Todos los relatos que aparecen en este blog han sido escritos por mí. Ninguno ha sido copiado de ninguna otra web de relatos y se ruega que, del mismo modo, tampoco sean copiados (excepto consentimiento expreso). Gracias.

domingo, 21 de marzo de 2021

Amor libre


La música sonaba a todo volumen en aquel parque a las afueras de la ciudad. Jóvenes y no tan jóvenes se divertíamos despreocupadamente bajo el brillante sol de verano. Mi única motivación ese día era disfrutar del increíble concierto al aire libre. Y eso hice durante un buen rato. Sin embargo, inesperadamente, alguien se cruzó en mi camino y la música pasó a segundo plano. Ese alguien se llamaba Gina. Mi mirada cazó furtivamente a una preciosa chica que saltaba y cantaba entre la multitud. Solo la vi durante un momento, porque enseguida desapareció entre el follón, pero me había impresionado su belleza. La perdí de vista y, tras buscarla un poco sin éxito, decidí volver a prestarle atención al grupo que tocaba en el escenario.

Acabado el concierto, cuando la música dejó de invadir mi mente, la imagen de aquella chica volvió a invadirla. Me giré hacia donde la había visto y, sorpresa, allí estaba otra vez. La miré embobado. Su aspecto era de ser afroamericana, al menos de origen. Tenía una bonita piel color chocolate y el pelo negro rizado. Vestía poca ropa, debido al caluroso verano que vivíamos. Sandalias, unos shorts vaqueros y un top blanco que dejaba al aire su ombligo decorado con un piercing. No sé durante cuánto tiempo la estuve mirando, pero fue el suficiente como para que a ella le diera tiempo a darse cuenta y me mirara también a mí. Al verme me sonrió. Me quedé prendado de su sonrisa perfectamente blanca y radiante. También de sus ojos oscuros y penetrantes. Hasta del piercing de aro que tenía en la nariz. Todo en ella me gustaba. Yo sonreí también. Y ese cruce de sonrisas fue el impulso que necesité para animarme a hablar con ella. Estuvimos un rato hablando animadamente. Descubrí, entre otras cosas, que se llamaba Gina, que tenía veintitantos años y que, en efecto, era de ascendencia afroamericana. La verdad es que conectamos bastante. A ella se le notaba a gusto hablando conmigo. Todo iba muy bien, pero entonces se torció. Llegó un grupo de gente que parecía conocerla para, desafortunadamente para mí, decirle que ya había que irse. Se me cayó el mundo al suelo. A Gina también se le torció el gesto. Sin embargo, antes de irse, sacó un boli del bolso y me escribió algo en la mano. Me dio un arrebato de alegría. Tras despedirnos, miré mi mano. Donde creía que me habría apuntado su teléfono, en realidad había algo mucho mejor: su dirección.

