, shorts vaqueros, tops escotados, camisetas que dejan el ombligo al aire... Y en pleno festival de hormonas en efervescencia, la tan ansiada celebración anual: el baile de graduación.

Aunque básicamente se celebraba como antaño, ya no era necesario buscar pareja ni bailar pegados. Era un baile más moderno que los tradicionales. Año tras año, en el baile de graduación siempre ocurrían historias sexuales. De hecho, raro era que alguna de las chicas de Pi Alfa Mi no acabara la noche con la boca llena. Pero había una tradición que sí que seguía en pie: la proclamación de los reyes del baile. Y, aunque parezca una tontería, las ansías de destacar de la gente hacían de esto un tema importante. Hasta el día del baile, los universitarios tienen que votar de forma secreta. Durante el baile se conoce al rey y la reina de ese año.

Llegó el gran día. Los estudiantes de último año se pusieron sus mejores galas y acudieron entusiasmados a la fiesta. Alicia se había puesto un largo vestido azul celeste con mucho escote y que le llegaba hasta las rodillas. En sus pies, unos tacones negros que realzaban su culo y estilizaban su figura. El pelo castaño y liso cayéndole hasta algo más abajo de los pechos. Alrededor del cuello y decorando su escote, un precioso collar de perlas. Alicia quería ganar a toda costa. Tenía que conseguir ser la reina del baile.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Un regalo para Santa Claus (Especial Navidad 2015)


Ya era Navidad. Aunque era época de vacaciones, yo aproveché para ganar algo de dinero extra trabajando algunos días en un centro comercial. Sí, yo era el Santa Claus del centro comercial. Vestido de rojo, con barba postiza y relleno en la barriga, me sentaba en un sillón mientras los niños hacían cola para sentarse en mi regazo y pedirme regalos. Un coche teledirigido, una bicicleta, una casa de muñecas, un balón de fútbol, un monopatín... Todos tenían claro lo que querían por Navidad.  Junto al sillón disponía de una caseta ambientada para parecer la casa de Santa Claus, y en la que pasaba los descansos fuera del alcance de más niños. Era un trabajo repetitivo pero lo llevaba bien.

Mi tercer día como Santa Claus de centro comercial fue diferente. En el segundo turno, la cola de niños deseando hablar con San Nicolás se terminó antes de lo previsto, así que aproveché para tomarme el siguiente descanso. Sin embargo, aún no me había levantado de mi sillón cuando se acercó a mí una joven de veintipocos años. Tenía el pelo rubio recogido en una coleta y vestía pantalones vaqueros largos y ajustados, una buena chaqueta cubriendo toda su parte superior del cuerpo y una bufanda roja alrededor del cuello.
 - Esto es solo para niños. - Le dije.
 - Seré rápida. Solo quiero pedir mi regalo de Navidad.
Su bonita sonrisa me paralizó durante unos segundos y para cuando pude reaccionar, ella ya estaba sentada en mi regazo.
 - Está bien... Dime, ¿qué quieres por Navidad?
Ella estaba sentada en mi pierna derecha, girada hacia mí. Me pasaba el brazo por detrás hasta apoyarlo en mi hombro izquierdo. Su pierna rozaba ligeramente mi paquete, según mi opinión, de forma voluntaria. El aspecto decente y reservado que transmitían sus ojos claros y su tez juvenil, se contradijo totalmente unos segundos después. Acercó sus labios a mi oído y me susurró su deseo.
 - Lo que quiero por Navidad es...  - Hizo una breve pausa y, mientras me agarraba disimuladamente la entrepierna, concluyó. - Una buena polla.
Mi corazón dio un vuelco. Sin saber qué decir, miré instintivamente a los lados, pero nadie se fijaba en nosotros. Cuando me calmé un poco le seguí el juego.
 - Pero, ¿has sido buena este año?
 - Pues la verdad es que he sido un poco mala. No lo puedo evitar, Santa, me encanta tener una polla en la boca.
 - Si has sido mala no tendrás regalos.
 - Pues castígame, Santa. Prometo tragármelo todo como una buena chica...
Su erótica sonrisa tras esa frase me puso tremendamente cachondo. Entonces se levantó de mi regazo, me cogió de la mano y tiró hacia mí llevándome a la caseta de madera en cuyo buzón a la entrada estaba escrito "Claus". Me dejé llevar por aquella joven, no sin antes colocar en el sillón el cartel que decía "Santa ha ido a vigilar a sus elfos. Volverá enseguida."

