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jueves, 3 de enero de 2019

Infiltrada




Las luces bajaron al mínimo de intensidad. Los focos se encendieron. La música empezó a sonar. Las conversaciones se detuvieron de golpe y comenzó el griterío de hombres excitados. A través del telón se intuía una sombra esbelta.
 - ¡Con todos ustedes... Katia! - Anunció un hombre en ruso.
Apareció en el escenario una mujer muy atractiva vestida de colegiala. Era rubia, alta, con el pelo recogido formando dos coletas. Llevaba gafas redondas, blusa con un nudo por encima del ombligo, la típica faldita a cuadros muy corta y tacones. Era joven, debía tener treinta y pocos años. Caminó por una pasarela al compás de la música, luciendo sus largas piernas, siempre muy bien cuidadas, que la alzaban en lo que sería aproximadamente un metro ochenta. A ambos lados del camino, los hombres le gritaban cosas y estiraban los brazos con la esperanza de llegar a tocar sus piernas. Llegó al escenario central, que constaba de un círculo rodeado de público con una barra de poledance. Se agarró a la barra y empezó a bailar bajo la atenta de mirada de todos esos rusos medio borrachos. Tras unos minutos de sensuales movimientos, deshizo el nudo de la blusa y se la quitó sin dejar de seguir el ritmo de la música, desvelando un sujetador blanco. Le llovieron los primeros billetes. Poco después le tocó el turno a la faldita. Ésta se la quitó muy lentamente, bajándola hasta los tobillos de forma que se inclinó mostrando el culo a todos. Era un culo perfecto. Redondo, firme, terso, respingón... Y sus andares por el escenario le daban un movimiento hipnótico. Llevaba puesto un tanga extremadamente fino, del mismo color que el sujetador. También quedaron a la vista un par de tatuajes. Una serpiente envolviendo una manzana decoraba su pelvis. En la zona baja de la espalda, justo encima del culo, tenía un tatuaje de estilo tribal. Se sucedieron las posturas provocativas y los movimientos sensuales. Dejó pasar un rato desde que se quitó las primeras prendas hasta que hizo lo mismo con las últimas, lo cual exasperaba ligeramente al público, que estaba deseando verla desnuda. Tras provocar un poco más al gentío, se llevó las manos a la espalda y se desabrochó el sujetador. Se quedó inmóvil unos segundos, sonriendo, lo que impacientó un poco más al público. Finalmente dejó caer la prenda. El ruido del local aumentó del golpe cuando todos vieron sus tetas. Eran grandes y bonitas, además de bien puestas, con unos pezones que a esas alturas ya estaban duros. Se acarició los pechos para deleite de los allí presentes. La canción estaba acabando, así que tenía que rematar la faena. Del mismo modo que había hecho antes con la falda, ahora se bajó el tanga. Tras quitárselo, lo lanzó al público, lo cual provocó unos cuantos codazos entre el público para hacerse con la prenda. El culo de Katia, aunque impresionante, no era nada nuevo, ya que con el finísimo tanga quedaba totalmente a la vista. La parte delantera, sin embargo, fue el último reclamo. Sentada en el suelo, abrió las piernas acrobáticamente mostrando su sexo totalmente depilado. Aun le dio tiempo a unos pocos giros más alrededor de la barra de poledance antes de que acabara el tiempo de su espectáculo. Cuando la música cesó, hizo un par de reverencias y se quedó nos segundos recibiendo el aplauso del público. Su cuerpo sudoroso brillaba ante los intensos focos. Era un cuerpo increíble, sin un solo defecto, y totalmente natural. Los hombres le gritaban cosas desde abajo del escenario. Cosas que no entendía pese a su dominio del idioma, ya que todos gritaban al mismo tiempo. De todas formas, sabía que probablemente lo que le decían era toda clase de perversiones sexuales que le harían. Al estar a contraluz, ella no podía distinguir a la gente del público, pero ellos sí que la veían a ella perfectamente. Finalmente, recogió su ropa del suelo y se marchó con paso decidido a los vestuarios.

Ya se había vestido y arreglado de nuevo cuando abandonó los vestuarios y se mezcló entre los clientes del local. Allá por donde pasaba, los hombres la miraban sin disimulo alguno. Se dirigió hacia un hombre con uniforme militar. Sabía quién era, el general de una organización armada y clandestina. Era un hombre corpulento, musculado y con una gran barba. Una persona extremadamente peligrosa. Estaba sentado, bebiéndose tranquilamente su copa, y era de los pocos que mantenía la decencia y la compostura. Sonrió al verla llegar. Katia se sentó en su pierna y se hizo la simpática ante sus comentarios de galán. O de lo que él creía que era un galán. Tras darle las gracias por los cumplidos, se acercó a su oído y le susurró en perfecto ruso:
 - ¿Te apetece un baile privado?
El hombre miró su escote, sus piernas... Incluso acarició su culo. Pareció gustarle lo que tenía delante, porque accedió a su petición con una sonrisa.