Recuerdo que estuve algo ocupado durante la semana siguiente, pero cada dos por tres Gina aparecía en mis pensamientos. No tenía su teléfono para hablar con ella y saber cuándo le venía bien que fuera a verla, así que entre eso y mis propias ocupaciones decidí esperar al fin de semana. El viernes, en cuanto acabé de comer, me subí al coche y me dirigí a la dirección que me había dado. El GPS me guio hasta un lugar a las afueras de la ciudad, algo apartado del mundo. Cuando llegué a mi destino me encontré en la entrada a lo que parecía un campamento en el bosque. Extrañado, aparqué el coche y me interné en ese lugar. Pregunté por Gina a la primera persona que me crucé. Afortunadamente la conocía y me dio indicaciones muy amablemente.
 - ¡Claro! Mira. Ve por ese camino. Cuando llegues a la señal gira a la izquierda. La quinta cabaña es la de Gina.
 - ¿Cabaña?
 - Eso es.
 - ¿Vive en una cabaña?
 - Aquí todos vivimos en cabañas. - Me contestó riendo.
 - Ah, vale. Muchas gracias.
Tras ese primer descubrimiento, me encaminé según las indicaciones que me había dado. No ponía nada en las cabañas así que me aseguré de contar bien. Me planté en la puerta de la quinta cabaña y di unos golpecitos en la puerta.
 - ¡Pasa! - Se oyó la voz de Gina.
Con el subidón que me dio oír que era ella, abrí la puerta y me adentré en la cabaña con determinación. Lo que no me esperaba era encontrarme a Gina casi desnuda, con solo unas braguitas puestas. Me giré de golpe, avergonzado.
 - ¡Perdón! ¡Perdón! Me has dicho que pasara...
 - ¡Eh! ¡Eres tú! - Exclamó ella con alegría y sin un ápice de vergüenza.
Al ver que seguí evitando mirarla, lo cual hacía por respeto y no por falta de ganas, se acercó a mí con naturalidad.
 - Oh, vamos, Juan. Solo es un cuerpo. Con el calor que hace no apetece cubrirse mucho, jajaja.
Me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Cuando nuestros cuerpos se separaron no pude evitar la tentación de mirar su bonito cuerpo. Se me aceleró el pulso al ver sus grandes pechos turgentes con pequeños pezones oscuros. Ella pareció notarlo.
 - Si tanto te incomoda voy a vestirme...
Observé en silencio cómo se cubría los pechos con una camiseta rosa holgada que dejaba a la vista un hombro y el ombligo. Luego se puso unos shorts como los que llevaba en el concierto.
 - ¿Mejor?
 - En realidad no, jajaja. - Bromeé.
 - ¡Jajaja! ¿Qué tal? ¡Bienvenido a nuestro campamento!
 - No conocía a nadie que viviera en un campamento así, pero tiene buena pinta.
 - ¡Es genial! Y llegas justo a tiempo porque esta tarde vamos a ir al lago con unas cervezas. ¿Te apuntas?
 - ¡Claro!

Una breve y agradable caminata por el bosque desembocó en un bonito lago en calma. No había ni un alma alrededor, lo cual lo hacía un paraje increíble. Mantel al suelo, cervezas frías en la nevera portátil y a relajarse. Estuvimos un rato tirados charlando y riendo. Además de Gina, otros cuatro habían venido a esa pequeña excursión, dos chicos y dos chicas. Me hablaron de cómo habían llegado al campamento, cómo era su vida allí y qué hacían para ganarse la vida. Era una vida muy "natural", por decirlo de alguna manera. Alejados en gran medida del núcleo urbano, aunque para nada reticentes a acudir a él de vez en cuando.
 - ¿Qué? ¿Nos damos un baño? - Sugirió uno de los chicos.
A todos les pareció buena idea.
 - Es que yo no tengo bañador... - Me excusé yo.
 - Nosotros tampoco, jajaja. - Me contestó una de las chicas, para luego dejarme boquiabierto al quitarse la camiseta y no llevar sujetador debajo.
Los cinco comenzaron a desnudarse a mi alrededor y, conforme se deshacían de toda su ropa, se iban dirigiendo al borde del lago. Me quedé embobado observando la silueta del cuerpo desnudo de Gina caminando hacia el lago. Descubrí entonces dos tatuajes en su espalda, uno a la altura del hombro derecho y otro en la parte baja, casi en el culo. Yo no estaba acostumbrado a estas situaciones, pero quería participar. Me desprendí de mi ropa tímidamente y me uní a ellos en el lago. El agua estaba bastante fría, pero me metí lo más rápido que pude para que el agua tapara mi cuerpo cuanto antes. Al menos la parte baja. Mientras ellos reían y hacían el tonto en el agua, yo seguía alucinado con toda la desnudez que me rodeaba. No podía dejar de mirar a las tres mujeres que se bañaban en cueros junto a mí. Con el tiempo me fui relajando, pero en todo momento estaba algo incómodo. Sobre todo, cuando se me acercó una de las amigas de Gina a hablar conmigo en el agua. Por mucha naturalidad que intenté aparentar mientras hablábamos, no conseguía evitar echar una mirada a sus tetas cada dos por tres, las cuales quedaban por encima del nivel del agua. Unos bonitos pechos mojados, con los pezones duros y erectos a causa de la temperatura del agua. Indudablemente, ella se daba cuenta, pero parecía no importarle lo más mínimo. Como si le estuviera mirando el codo. Mientras hablábamos, el resto del grupo empezó a salirse del agua.
 - ¿Salimos? - Me propuso ella.
 - Em... Ve saliendo tú. Ahora iré yo...
 - Jajajaja. Venga hombre, no tienes de que avergonzarte.
 - ¿Cómo? ¿Qué dices?
 - Estás empalmado, ¿no? Jajajaja. No hay que avergonzarse hombre, es algo natural.
Me sonrojé de golpe porque me había pillado de pleno.
 - En esta comunidad tenemos una mentalidad muy naturista. - Siguió ella. - La desnudez es algo natural, y por ello es algo a lo que no damos importancia. Lo mismo con la excitación sexual. Es algo instintivo e incontrolable. De hecho, Juan... Incluso sería una decepción para mí si no te la pusiera dura, jajaja. Así que venga, salgamos, que al final nos vamos a resfriar.
Salí del agua junto a ella. Su naturalidad y sus bromas me relajaron un poco, pero aun así me tapé disimuladamente con las manos como pude. Cuando me estaba secando pillé a Gina echándome una mirada a la entrepierna sin cortarse lo más mínimo. Luego me sonrió. Yo sonreí avergonzado.

