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domingo, 7 de junio de 2020

El conde



El lujoso Cadillac Escalade se detuvo frente a la casa. Se abrió una de las puertas de atrás y aparecieron unas largas piernas brillando al sol. Salió del coche una preciosa mujer, que se quedó unos segundos absorta ante la magnificencia de la gigantesca mansión que se presentaba ante ella. La mansión del conde James Hopkins, el motivo de su visita. El conde Hopkins era un filántropo famoso entre la alta sociedad. Aparentemente bondadoso y generoso, pero sobre el que corrían múltiples rumores de todo tipo. Él era el protagonista de la investigación que estaba llevando ella, la periodista Amy Burton. Al oír esos curiosos rumores, se había propuesto esclarecer la verdad sobre el conde y sus negocios. Tras haberse cruzado algunas palabras infructuosas durante algún acto, Amy había decidido ir más allá. La única forma de conocer sus entresijos a fondo sería convivir con él durante unos días. Sorprendentemente, el conde había aceptado su propuesta sin dudar.

Caminó con paso decidido hasta la puerta de madera empujando la maleta que llevaba consigo y llamó al timbre. La puerta se abrió.
 - Buenas tardes. - Saludó una mujer al otro lado del umbral.
 - Buenas tardes. - Contestó Amy.
 - El señor Hopkins le está esperando.
Se apartó para cederle el paso y Amy se adentró en la casa. Tras cerrar la puerta, la mujer cogió su maleta y la guio hasta el salón. Allí le esperaba el conde.
 - Un placer volver a verla, señorita Burton.
 - Puede llamarme Amy.
 - Y usted puede llamarme James. Bienvenida al que será su hogar durante unos días. Espero que lo encuentre agradable. Llevaremos su maleta a su habitación.
Hizo un gesto y la mujer que llevaba su maleta se fue.

El conde vestía elegantemente, acorde a su personaje. Zapatos de piel, pantalones largos y negros de buena tela, y camisa blanca impoluta. Amy lo analizó con la mirada, como había hecho cada vez que se lo había encontrado. Era un hombre maduro, pero atractivo. Su pelo corto y negro mostraba algunas canas. Sus gafas de finas patillas le daban un aire intelectual. Tenía siempre un aire de seguridad en sí mismo que impregnaba todos sus actos. James Hopkins también analizó a su nueva inquilina de arriba a abajo. Amy caminaba sobre zapatos de tacón, luciendo una falda bien ajustada a su cuerpo y que llegaba a la altura de las rodillas. Llevaba una blusa blanca con los botones superiores desabrochados. Su pelo rubio casi platino recogido en un moño, con unos mechones juguetones cayéndole por las sienes. Siempre con ella, su bolso negro donde guardaba su material de periodismo.

Amy tenía una reputada carrera en el periodismo a sus espaldas, no era ninguna novata. Sin embargo, era joven al lado del conde. Debía ser unos diez años más joven. No le gustó nada sentir la mirada de Hopkins recorriendo su cuerpo.
 - ¿Qué le parece si empezamos con un tour rápido por su nueva morada temporal?
 - Me parece bien.
Recorrieron la casa juntos, habitación tras habitación. Con cada nueva estancia que visitaban, Amy alucinaba más. La mansión era gigantesca. Pasearon por ella durante un buen rato, siempre acompañados por una ligera música clásica de fondo, que les seguía allá por donde pasaban. Lo que más llamó la atención a Amy es que no dejaron de cruzarse con mujeres. Solo mujeres. En el jardín, dos mujeres en bikini tomaban el sol junto a la piscina. En la cocina, dos mujeres en delantal preparaban la cena. En la habitación principal, donde dormía el conde, una mujer vestida de chacha hacía la cama y otra limpiaba su baño personal. En otro salón, una mujer leía un libro sentada cómodamente en un sillón junto a la ventana. Y así era por toda la casa. James dejó para el final el plato fuerte: la biblioteca. Amy se sorprendió ante la inmensa cantidad de libros en las estanterías, las cuales llegaban hasta el alto techo. Recorrió con la mirada los carteles que denotaban los distintos géneros: Historia, Ciencia, Tecnología, Idiomas, Novela negra, Novela distópica, Filosofía, Sexo... Se acercó a esta última sección. Una gigantesca sección dedicada únicamente a literatura sexual. Cogió uno de los libros: "El arte del cunnilingus". Ya ni recordaba la última vez que le habían comido el coño en condiciones. Se sobresaltó al notar la presencia del conde a su lado.
 - No es fácil. - Bromeó.
 - Eso parece...
Amy miró hacia arriba, por donde se extendía toda la sección de sexo.
 - Guías, consejos, ensayos psicológicos, novela erótica, historia del sexo en distintas culturas, múltiples versiones del Kamasutra... Un tema interesante, el sexo. - Dijo él.
 - Ya lo creo.
 - Hay pocas cosas más satisfactorias que dar completo placer a una mujer.
 - Sólo son libros.
 - Se aprende mucho leyendo. Aunque obviamente no se acaba de aprender hasta que se aplica en la práctica. 
Amy sonrió.
 - Ya casi es hora de cenar. - Dijo James. - ¿Por qué no vas a acomodarte a tu habitación? Cenamos a las nueve y media.

