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jueves, 16 de mayo de 2019

A sus órdenes



Era media tarde cuando el sargento irrumpió en las duchas del campamento militar. Lo único que se oía era el agua caer de una de las duchas. El sargento se quedó parado en mitad de la estancia.
 - ¡Cabo Cabrera! - Gritó.
El sonido de la ducha cesó al momento. Entre el vaho que inundaba el lugar, apareció la esbelta figura de una mujer caminando con paso firme. Se plantó frente al sargento sin siquiera preocuparse de cubrirse con la toalla que colgaba de la percha. Su cuerpo desnudo y mojado se erguía rígido frente a él. Su mirada seria demostraba seguridad y disciplina. Pese la falta de ropa, los ojos del sargento no se despegaron de los de la cabo.
 - Vístase y preséntese en mi tienda de inmediato.
 - ¡Sí, señor! - Cabrera acompañó sus palabras con el saludo militar. - Para lo que usted necesite, señor.
En cuanto se giró el sargento para abandonar las duchas, apareció una sonrisa cómplice en la cara de Cabrera. Sabía para qué le reclamaba en su tienda. Se excitó solo de pensarlo.

En un santiamén se presentó la cabo en la tienda de su superior. Era una tienda algo más "sofisticada" que las de los rangos inferiores, con algo más de mobiliario, pero sin excesos. Además, no tenía que compartirla con otros soldados. Al verla llegar, el sargento se levantó para recibirla. Una vez dentro, Cabrera cerró la puerta tras de sí. Luego se paró frente al sargento, cara a cara, e hizo el saludo militar.
 - ¡A sus órdenes, señor!
Él le devolvió el saludo. 

Marta Cabrera era una atractiva y joven militar con un gran sentido de la disciplina. Su pelo era corto, rizado y completamente negro. Sus ojos marrones, a juego con su piel tostada por la continua exposición al sol. Gracias a los ejercicios físicos diarios en el campamento militar, su cuerpo estaba bien trabajado, entrenado, en forma. Un culo firme y duro. Unos pechos de buen tamaño, habitualmente bien disimulados por el uniforme militar. Pero, en aquel momento, Cabrera solo llevaba una camiseta verde militar de tirantes que le marcaba los pezones. Además de eso, un pantalón largo de camuflaje y las botas. Marta era deseada por la gran mayoría de los militares del campamento (si no todos), pero a ella solo le excitaban los superiores. Acatar órdenes le ponía cachonda. Y eso era beneficioso, principalmente, para su sargento, que siempre estaba dispuesto a exponer sus órdenes a la cabo Cabrera.

Estaban uno frente al otro. El sargento la miraba con expresión severa, sin rasgo alguno de camaradería.
 - Arrodíllate.
Sin variar el semblante de su rostro, la cabo Cabrera flexionó las rodillas hasta apoyarlas en el suelo. El sargento bajó la bragueta de su pantalón y sacó su miembro por la obertura. Pese a estar flácido, era un pene grande y grueso. Lo dejó colgando a pocos centímetros de la cara de Cabrera. Ella sabía lo que hacer, pero debía esperar instrucciones.
 - Chupa.
Sin titubear lo más mínimo, agarró el pene con la mano y se lo llevó a la boca. Sabía lo que le gustaba a su sargento, y por eso usaba la lengua para lamer lo máximo posible. En cuestión de segundos la polla ya estaba totalmente endurecida, más grande, gruesa y amenazadora de lo que estaba antes. La cabo Cabrera separó al máximo los labios para dar cabida a todo el miembro. Notaba la boca llena.
 - Entera. Vamos.
La soldado se esforzó todo lo que pudo para tragarse la gigantesca polla de su superior. Se ayudaba con las manos. Tanto forzó que le dio una arcada y salió disparada hacia atrás tosiendo.
 - ¿No me ha oído? Hasta el fondo. Es una orden, cabo.
Marta Cabrera miró a su sargento y se secó un par de lágrimas que habían brotado de sus ojos debido al esfuerzo.
 - Sí, señor.
Volvió al trabajo. Su garganta cada vez cedía más, hasta que consiguió que toda la polla se alojara en su interior. El sargento apretó la cabeza de la cabo contra su pelvis. Ella notó de golpe el glande rascando el fondo de su garganta y se le abrieron los ojos como platos por la sorpresa. La mano de su superior la sujetó con fuerza durante unos segundos. Una lágrima volvió a resbalar por su mejilla mientras notaba dificultad para respirar. En cuanto fue liberada, cogió aire con ansia. Se quedó mirando la gran polla, por la cual goteaba su saliva, mientras respiraba.
 - Buen trabajo, soldado. Otra vez.
Cabrera resopló y volvió a la carga.