Cuando volvimos al campamento ya había oscurecido.
 - ¿Te quedas a cenar? - Me propuso Gina.
 - Pues no sé. Se me a hacer muy tarde.
 - Puedes quedarte a dormir en el campamento. Hay alguna cabaña libre.
 - Em... Vale, ¿por qué no?
 - ¡Genial! Pues venga, vamos a cenar con los demás.
El clima que se respiraba entre la gente del campamento era muy saludable. Había buen rollo, compañerismo, convivencia, amabilidad... A mí, como invitado, me trataron muy bien. Gina no se separó de mi lado, lo cual me dio muy buena espina. Me encantaba esa chica. Cada vez congeniábamos más. Después de la cena hubo música, bebida y diversión. Al ser el invitado, todos me hacían mucho caso, y se hizo realmente difícil conseguir estar un rato a solas con Gina. En cuanto se presentó la ocasión, no la desperdicié. Me lancé a besarla. En cuanto nuestros labios se tocaron, noté la lengua de Gina abriéndose paso a mi boca. Mis manos descansaron en su cintura mientras nos besábamos. Ella rodeaba mi cuello con sus brazos. Nuestras lenguas bailaron durante un buen rato, hasta que un ruido de fondo nos alertó de que se acercaba gente.
 - ¿Te enseño tu cabaña? - Me susurró Gina al oído.
 - Por favor...
Gina me cogió de la mano y me condujo por el camino que llevaba hacia las cabañas. Mi corazón iba a mil, deseando que llegáramos cuanto antes, puesto que imaginaba lo que iba a pasar. Por lo rápido que ella caminaba, también parecía tener ganas de llegar. Pasamos entre algunas cabañas hasta que por fin Gina identificó una inhabitada y nos metimos en ella.