domingo, 6 de diciembre de 2015

Limpieza a fondo



Ding dong. Me levanté del sofá y recorrí con calma los pocos metros hasta la entrada. Abrí la puerta y me encontré de bruces con un ángel. Un precioso rostro angelical de piel tersa y blanquecina era la carta de presentación de una jovencita de veintipocos años con un aspecto inocente solo alterado por un piercing estilo septum en la nariz y un tatuaje detrás de la oreja. Su sedoso pelo castaño caía a la altura del pecho y lo adornaba un mechón rebelde de color más rubio cayendo por el lado izquierdo. Sus penetrantes ojos marrones, a juego con el cabello, brillaban transmitiendo dulzura.

Un enérgico y risueño "¡Hola!" me hizo reaccionar ante la hipnosis que había ejercido sobre mí. Se presentó como Shelly. Era la chica que me mandaba la agencia. Había decidido otorgar la tarea de limpieza de mi piso a una agencia, y Shelly era la chica que me habían mandado. Si lo hubiera sabido, les habría llamado mucho antes.

Entró a mi piso cargando una bolsa. Le dije que le dejaba trabajar y volví al sofá, donde yo también estaba trabajando frente a mi ordenador. Pasó un rato y no me percaté de que Shelly se había cambiado de ropa hasta que se puso a limpiar los estantes de la pared frente a mí. Se me quedaron los ojos como platos al verla llevando un vestido sexy de doncella, extremadamente ligero de tela. Atuendo digno de película porno. El vestido de sirvienta estilo francés (de french maid), blanco y negro, con su delantal por delante, la falda suficientemente corta como para solo cubrir el culo y el escote suficientemente pronunciado como para presumir de dotes. Todo ello culminado con el típico lazo blanco en la cabeza a modo de diadema. Además, sus largas y bonitas piernas vestían unas medias negras.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Un polvo de miedo (Especial Halloween 2015)


El 31 de octubre de 2015 acudí a una fiesta de Halloween que se organizaba en una inmensa cabaña en medio del bosque. Era como una mansión de madera, llena de jóvenes con ganas de pasarlo bien. Todos ellos disfrazados. Era un requisito indispensable para estar en la fiesta. Yo iba vestido de vampiro, con una larga capa negra, colmillos de mentira, la cara pintada de color pálido y demás parafernalia vampiresca. Vi algunos disfraces realmente trabajados y conseguidos, eran increíbles. Lo que más me gustaba era ver a las preciosas mujeres aprovechar la excusa para vestirse de forma provocativa. Me crucé con diablesas traviesas, piratas sexys, vampiresas calientes, zombies increíblemente atractivas, momias con muy pocas vendas en el cuerpo...

A mitad de noche me encontraba en el terrorífico jardín de la "casa encantada" hablando con una bruja, ambos con varias copas en el cuerpo. De bruja solo tenía el disfraz, porque la chica era encantadora. Tenía el pelo totalmente negro y le quedaba bien aunque lo llevara enmarañado y desastrado para dar realismo a su personaje. Iba maquillada en relación a su disfraz, con mucho maquillaje oscuro alrededor de los ojos y los labios pintados de negro. Pese a tomarse en serio su disfraz, no dejaba de aprovechar la ocasión para lucirse. El disfraz de bruja hacía un buen escote resaltando sus grandes pechos, y la falda de varios pliegues no estaba ajustada pero era corta. Gracias a eso se veían unas largas y bonitas piernas cubiertas por unos leggings negros ajustados. También llevaba botas y un sombrero de bruja en la cabeza.

Al cabo de un rato la conversación y el alcohol habían incrementado la confianza entre nosotros. Fui yo el primero en lanzar algún flirteo.
 - La verdad es que tiene mérito estar tan guapa con ese disfraz.
 - En realidad no soy nada guapa, es gracias a una pócima mágica. - Dijo con la sonrisilla de quien le gusta jugar.
 - Jajaja. Pues funciona. Podrías enseñarme a prepararla.
 - Claro. Pero me falta un ingrediente...
La bruja sexy se pegó a mí y metió con disimulo la mano por dentro del pantalón de mi disfraz. Agarrándome con firmeza de los huevos me susurró al oído:
 - Semen de vampiro...

viernes, 26 de diciembre de 2014

He sido muy mala (Especial Navidad 2014)



Durante estas navidades participé en un voluntariado para sorprender a los niños durante las vacaciones. Vestidos de Santa Claus y con la colaboración de los padres, los voluntarios aparecíamos en las casas haciéndonos pasar por el entrañable personaje y dando regalos a los niños, cuyo mayor presente era en realidad conocer al auténtico Santa Claus.