A la hora acordada bajó Amy al comedor, donde ya le esperaba James. El seguía igual vestido, pero ella se había puesto más cómoda con unos pantalones vaqueros y zapatos planos, pero la misma blusa.
 - Perfecto, ya estás aquí. Pediré que traigan la cena.
James hizo sonar una campanita. Amy se sentó en la única otra silla que había en la mesa. Era una mesa muy larga, pero la silla estaba justo delante de donde se sentaba James. Aparecieron por la puerta de la cocina un par de mujeres con atuendos elegantes y les sirvieron primer plato.
 - ¿Vino?
 - ¿Por qué no?
Las mujeres sirvieron vino a ambos y se retiraron. James y Amy empezaron a cenar.
 - ¿Puedo hacerle una pregunta? - Tomó la iniciativa Amy.
 - Por favor, tutéame.
 - Está bien. ¿Pero puedo hacerte una pregunta?
 - Para eso estás aquí, ¿no?
 - Sí, es cierto.
 - Te permito todas las preguntas que quieras, siempre que por cada pregunta pueda hacerte yo una a ti.
 - ¿A mí?
 - Sí, a ti. Prometo sinceridad en mis respuestas si usted hace lo mismo.
Amy dudó por un segundo, pero pensó que no tenía nada que ocultar.
 - Está bien, pero empiezo yo.
 - Adelante.
 - ¿Por qué viven todas estas mujeres con usted? ¿Y ningún hombre?
 - Aceptaré esas dos preguntas como una sola. - Dijo James, para luego dar un sorbo a su copa de vino.
 - Viven aquí porque así lo desean. Como tengo espacio de sobra, les dejo que se queden. No hay ningún hombre porque ningún hombre me ha pedido vivir aquí.
 - ¿Pero por qué quieren vivir aquí?
 - Perdona Amy, pero me toca preguntar a mí.
 - Está bien.
 - ¿Cuándo te masturbaste por última vez?
Amy se atragantó con el trago de vino que estaba dando mientras escuchaba la pregunta.
 - ¿Perdona?
 - Ya me has oído. No tienes por qué responder, pero yo tampoco responderé a tus preguntas.
 - Eh... Está bien. Pues no sé... Hace días... No lo recuerdo.
 - Puedo notar cuando la gente me miente, Amy. Es una cualidad que me ha sido siempre muy útil.
Amy tragó saliva y finalmente se decidió a contestar.
 - Esta mañana. Al despertar.
James sonrió y siguió comiendo.
 - ¿Por qué quieren vivir aquí estas mujeres? ¿Les pagas? - Amy se pensó muy bien lo que iba a decir a continuación, pero lo soltó. - ¿Están drogadas? ¿Extorsionadas?
Al conde no pareció alterarle estas insinuaciones.
 - Es normal que puedas pensar esas cosas, pero te aseguro que no es nada de eso. Simplemente son felices aquí y disfrutan de los lujos. Tienen todas las comodidades que necesitan. Salen cuando quieren y vuelven. Nada ni nadie les retiene aquí. Puedes entrevistar a quien quieras o investigar lo que quieras. Te invito incluso a que hagas tests de droga sorpresa si lo deseas, no encontrarás nada. Es la verdad.
Amy no pareció muy convencida, pero tampoco tenía motivos para sospechar. Era cierto que las mujeres estaban de buen humor incluso cuando servían al conde.
 - Me toca. - Siguió él. - ¿Cuándo tuviste sexo por última vez?
La periodista se sonrojó. El conde estaba consiguiendo que ella estuviera más incómoda respondiendo que él.
 - Hace cinco días. El domingo. ¿Por qué cree usted que estas mujeres quieren vivir con usted?
 - No lo sé a ciencia cierta. Seguramente también influye la vida acomodada y sin preocupaciones que les ofrezco, pero ya que estamos siendo sinceros, creo que la razón principal soy yo. Quieren vivir conmigo. Y ahora tu turno, Amy. ¿Te depilas el vello público?
 - Por favor... ¿Dónde quiere llegar con esas preguntas?
 - A ningún lado. Solo intento conocerla mejor. Y el cuerpo femenino y el sexo son dos de mis mayores intereses.
Amy masticó con nerviosismo durante unos largos segundos en los que James simplemente guardó silencio.
 - No del todo. - Contestó finalmente. - Me lo recorto, pero no me gusta parecer un bebé.
 - Interesante...
 - Me toca. - Dijo Amy rápidamente para cambiar de tema. - ¿Tienes sexo con estas mujeres?
 - Cuando quieren, sí. Pero eso es prácticamente siempre, si te soy sincero. En esta casa las hormonas se disparan más de lo normal.
La perspicaz periodista ya se había dado cuenta de eso.
 - ¿Tus pechos son naturales? - Preguntó James.
 - Claro que sí. - Contestó ella, con un ligero tono de indignación.
Se miró el escote y se abrochó un par de botones más de la blusa.
 - Señor Hopkins, ¿practica usted la trata de blancas o induce de alguna forma a estas mujeres a trabajar para usted?
 - ¿Ahora me tratas de usted? Se ha puesto seria la cosa...
 - Conteste.
 - Por supuesto que no.
Se hizo el silencio. Tanto uno como el otro se acababan de terminar el postre.
 - Osea que solo tienen sexo con usted.
 - Eso no lo sé. Son libres de tener sexo con quien quieran, pero yo no llevo ninguna clase de negocio con eso.
Las camareras ya estaban retirando los últimos platos.
 - Es tarde, así que va a ser mi última pregunta por hoy.
 - Está bien.
 - ¿Quieres tener sexo conmigo?
 - No. - Respondió Amy tajantemente.
James sonrió y se levantó de la mesa.
 - En ese caso, hasta mañana. Espero que hayas disfrutado de la cena. Buenas noches.
 - Buenas noches. - Se despidió ella.