Nada más entrar a la cabaña Gina se me lanzó al cuello. Me besó fervientemente mientras me quitaba la camiseta. Tras acariciarme el torso desnudo durante unos segundos, me empujó sobre la cama. Caí boca arriba en el colchón y acto seguido tenía a Gina encima de mí, mirándome con cara de fiera en celo. La expresión en su rostro me dejó claro que estaba a punto de pasar una de las mejores noches de mi vida. Gina dejó caer su cuerpo sobre el mío y volvió a besarme. Nuestras lenguas se saludaron por tercera vez aquella noche. Enseguida noté que sus labios escapaban de los míos, y pasé a notarlos en mi cuello. Gina había colado una mano por dentro de mis pantalones y acariciaba mi miembro. Sus labios pasaron a rozar mi pecho, después mi vientre y después un poco más abajo... Para entonces ya me había desabrochado el pantalón. Me excitó muchísimo la sonrisa que se dibujó en la cara de Gina cuando mi polla apareció frente a ella. Sus labios se posaron finalmente en ella, besándola con dulzura, y tras unas suaves presentaciones, abrió la boca y la engulló lentamente. Para entonces mi miembro ya estaba algo duro, pero acabó de endurecerse mientras Gina lo alojaba en su boca. Acaricié su pelo rizado acompañando el movimiento de su cabeza. Era realmente placentero el roce de los gruesos labios de Gina al friccionar con mi polla. Qué labios... Y qué lengua... No tardé en sentir que se acercaba el clímax. Gina debió notarlo también, porque paró justo cuando me iba a correr.
 - Aún no... - Me dijo con dulzura.
Yo no respondí. Sentía un poco de rabia por haberme dejado así, pero se me pasó en cuanto Gina, ahora de pie en la cama frente a mí, se quitó la camiseta rosa holgada y dejó a la vista sus preciosos pechos. Una sonrisa bobalicona apareció en mi cara. Gina empezó a bailar sensualmente al ritmo de una música imaginaria. Se acariciaba el cuerpo, se masajeaba los pechos... Se desabrochó el pantalón sin prisa. Se me hizo una eternidad hasta que por fin cayeron al suelo esos vaqueros cortos. Gina seguía bailando, ahora solo llevando unas braguitas. Eran unas braguitas blancas que hacían un bonito contraste con su piel oscura. Pero por muy bonitas que fueran, me encantó ver cómo se las quitaba. Y por fin tuve ante mí a esa preciosidad completamente desnuda, pudiendo apreciar desde sus negros pezones hasta su pubis cubierto de vello. Su vello púbico era frondoso y rizado.

Pensé que ya era hora de que el baile llegara a su fin y pasáramos a la acción. Gina debió pensar lo mismo, porque se sentó a horcajadas encima de mí. Mi polla se deslizó cuidadosamente en su interior hasta el fondo. Los dos emitimos un gemido de placer, y luego, perfectamente sincronizados, empezamos a movernos. En ocasiones yo contribuía con movimientos pélvicos para aumentar el ritmo, pero en otras simplemente me dejaba hacer y disfrutaba de la habilidad con la que Gina movía el culo. Agarraba sus nalgas con las manos y disfrutaba del viaje, como quien se sube a una atracción en una feria. De esa postura pasamos a la cucharita, en la que obviamente estuve yo más participativo. Yo no era un gran fan de esa postura, pero me encantó pasar el brazo por encima de Gina y tocarle las tetas mientras me la follaba. Además, al tener ella las piernas juntas, el roce en cada penetración era mayor y más placentero. Gina demostró ser un poco hiperactiva, porque cada poco tiempo quería cambiar de posición. Después de la cucharita volvimos a ponernos cara a cara. Ella se había tumbado al borde de la cama, con las piernas abiertas. Yo, arrodillado en el suelo, me había posicionado entre sus piernas y la penetraba a mi antojo. Por momentos la agarraba de la cintura y le daba fuerte, pero también me dejaba caer sobre ella, haciendo que nuestros cuerpos se rozaran mientras la penetraba suavemente.