En la zona VIP del club había pequeñas salas privadas. En una de ellas, Katia bailaba en el regazo del general ruso. Ya se había quitado toda la ropa de nuevo. Totalmente desnuda, le provocaba continuamente con sus movimientos. Restregaba el culo por su entrepierna, ponía las tetas a escasos centímetros de su cara, le susurraba guarradas en ruso... Toda clase de argucias para ponerle cada vez más cachondo. Le acarició la entrepierna sugerentemente, esperando que él se animara a hacer lo mismo. En efecto, cuando el hombre vio que ella se tomaba las libertades de tocarle (algo prohibido en la relación stripper-cliente) se otorgó a sí mismo carta blanca para hacer lo mismo, y comenzó a tocar también el cuerpo de Katia. Le agarraba el culo, le tocaba las tetas... Había llegado el momento que Katia había estado buscando. Metió la mano por dentro del pantalón del general y le agarró la polla, que ya estaba dura.
 - Por un precio razonable, podemos hacer mucho más.
 - El dinero no es problema. - Contestó él, y al momento empezó a bajarse la bragueta.
 - Aquí no puedo, cariño. Está prohibido.
 - Vístete y nos vamos.
Ya vestidos, pero aún calientes, se fueron los dos cogidos de la mano al aparcamiento, donde el coche del general los llevaría a su nido de amor.

De momento todo marchaba según el plan. Aquella mujer no se llamaba Katia, ni era stripper, ni era rusa. Era una espía especializada en infiltraciones enviada a Rusia para obtener unos documentos incriminatorios del grupo armado clandestino que lideraba, entre otros, aquel general. Katia, cuyo nombre real es desconocido, se había tintado el pelo de rubio y llevaba lentillas azules para tener un aspecto más cercano a la rusa media. También se había puesto los tatuajes falsos para dar mayor credibilidad a su personaje de stripper y prostituta. En realidad, no llevaba ningún tatuaje ni piercing, ya que podían facilitar su identificación. Como ya se ha mencionado, la infiltración era su especialidad. Entre sus múltiples destrezas se puede encontrar el manejo de armas, artes marciales, dominio de varios idiomas, el arte de la interpretación... Pero destaca una habilidad por encima del resto: el sexo. Su espectacular cuerpo, su belleza, su buena condición física y su abierta predisposición a casi cualquier práctica sexual hacen de ella una experta en la cama. Enérgica, viciosa y muy flexible. Katia es capaz de matar de placer a cualquier hombre o mujer.

Llegaron a un edificio custodiado por guardias armados. El general condujo a Katia hasta su habitación sin separar la mano de su culo ni un segundo. Nada más entrar al dormitorio, ella fue directa al grano. No tenía tiempo que perder. Se arrodilló frente a él y le bajó los pantalones. Apareció ante sus ojos una polla enorme y venosa. Era gigantesca, a proporción del gran cuerpo de aquel hombre y de su densa y larga barba. Al principio se asustó, pero no tuvo tiempo ni para pensárselo ya que el impaciente ruso empujó su cabeza contra su miembro. Solo le entró el glande en la boca. Poco a poco se fue acostumbrando al tamaño de su polla, y cada vez era capaz de metérsela más en la boca. No llegó a conseguir tragarla entera, pero lograba mostrar una capacidad bastante aceptable. Aun así, para el general nunca era suficiente, y no paraba de empujar la cabeza de Katia contra su entrepierna buscando meterla más y más hondo en su garganta.

Al fin, el ruso soltó su cabeza. Katia pudo volver a respirar.
 - Suficiente. - Dijo él con seguridad.
Acto seguido, lanzó a Katia contra la cama y la puso a cuatro patas. Estaba ansioso por meterla en caliente porque no dejó tiempo ni para quitarse la ropa. Con el pantalón y los calzones por los tobillos, se arrodilló en la cama y le levantó la falda a Katia. Apartó a un lado el tanga y se preparó para atacar. Katia se agarró fuerte a las sábanas, conocedora de la gran invasión que estaba a punto de experimentar. Sin embargo, la sorpresa fue mayor de lo que esperaba. El ataque fue por el agujero secundario. Sin previo aviso, la gruesa polla del general se adentró en el culo de Katia. Ella no pudo evitar soltar un grito.
 - Con cuidado, cariño.
Él la ignoró. Se limitó a hacer lo mismo que había hecho antes con su boca, forzar y forzar hasta que entrara cada vez más.