En uno de esos días ejerciendo del hombre del Polo Norte visité a una familia en particular. Al llegar a la casa estaban celebrando una especie de fiesta navideña familiar. Todos estaban disfrazados. Di la sorpresa a un gracioso grupo de niños que lucían divertidos disfraces como muñeco de nieve, reno, copo de nieve, etc. Después de toda la farsa, me invitaron a quedarme entre ellos. Beber algo, comer galletas, etc. Dada la insistencia de los pequeños niños no tuve más remedio que obsequiarle con la presencia de Santa Claus un rato más.

Tanta bebida navideña pasó factura y pregunté por el baño. Uno en el piso de abajo y otro en el piso de arriba. Busqué el baño de abajo pero estaba ocupado y mi vejiga no me permitía esperar, así que subí las escaleras en busca del servicio de la planta superior. Fue fácil encontrarlo dado que todo el mundo estaba abajo. Después de aliviarme, me desabroché el disfraz y me refresqué un poco. Me lo volví a poner como tocaba y salí del baño.

En la puerta me encontré de bruces con una jovencita de pelo castaño ondulado que chupaba una de esas piruletas típicas de navidad. Llevaba puesto un disfraz extremadamente sexy de elfina, el personaje famoso por ser ayudante de Santa Claus. Un disfraz con muy poca tela.
- ¡Hola Santa! – Exclamó antes de presentarse como Sonia, la prima de uno de los niños.
- ¡Ho, ho, ho! – Respondí metiéndome en el papel.
- Santa, ¿crees que soy muy mayor para pedirte lo que quiero por Navidad?
- Nunca sé es demasiado mayor para el espíritu navideño.

domingo, 21 de diciembre de 2014

La oficial Bonilla



El preso apellidado Santana, sentado en una cutre silla de plástico gris y con las manos esposadas a la espalda, tensó todos sus músculos mientras se corría a borbotones en la boca de la oficial Bonilla. La oficial de la penitenciaría sacó después la grotesca polla del presidiario de su boca y escupió con mala cara el semen en el cubo que había a su lado.
- Cómo te gusta, eh morena… - Dijo el preso ya satisfecho.
- Esto solo es trabajo. Créeme que no disfruto lo más mínimo metiéndome tu sucia polla en la boca. Y recuerda que estás hablando con una oficial, cuida tus palabras.
- Lo que tú digas. Pero creo que ya sé cómo has llegado a tal rango…
Ante tal comentario, Bonilla agarró con la mano la polla de Santana, apretándola fuerte. Él hizo una mueca de dolor.
- Las pollas que yo me coma no son de tu incumbencia, escoria. Solo tiene que importarte conseguir más información para que siga comiéndome la tuya.
- Sí, señora… - Contestó el preso conteniendo las lágrimas.
Bonilla soltó la polla. Santana respiró aliviado.

La oficial se levantó y sacudió el polvo de sus rodillas.
- Bueno, habías hablado de contrabando de cocaína. – Siguió la oficial mientras se enjuagaba la boca con agua.
- Sí. No sé cómo lo hace pero Rodríguez tiene algún contacto fuera que le pasa la materia. Ya le he visto haciendo intercambios con varios internos. Yo mismo le compré un poco para ver lo que era. Cocaína, sin duda.
- Muy bien, Santana.
Tras recibir la información, Bonilla le quitó las esposas. Santana se levantó y se guardó la polla dentro de su mono naranja de preso. La oficial abrió la puerta de aquella sala insonorizada e invitó al presidiaria a salir.
- Hasta la próxima, Santana.
- Quizás a la próxima pueda disfrutar de mi recompensa sin estar esposado.
- Ni lo sueñes. No me fío de ti ni un pelo. Ahora vuelve a tu celda.