La postura que más pareció gustarle a Gina fue la del perrito, porque estuvimos un buen rato practicándola sin que ella quisiese cambiar. Lo malo de esa postura es que se escondían de mi vista sus preciosos pechos que tanto me gustaban. Aunque, por otra parte, ante mí tenía su culazo en pompa. Gina apoyaba la cabeza en la cama y levantaba el culo hacia mí. Desde mi punto de vista podía ver la cara de placer que ponía, sobre todo cada vez que mi polla entraba hasta el fondo.
 - Más... Más... - Pedía ella entre gemidos.
Obediente, aumenté la rapidez de mis penetraciones. Sus gemidos también aumentaron.
 - Más fuerte. Más. - Seguía pidiendo.
La agarré firmemente de la cintura e hice lo que pude para follármela con todas mis fuerzas.
 - ¡Más fuerte! ¡Más fuerte! - Ahora Gina ya gritaba.
Yo no podía hacerlo más fuerte. Estaba dando lo máximo de mí. Pero no era suficiente para ella.
 - ¡Vamos, joder! ¡Más fuerte!
Y entonces se me ocurrió...
 - ¿Quieres más? Pues toma...
Saqué la polla de su coño y se la metí por el culo sin titubear. Gina emitió un grito ahogado que debió oírse en las cabañas cercanas.
 - ¡Sííííí! ¡Asííííí!
Debió encantarle, porque solo necesité unas cuantas embestidas más para conseguir que se corriese. Tuvo que morder las sábanas para contener sus gritos por el orgasmo que estaba teniendo mientras yo no paraba de follarle el culo. Cuando acabó su orgasmo, me llegó el mío.
 - Me corro... - Avisé mientras sacaba mi miembro de su interior.
Gina se giró en la cama y, aun tumbada, me agarró la polla con las manos y me masturbó hasta hacer que me corriese sobre sus tetas. Fue increíble. No solo por el placer, sino también por ver mi semen blanquecino decorando sus bonitos pechos. Mi espesa corrida los manchaba provocando un bonito contraste con tu piel oscura. Me dejé caer en la cama junto a Gina. Ella se acariciaba las tetas, restregando mi semen por ellas, con una expresión en la cara que nada tenía que ver con la sonrisa inocente que tenía cuando la conocí.

El día siguiente empezó casi tan bien como había acabado el anterior. Amanecí con Gina entre mis piernas, dándome los buenos días con mi polla en la boca. No pude evitar reírme.
 - Buenos días... - Me dijo.
 - Calla y chupa. - Bromeé.
Le guiñé un ojo y le hice una mueca, para que no hubiera duda de que era una broma. Ella se rio y luego siguió a lo suyo. Y no paró hasta que exploté en su boca. Cuando abrí los ojos, después de haberlos cerrado en el momento del éxtasis, ya no quedaba ni rastro de mi corrida. Gina sonreía.
 - Un desayuno muy nutritivo, ¡jaja!
Esa chica era increíble. Quería quedarme a vivir para siempre en esa cabaña.

El segundo día con ese grupo tan hospitalario también estuvo muy bien. Por la mañana recorrimos los alrededores del campamento, disfrutando de los parajes naturales que ofrecía. Después de comer, volvimos a uno de los puntos que habíamos visitado por la mañana y que más nos había gustado, pero esta vez cargados de bebidas. Una de las chicas trajo consigo su guitarra y uno de los chicos su harmónica. Pasamos la tarde del sábado entre risas y música. Se me pasó volando.

Durante la cena estuve charlando animadamente con algunas personas y le perdí la pista a Gina. No le di importancia, ya la buscaría luego. Y, en efecto, cuando terminé de cenar me dirigí a su cabaña con la intención de repetir lo de la noche anterior. Se me estaba endureciendo solo de pensarlo. Cuando llegué a su cabaña y me acerqué para llamar a la puerta, unos sonidos llegaron a mis oídos. Me quedé quieto, en silencio, y acerqué la cabeza a la puerta para escuchar mejor. Entonces me di cuenta. Eran gemidos. Gemidos de Gina, además. No supe qué pensar. Probé a abrir la puerta y ésta estaba abierta, como siempre. La abrí lentamente para no hacer ruido y asomé mi cabeza al interior de la cabaña. Desde la puerta se veía el dormitorio. Lo que vi me dejó petrificado. Gina estaba desnuda, a cuatro patas en la cama. Detrás de ella, un hombre la agarraba de la cintura mientras la penetraba. Y por si eso no fuera suficiente, Gina le comía la polla a otro hombre al mismo tiempo. Gina se estaba montando un trío con otros dos hombres. Se me cayó el mundo al suelo. Me dio un bajón instantáneo. Cerré la puerta lentamente y me alejé de la cabaña, aún en shock. No sabía muy bien por qué, si porque me gustaba Gina y no me gustaba verla con otros hombres, o porque esperaba pasar otra noche increíble con ella y se me había fastidiado el plan. Creo que era una mezcla de ambas cosas.