Más tarde, tumbada en la cama de su dormitorio, Amy no podía pegar ojo. Le intrigaba mucho el misterio de esa casa, esas mujeres y el conde. Estaba segura de que escondía algo. Había oído rumores. No creía que fueran ciertos, pero sin duda algo ocurría entre las paredes de esa lujosa mansión. Decidida, se levantó de la cama dispuesta a investigar bajo el amparo de la oscuridad y del silencio. Se llevó consigo un vaso de agua que le proporcionaría una coartada en caso de ser descubierta. Tras cerrar con cuidado la puerta de su habitación, recorrió los pasillos con sigilo. No sabía lo que buscaba, pero quería encontrar algo. Cualquier cosa. La casa permanecía en el más ceremonioso silencio. No se oía ni una mosca. Hasta que, al pasar por delante del pasillo que llevaba al dormitorio principal, le pareció oír algo. Se detuvo y contuvo la respiración. Oyó algo de fondo. ¿Eran eso lamentos de dolor? Eso le pareció. Y sin duda de una mujer. Una mujer dolorida en la habitación del conde. Se le aceleró el pulso y se acercó con todo el sigilo que pudo hacia la puerta del dormitorio. Sin embargo, conforme se fue acercando más, el sonido fue haciéndose más claro, hasta que Amy no tuvo duda. No eran lamentos de dolor... Eran gemidos de placer. Aquel descubrimiento frustró a Amy, que estaba dispuesta a encontrar algo turbio, pero a su vez aumentó su curiosidad. Se acercó lentamente hasta la puerta del dormitorio. Cuando apretó la oreja contra la puerta, ésta se abrió ligeramente. Con el corazón en un puño, Amy no pudo evitar asomarse. Vio una cama gigantesca. Sobre ella, el conde tumbado desnudo. Y sobre él, una mujer desnuda saltando a todo ritmo. Era la mujer que la había recibido a su llegada y le había llevado la maleta a la habitación. No paraba de gemir y balancear su cuerpo sobre el del conde. Él la miraba con fuego en los ojos. Entonces le dio una palmada en el culo y ella saltó como un resorte en la cama para ponerse a cuatro patas. El conde se arrodilló detrás de ella y comenzó a embestirla. Amy se empezó a poner cachonda ante esa imagen del atractivo conde. Desnudo y entregado sexualmente con una furia salvaje. En esa posición el conde podía descubrirla en cualquier momento, así que tuvo que contenerse y abandonar su papel de voyeur. De nuevo recorrió los pasillos con el mismo sigilo para volver a su habitación. Se tiró en su cama y resopló profundamente. Pasaron unos minutos, pero no se quitaba la imagen del conde de su cabeza. Finalmente, cedió a los deseos de su cuerpo. Deslizó su mano por dentro de sus braguitas y comenzó a tocarse rememorando lo que acababa de contemplar. Aunque ella se esforzaba por impedir ese pensamiento, su mente se empeñaba en colocarla a ella en el lugar de la mujer que había visto. Y de esa forma, se veía a sí misma a cuatro patas en la enorme cama del conde, siendo penetrada por él. Se masturbó hasta correrse y luego, por fin, se quedó dormida.