El sargento se erguía impasible. No mostraba una sola mueca. Su expresión seguía firme y seria mientras, a sus pies, la cabo se esforzaba por complacer a su superior en rango. Como si estuviera examinándola.
 - ¡Firmes!
Cabrera dejó lo que estaba haciendo y adoptó la posición de firmes. Goteaba saliva por su barbilla. Su camiseta de tirantes estaba llena de babas en la zona de los pechos. El sargento le empezó a subir la camiseta. Ella levantó los brazos para facilitarle la tarea. Le quitó la camiseta y la dejó caer al suelo. La cabo Cabrera se mantenía firme. Las manos de él se posaron en sus tetas, amasándolas, masajeándolas. Le pellizcó los pezones. El rostro de la cabo no se inmutó.
 - Contra la mesa.
La sangré se calentó dentro del cuerpo de Marta Cabrera. Se excitó muchísimo con esa orden. Caminó obediente hasta el escritorio del sargento. Apartó los papeles a un lado. Se bajó el pantalón y las bragas hasta las rodillas y tumbó la parte superior de su cuerpo encima de la mesa, sometiéndose así a los deseos de su sargento.

Le bastó restregar su glande por el coño de la cabo Cabrera para notar que estaba muy mojada. Chorreando casi. Eso le motivó. Era signo inequívoco de que en la sumisión de su soldado no había solo disciplina, sino también deseo sexual. La metió de golpe. Cabrera se agarró a la mesa al notar tan repentinamente cómo se la clavaba hasta el fondo. Empezó el vaivén de embestidas. El sargento gruñía. Cabrera gemía entre dientes. Ambos se esforzaban por guardar silencio para mantener el secretismo de su encuentro sexual. Se oía el choque de cuerpos, el rozamiento de las patas de la mesa contra el suelo y el tintineo de las placas identificativas de la cabo golpeándose entre ellas con cada embestida. El sargento agarró a Cabrera de su pelo corto y rizado. Eso tiró de su cabeza hacia arriba, por lo que pasó de mirar fijamente las estanterías de la tienda a clavar su mirada en el techo de la tienda mientras la polla entraba y salía de su interior. Tuvo un orgasmo tras otro, los cuales no se esforzó en disimular, ayudada por la increíble excitación que le provocaba ser usada por su superior para satisfacer sus instintos sexuales.

Cesaron las penetraciones. Cabrera cogió aire y luego se giró, confundida.
 - ¡Vista al frente! - Le gritó el sargento.
Obedeció al momento. Apoyó la cabeza en la mesa y esperó. Solo deseaba que aquello no acabara ya, estaba disfrutando mucho. Y entonces lo notó. La gruesa polla invadiéndole el culo sin miramiento alguno. Cabrera se mordió los labios y cerró los ojos con fuerza. No estaba acostumbrada a ser penetrada por ahí, y menos con semejante miembro, pero tenía que aguantar. Era su deber. Notó el palpitante miembro de su sargento abriéndose paso dentro de su culo hasta que sus huevos golpearon su coñito enrojecido. Desde luego, ese no era el entrenamiento militar al que estaba acostumbrada. Poco a poco su orificio trasero fue adaptándose como pudo al miembro que lo ocupaba. El ligero dolor dio paso a un placer extremo, aun mayor al que había sentido durante el sexo vaginal. De fuera de la tienda llegaban ruidos de helicópteros, prácticas de tiro y pelotones marchando. Mientras, cubiertos por la fina tela de la tienda de campaña, el sargento sometía a la cabo. Cabrera llegó a correrse una vez más antes de que le llegara el turno a él. En sus gruñidos notó que no le faltaba mucho. Por el bien de su culo, tenía que ser así. A ver cómo iba a hacer ella los ejercicios matutinos del día siguiente...

La cabo Cabrera pensó en dónde le daría a su sargento por correrse aquella vez. Le encantaba hacerlo en su cara, tal vez por verle un tinte de superioridad y humillación. A ella no le importaba. Lo que no quería era recibirlo en la boca. No le gustaba el sabor de su semen, y además él le ordenaría tragárselo sin la menor duda. No le gustaba, pero una orden es una orden. Mientras ella navegaba por esos pensamientos, llegó el momento sin previo aviso. El sargento hundió su polla hasta el fondo y eyaculó abundantemente dentro de su culo. El cuerpo del sargento se desplomó sobre la espalda de Cabrera entre gruñidos y ambos se quedaron inmóviles. La cabo respiraba agitadamente mientras notaba los chorretones de líquido espeso y caliento inundándole por dentro. El sargento abandonó el interior de su cuerpo y se dejó caer en una silla. Ella notó algunas gotas de semen brotando de su culo y resbalando por su pierna.
 - Retírese. - Ordenó el sargento mientras se pasaba una toalla por la entrepierna.
La cabo Marta Cabrera se subió las bragas, luego los pantalones y se puso rápidamente la camiseta de tirantes. Cuando abandonó la tienda de su superior aun ardía de lo caliente que estaba.



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