Caminaba afligido cuando me crucé con dos chicas que llegaban a su cabaña. Las conocía de vista, las había visto en el campamento, pero no habíamos entablado conversación.
 - ¿Y esa cara? ¿Qué te ha pasado, cariño? - Me preguntó una de ellas.
 - Nada... - Contesté yo, que no me apetecía dar explicaciones. - Una desilusión...
 - Anda, no será para tanto. Nada que no se pase con un vino. - Dijo la otra.
 - ¡Eso! Pasa y cuéntanos. Seguro que cuando lo pienses bien es una tontería.
No me apetecía nada, pero no tenía ánimos ni para discutir la invitación, así que cinco minutos después estábamos los tres sentados en un humilde sofá que tenían en la cabaña, con una copa de vino tinto cada uno. Sin entrar en mucho detalle, les conté la causa de mi desánimo.
 - Oh, vamos, no te lo tomes así. Aquí profesamos el amor libre. No creemos en la monogamia. Gina puede estar encantada contigo y además disfrutar de la compañía de otras personas. - Me consolaba Anita.
Anita era una chica rubia muy mona, con cara de niña, pero con un cuerpo que decía todo lo contrario. Estaba bien dotada en todos los aspectos.
 - Además, tienes que aprender a ver el sexo de una forma distinta. En el campamento practicamos la libertad sexual. El sexo no responde al amor, sino a la atracción. Son cosas distintas. - Añadió Laila.
La otra chica, Laila, era una morena con el pelo a la altura de los hombros. No tenía un físico tan exuberante como el de su amiga, pero era guapísima. Tenía unos ojos azules muy dulces que consolaban solo con mirarte, y unos labios y una sonrisa preciosos.
 - Para mí no es tan fácil pensar así... - Me excusé, e hice una pausa para dar un trago al vino. - Encima con dos a la vez...
 - Tampoco es tan raro, hombre. - Dijo Laia.
 - ¿No? ¿Vosotras también habéis estado con dos hombres al mismo tiempo? - Pregunté.
 - ¡Claro! - Exclamó Laia.
 - Y con dos mujeres... jaja. - Dijo Anita entre risas.
 - ¿Tú no? - Me preguntaron las dos a la vez, casi al unísono.
 - Que va...
Laia y Anita se miraron la una a la otra y sonrieron. Segundos más tarde sus labios se tocaban.

Así que allí me encontraba yo, sentado en un sofá de une cabaña con una copa de vino en la mano mientras dos jóvenes y atractivas hippies se besaban delante de mí. Y no eran unos besitos juguetones, no. Se metían la lengua bien dentro de sus bocas. Me quedé embobado mirándolas. Entonces sentí sus manos acariciando mis piernas. Cada una se apoyaba en una de mis piernas. Yo me iba poniendo más nervioso a medida que sus manos subían lentamente hacia mi entrepierna. Cuando me quise dar cuenta, mi pantalón estaba desabrochado. No sabría decir quién de las dos fue, o las dos, pero obviamente yo no me resistí. Seguían besándose mientras metían sus manos por dentro de mi pantalón. No dejaron de besarse hasta que sacaron mi miembro, seguramente pensando que ya tenían algo mejor que hacer con sus bocas.
 - ¿Quién quieres que haga los honores? - Me preguntó Anita.
 - Mmmm... ¿Las dos?
 - Buena respuesta...
Dos pares de labios abrazaron mi polla y la recorrieron de arriba abajo. A ellos se unieron también dos lenguas, que humedecían sutilmente cada centímetro de mi miembro. Anita y Laia se dedicaban una electrizante mirada la una a la otra. No tenía pinta de ser la primera vez que hacían algo así. De hecho, hasta se compenetraban bien. En un santiamén ya tenían mi polla dura y lubricada con su saliva. Perfecta para pasar a la acción.