A la mañana siguiente se despertó confusa. No sabía si lo del conde lo había soñado o de verdad lo había visto. Lo indudable era que necesitaba cambiarse de bragas. Se moría de hambre, así que se cambió de ropa interior, se vistió y bajó al comedor dejando la tan necesaria ducha para después del desayuno. En cuanto llegó a la puerta del comedor se encontró con algo que reafirmó que lo que había visto por la noche debía ser cierto. El conde estaba sentado en un sillón de piel. Arrodillada entre sus piernas estaba una de las camareras que les había servido la cena el día anterior, haciéndole una mamada. Le impactó ver que ella parecía estar disfrutándolo incluso más que él. Entonces llegó la otra camarera. Le dio una taza de café al conde y luego, con una amplia sonrisa, se arrodilló a ayudar a su compañera.
 - ¿Cómo lo hace? - Se preguntó Amy, alucinada.
Empezó a notar esa calentura interior que la había poseído la noche anterior, así que prefirió volver a su habitación a darse una ducha y dejar a aquellos tres desayunar tranquilamente.

Cuando volvió a bajar, ya limpia y aseada, entró en el comedor sutilmente, para evitar interrumpir algo. Ahora el conde estaba sentado en la mesa del comedor. Estaba en batín, comiéndose unas tostadas.
 - Buenos días, Amy. Perdona que haya empezado sin ti.
 - Buenos días. - Respondió ella, y se sentó en otra silla.
Aparecieron las camareras y le trajeron tostadas y un café. Tras el desayuno, pasaron la soleada mañana disfrutando de la piscina. Amy no se había llevado bañador, así que tuvo que usar un bikini que le prestó una de las mujeres que vivía en la casa. Pasó un poco de vergüenza porque el bikini era ridículamente pequeño y excesivamente atrevido, pero la naturalidad con la que actuaba el conde la tranquilizó. Comieron en el jardín, acompañados de una de las mujeres camareras y una de las que había visto cocinando el primer día. Compartieron mesa los cuatro. A Amy le irritó ver a las dos mujeres tan risueñas y felices con su vida en la casa. Seguía sin entenderlo.

Por la tarde, Amy tuvo entrevistas privadas con cada una de las mujeres que había en la casa. El conde aceptó esa petición de buen grado y sin condiciones. Mientras ella hablaba con las mujeres una a una, James pasó la tarde leyendo en la biblioteca y haciendo algo de ejercicio en su gimnasio privado. En total, once mujeres hablaron con Amy, todas encantadas de hacerlo. Desafortunadamente para la periodista, nadie le aportó información útil. Todas declaraban que vivían allí encantadas de poder alojarse gratis en una lujosa mansión con la agradable compañía de James. Algunas de ellas dejaron su empleo cuando se instalaron en la casa. Otras continuaban con sus trabajos mientras vivían con el conde. Sus profesiones eran dispares: limpiadora, modelo, abogada, científica... Una de las mujeres estaba casada. "A mi marido le gusta que otros hombres disfruten de mi cuerpo", decía. Además, dos de las mujeres eran pareja. El resto todas eran solteras, o eso decían. La más joven tenía veinte años y la más mayor cincuenta y seis. En conclusión, lo único que parecían tener todas en común era su belleza y atractivo físico.
 - Once mujeres. ¿Son todas las de la casa? - Preguntó Amy a James.
 - Ahora mismo sí. Sarah vuelve de viaje pasado mañana y Kate no sé dónde está. No está en casa desde hace un par de días.
Al acabar las entrevistas ya era tarde, así que Amy volvió a su habitación a repasar sus notas antes de la cena.