A cuatro patas en la cama, Katia apretaba los dientes y se agarraba con fuerza al colchón. La gruesa polla del general entraba sin piedad en su culo. Una y otra vez. Cada vez más fuerte. Ella soportaba estoicamente sus embestidas, aunque sentía como si la partiera en dos con cada estocada. Este no era su primer rodeo en el sexo anal, pero sin duda era el miembro más grande con el que había tratado, y la poca consideración del general no ayudaba. Sus grotescos gemidos inundaban la habitación, en ocasiones acompañados de sucias palabras en ruso. Le soltó un fuerte azote en la nalga que hizo a Katia ver las estrellas. Por suerte, no hubo muchos más azotes. Notó de repente un fuerte tirón de pelo hacia atrás, que provocó que adaptara su postura y arqueara aún más la espalda. Esa incómoda postura no duró mucho ya que, tras un gemido descontrolado, una intensa corrida invadió su interior. Los gemidos fueron disminuyendo, las penetraciones suavizándose, y finalmente el hombre se desplomó sobre ella. Katia respiró hondo, esbozo su mejor sonrisa falsa y se giró para besarle con ternura. Luego salió de la cama y se encaminó al baño.
 - Joder... Qué puta fijación tienen los rusos con meterla por el culo... - Susurró para sí misma.
Se miró al espejo. Odiaba cómo le quedaba el rubio. Las lentillas azules le escocían así que se las cambió por otras. Tenía el rímel corrido por la cara y el pintalabios había desaparecido. Se lavó la cara y se maquilló mínimamente. Le habría gustado ducharse, pero quería largarse de allí cuanto antes. Se vistió y salió del baño. El enorme hombre barbudo ocupaba toda la cama y roncaba como un demonio. En la mesita de noche había dejado dinero que habían pactado. Katia lo cogió para ceñirse a su papel y luego fue hasta el escritorio que había en la habitación contigua. Rebuscó entre los papeles y abrió los cajones, pero no había rastro del documento que buscaba. Tras unos minutos de búsqueda infructuosa empezó a desesperarse. Le angustió pensar que le habían reventado el culo para nada, pero le preocupó más aún que el general despertase de nuevo y quisiera repetir la experiencia. Finalmente, suspiró aliviada al encontrar el expediente en una estantería. Lo guardó en su bolso y salió apresuradamente de la habitación.

Katia caminó con prisa por el pasillo del edificio. Le escocía el culo al andar. El general no había tenido ninguna piedad con su "prostituta". Giró un par de esquinas, siguiendo el camino que había memorizado anteriormente, y vislumbró el ascensor que le llevaría a la planta baja, donde estaba la salida. Por desgracia, se cruzó con un soldado ruso que hacía guardia por los pasillos. Caminaba lentamente con expresión seria y armado con un fusil de asalto. Pasó junto a él con seguridad y determinación. Pudo notar cómo recorría todo su cuerpo con la mirada. Cuando ya estaba llegando al ascensor, oyó un grito dirigida a ella.
 - ¡Alto!
Eso hizo. El soldado caminó hasta ella. Cierto nerviosismo recorrió su cuerpo a medida que se le acercaba. No estaba segura de si estaba en peligro. El soldado se plantó delante de ella y la miró de arriba a abajo sin disimulo alguno. Sin mediar palabra, levantó la mano que no sujetaba el arma y le acarició un pecho. Durante unos segundos ella aguantó el tipo mientras él se recreaba tocando su seno.
 - ¿Cuánto por una mamada?
Verónica volvió a usar la sonrisa falsa que tan entrenada tenía.
 - En otra ocasión, cariño. Tengo prisa. - Dijo en perfecto ruso y con tono amistoso de voz.
Se dio la vuelta para seguir su camino, pero una mano agarró su brazo con brusquedad.
 - ¿Prisa para qué? ¿Para trabajar? Tú eres puta y yo tengo dinero. Vamos.
Sin esperar su respuesta, el soldado atravesó la puerta que daba a las escaleras de emergencia arrastrándola del brazo. Katia podría haberle dejado inconsciente con solo dos movimientos, pero cualquier acción fuera de lugar podía comprometer su tapadera, así que lo mejor era seguirle el rollo. Se arrodilló frente a él, le bajó los pantalones y de nuevo se encontró con una polla en la boca. Esta vez más pequeña y manejable.

El imbécil del soldado tuvo incluso la desconsideración de encenderse un cigarro mientras, a sus pies, Katia le hacía una mamada. Después de la larga noche con el general, le faltaban fuerzas para demostrar todas sus dotes. En otra ocasión ese ruso podría haber recibido la mejor mamada de su vida, pero en lugar de eso Katia solo quería hacerlo rápido y efectivo para que se corriera cuanto antes. Aun siendo esta polla bastante más pequeña que la del general, igualmente le llenaba la boca. Realmente tenía el tamaño preferido de Katia para el sexo oral.

Su técnica oral fue bastante efectiva, porque el ruso se corrió antes siquiera de acabarse el cigarrillo.  Dos ligeros gemidos fueron el aviso de que llegaba su orgasmo. Tiró el cigarrillo al suelo sin apagarlo y agarró la cabeza de Katia mientras eyaculaba en su boca. Fue una corrida bastante copiosa, seguramente porque el puesto de guardia del ruso le impedía tener acceso al contacto físico durante mucho tiempo. Cuando hubo terminado, se abrochó el pantalón, le tiró un par de billetes y volvió a su puesto. En cuanto se hubo cerrado la puerta de las escaleras de emergencia, Katia escupió el semen al suelo.
 - Capullo...
Se levantó y, tras limpiarse la boca con un pañuelo, reemprendió su misión. Consiguió salir del edificio sin más imprevistos. Recorrió un par de calles y llegó a la estación de autobuses. Se dirigió rápidamente a las taquillas. Sacó una llave, abrió una taquilla y metió el expediente con naturalidad. Cerró la taquilla y abandonó el edificio en busca de un hotel donde darse una larga ducha.


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