Mientras Laia seguía entretenida chupando (por la expresión de su rostro parecía encantarle hacerlo) Anita se levantó y se quitó rápidamente el pantaloncito. Laia se despidió de mi pene con un besito en el glande y dejó paso a Anita, que se sentó a horcajadas encima de mí. Se apartó las braguitas a un lado, agarró mi polla con la mano y se dejó caer hasta que ésta se deslizó en su interior. Comenzó el sube y baja en el sofá. Comenzaron los gemidos. Le quité la camiseta a Laia, deseoso de ver su cuerpo. No llevaba sujetador así que se presentaron sus pechos ante mí. Unas tetas grandes, bien puestas, con los pezones rodeados por grandes areolas. Las chupé y lamí como si no hubiera comido en un mes. Qué delicia. Mientras follábamos, Laia estaba detrás de Anita, acariciando su cuerpo con ambas manos. Cuando coincidía que me miraban las dos a la vez se me aceleraba aún más el corazón. Laia se agachó y por un momento dejé de verla, pero supe enseguida dónde se encontraba cuando noté su lengua lamiendo mis huevos. Tener a Anita cabalgándome al mismo tiempo que Laia me comía los huevos es, sin exagerar, una de las mejores sensaciones de mi vida.

Cuando Laia volvió a aparecer por detrás de Anita fue para regalarme otro bonito momento. Se sentó junto a mí y me besó fogosamente, para luego deshacerse de su top y demostrarme que ella tampoco llevaba sujetador. Sus pechos eran pequeños y bonitos, con los pezones duros apuntándome directamente. La mirada que me lanzó Laia decía más que cualquier palabra o frase que pudiera articular. Besé a Anita y luego me lancé sobre Laia. Le quité la faldita, el tanguita (muy bonito, pero que no me paré a contemplar) y me puse encima de ella en el sofá, entre sus piernas. La penetré sin dilación. Descubrí que su precioso rostro era aún más precioso cuando entrecerraba los ojos y se mordía el labio inferior presa del placer. Anita tampoco perdió el tiempo. Se colocó delicadamente encima la cara de Laia y bajó lentamente hasta que su coño estuvo al alcance de la lengua de Anita.
 - No, no... - Me quejé yo. - Al revés...
Anita se había colocado de espaldas a mí. Me entendió y cumplió mi deseo, dándose la vuelta sobre su posición para quedar de frente a mí y permitirme contemplar mi cuerpo. Incluso se acarició las tetas sensualmente para mí. Cómo cambiaba su cara de niña inocente cuando estaba desnuda y cachonda... La situación mejoró exponencialmente cuando Anita se dejó caer sobre el cuerpo de Laia, quedando ambas en posición de sesenta y nueve. Mientras yo me follaba a Laia, la lengua de Anita alternaba entre su coño y mi polla. Una delicia para mí, una delicia para Anita y una delicia para Laia.

Me habría sentido un privilegiado solo con poder masturbarme mientras contemplaba a esas chicas teniendo sexo entre ellas, pero no solo podía verlo, sino que además yo estaba participando. No estaba acostumbrado a situaciones como esa, así que se me hacía complicado aguantar sin correrme. Cuando noté que estaba a punto de hacerlo, decidí desentenderme temporalmente de la acción y hacer una pausa. Mientras yo descansaba, Anita y Laia seguían a lo suyo, jugueteando, dándose placer la una a la otra, regalándome una imagen que me habría encantado grabar para mis momentos de soledad. Cuando me sentía recuperado volvía a la acción, y las chicas me recibían con ganas y expectación. Si volvía a necesitar una pausa, descansaba y así retrasaba mi orgasmo. Gracias a estas pausas, que lo eran para mí, pero no para ellas, conseguí aguantar lo suficiente para arrancarles un orgasmo a cada una de ellas. Por supuesto, con la colaboración de la otra. Cuando Anita estuvo al borde del orgasmo, Laia y yo combinamos fuerzas para ofrecerle un increíble clímax. Cuando le tocó el turno a Laia, Anita y yo hicimos lo mismo.