El método de la oficial Bonilla para conseguir información era poco ortodoxo pero eficaz. Santana acudía a ella en cuanto se enteraba de algo para conseguir su recompensa, y por supuesto no podía contarlo porque estaría destapándose como chivato.

martes, 14 de octubre de 2014

La fiesta de las máscaras



Aunque nació en España, Lucía tiene ascendencia italiana. Es alta, pero no demasiado. Su cabello es largo y liso, a la altura de los pechos, y de un color muy rubio. Sus ojos verde azulados son imposibles de ignorar una vez se clavan en tu mirada. Su rostro, precioso sin lugar a dudas, incluye una nariz coqueta y unos bonitos labios bien cuidados y muy apetecibles. Unos labios de los que salen tanto las palabras más dulces y los besos más tiernos, como las guarradas más morbosas y las mamadas más sucias. El cuerpo no se queda atrás. Esbelta figura. Piernas largas y siempre suaves y brillantes. Culo prieto, redondo y bien puesto. También muy bien puestos los pechos, turgentes y de buen tamaño pero no del todo grandes. Manos delicadas y suaves. Todo natural. Para acabar de decorar esta obra de arte que es su cuerpo, luce un piercing en cada pezón y uno en forma de aro en la nariz, además de un tatuaje en la espalda, debajo de la nuca, entre los omoplatos. Este tatuaje muestra una bonita orquídea en diferentes tonalidades de azul claro, no muy llamativo ni intenso, y con espinas por el tallo, el cual se entrelaza con la propia flor. La orquídea, una flor extremadamente delicada, con espinas. El significado define bastante bien a Lucía. Es tan delicada y tierna como dura y peligrosa.

Lucía Valenti no es una mujer como otra cualquiera. La lascivia la acompaña allá donde va, y en su interior arde intensamente la llama de la lujuria. Sin embargo, Lucía no siempre ha sido tan explosiva sexualmente. Hubo un punto de inflexión a partir del cual cambió drásticamente. Este momento fue sin duda la primera vez que acudió a una fiesta de máscaras.


jueves, 11 de julio de 2013

Jessica, la enfermera


Llevaba yo unos días con dolor de cabeza cuando decidí ir al médico. Después de esperar un tiempo en la sala de espera de la consulta de mi médico, al fin me pasaron a una salita. Apareció mi médico de siempre y yo le describí los síntomas y todo lo que me pareció importante para el diagnóstico. Me dijo que no tenía por qué ser nada serio, pero que por si acaso me haría unos análisis., y me dejó solo en la sala.

Yo estaba sentado en la camilla, con las piernas colgando. Dos o tres minutos después entró una enfermera. Era una chica muy joven, rubia, guapísima. Un poco más bajita que yo. Podía ver que tenía un cuerpo de infarto, pese a que su uniforme blanco de enfermera lo disimulaba un poco. Era un uniforme de una sola pieza, totalmente blanco excepto por una cruz roja encima de su pecho derecho. Le llegaba de los hombros hasta poco más del culo. Habían botones delante desde arriba hasta abajo. Y llevaba una tarjeta identificadora encima de su pecho izquierdo. Un par de botones desabrochados hacían lucir un bonito escote dejando entrever unos bonitos aunque no muy grandes pechos detrás de un estetoscopio. Su cabello rubio caía por su espalda hasta la altura de los senos.

sábado, 22 de junio de 2013

Kimberly, la azafata


Mi historia comienzo en un aeropuerto. Me hallaba yo en la puerta de embarque de mi vuelo, esperando a poder embarcar. Había tenido que volar por negocios y ahora me esperaba otro vuelo de unas 12 o 13 horas para volver a mi lugar de residencia, algo a lo que no estaba acostumbrado.

De repente, un desfile de azafatas rompió la monotonía de mi espera. Cinco azafatas, lideradas por tres hombres con aspecto de piloto, caminaban hacia la puerta de embarque. Cinco guapas azafatas, cada cual con mejor o peor cuerpo, pero sobre todas destacaba una preciosa rubia. Tal vez fuera porque su color de pelo era distinto al de sus compañeras, pero me pareció la más sexy de todas ellas. Empecé a imaginar a las orgías que se podrían montar esos tres pilotos con las cinco azafatas cachondas, y cuando volví en mí, ya habían embarcado y estaban empezando a embarcar los pasajeros.