Conseguidos sendos orgasmos, y exhausto como yo estaba, me dejé llevar hasta acabar yo también. Estaba yo tumbado en el sofá, cansado y sudado a más no poder, cuando me llegó el momento. Tenía a Anita encima de mí, restregando sus tetas contra mi pecho y besándome el cuello, mientras mi polla entraba y salía de su coño.
 - Los huevos, los huevos... - Susurré a Laia, que me complació encantada.
Los labios y la lengua de Laia en mis huevos, unido a todo lo ya mencionado que me hacía Anita, fue la gota que colmó el vaso.
 - Estoy a punto... - Susurré, esta vez al oído de Anita
Pero ella no paraba.
 - Me voy a correr... Me corro...
No solo no se detuvo Anita, sino que empezó a moverse aún más rápido, como si no le importara que estuviera a punto de correrme dentro de ella.
 - ¡Que me corro, joder! - Grité esta vez.
Anita por fin se movió de forma que mi polla salió de su interior. El coño de Anita fue sustituido por la boca de Laia. En cuanto quedó libre mi miembro, Laia se lo metió rápidamente en la boca y lo chupó con todas sus ganas.
 - ¡Diosssssss! - Exclamé, presa de mi orgasmo.
Apreté con las manos las nalgas de Anita, cuyo cuerpo desnudo seguía encima de mí. Ella me acariciaba el cuerpo con las manos y me seguía besando el cuello. Laia me la chupaba con fuerza, usando boca y manos. Y mientras todo esto ocurría, me corrí. Abundantemente. No dejé de apretar con fuerza el culo de Anita hasta que terminé de descargar todo lo que tenía dentro en la boca de Laia, quien tampoco cesó en su tarea hasta exprimirme la última gota. Pasado el clímax, relajé todo mi cuerpo y suspiré, disfrutando de esos placenteros segundos post-orgasmo, con Anita aun tumbada encima de mí besándome el cuello y Laia relamiendo mi polla. Cuando Laia se puso en pie y volví a tenerla a la vista, no quedaba ni rastro de mi corrida en su boca. Anita se incorporó y ambas se besaron dulcemente, para luego dejarse caer en el sofá junto a mí.

Mi segundo amanecer en el campamento no fue tan bueno como el primero. Que te despierten con sexo oral es difícil de mejorar, obviamente. Sin embargo, despertar en la cama junto a dos preciosas mujeres desnudas tampoco está nada mal. Tras nuestra divertida historia en el sofá, me habían ofrecido quedarme a dormir con ellas para no tener que volver a mi cabaña, y después de lo que acabábamos de hacer no tenía mucho sentido taparse para dormir con el calor que hacía. Desayuné algo rápido con ellas y luego me dispuse a irme a casa, el fin de semana había terminado. Ambas se despidieron de mí con un beso en los labios.
 - Esperamos haberte levantado el ánimo. - Dijo Laia.
 - Al menos hay algo que sí que te levantamos... Jajaja. - Bromeó Anita.
 - Gracias, chicas. Por dejarme quedarme aquí y por... Bueno, todo. ¡Adiós!
Pasé por la cabaña de Gina deseando no encontrármela con los dos hombres de anoche. Afortunadamente, cuando me abrió la puerta estaba sola.
 - Ha sido divertido. Vuelve cuando quieras, eh. - Se despidió ella.
También me plantó un beso en los labios, éste con algo más de cariño. Me despedí dándole las gracias y deseando volver a verla.



No hay comentarios:

Publicar un comentario