En general, el día había transcurrido sin eventos destacables. Amy se reconoció a sí misma que le agradaba James, pero aún seguía sin fiarse del todo. Tenía la espinita clavada de que el conde ocultaba algo. Por la tarde no habían tenido casi contacto, pero cada vez que ella había intentado sacar algún tema polémico durante la mañana, él se había ido por las ramas y no llegaba a profundizar en nada relevante. Sabía cómo manejar la situación para no responder lo que no quería responder de una forma aparentemente inocente.

El comedor se presentaba igual que la noche anterior, a excepción de que las dos mujeres que estaban colocando los cubiertos no eran las mismas.
 - Hola Amy. La cena ya está lista, toma asiento.
Se sentaron de igual forma que el día anterior. La cena transcurrió casi en silencio, excepto por algún comentario sobre la calidad de la exquisita comida. Cuando estaban acabando el segundo plato, Amy no pudo reprimirse más.
 - ¿De dónde sale todo el dinero? - Soltó a bocajarro.
 - ¿Perdón? - Se excusó el conde, sorprendido por el tono de ataque.
 - Tu riqueza. Los negocios que se te relacionan no son tan lucrativos. ¿De dónde sale esta riqueza?
 - ¿Qué más da?
 - Te recuerdo que soy periodista y estoy aquí para investigar. A ti te parecía bien.
 - Ya...
 - Hay un rumor... Estúpido supongo, pero lo explicaría.
 - Hay muchos rumores entorno a mí.
 - Me refiero al rumor de que conseguiste tu riqueza seduciendo a una mujer rica.
 - Ya, lo había oído...
 - ¿Y bien?
 - Si quieres jugar a las preguntas de nuevo, Amy, ya sabes mis condiciones.
 - Está bien, pero contesta.
 - Es falso, obviamente. Simplemente heredé mucho dinero de mi familia. Un dinero que se lleva heredando durante muchas generaciones.
 - ¿De cuánto estamos hablando?
 - No sé la cifra exacta, y además me toca a mí preguntar. ¿Cuál es tu postura sexual favorita?
 - Ya estamos...
 - Por favor Amy, el sexo es algo natural. Todo el mundo tiene sus gustos, fetiches y fantasías. Que no te incomode hablar de ello.
 - Pues... Creo que la postura del perrito.
 - Una de mis favoritas también, sin duda.
 - ¿Tienes algún negocio ilegal?
 - Ninguno.
 - Mientes...
 - Te juro que no miento, Amy. No te he mentido nunca.
Amy se quedó en silencio. Dudando. Seguía sin confiar en su palabra, pero era lo único que tenía ya que no había encontrado ninguna prueba en su casa, en los testimonios de las mujeres ni en la investigación previa a su llegada a la casa.
 - ¿Has tenido sexo lésbico? - James seguía con sus preguntas subidas de tono.
La periodista puso cara de circunstancia.
 - Sí... - Dijo con pesadez. Y enseguida continuó. - Hay otro rumor bastante raro sobre ti.
El conde puso una expresión interrogativa y la miró con curiosidad.
 - Hay quien dice... - Amy hizo una pausa y continuó. - Hay quien dice que hay algo en tu... Esperma. Que tiene propiedades especiales o algo así. No sé... Se dicen muchas tonterías, pero... ¿Hay algo de cierto en ello?
 - Jajajaja. Qué cosas se dicen, sí... - Contestó el conde sonriendo. - No sé si tiene "propiedades especiales", pero para ser sincero, sí que suele haber un cambio en el comportamiento de la otra persona. Solo eso.
A Amy le pareció interesante esa confesión, pero James cortó rápidamente sus pensamientos con otra de sus preguntas.
 - Ya que sacas el tema, Amy... ¿Tú sueles tragarlo? No, perdón. Tengo una pregunta mejor. ¿A ti te gusta tragártelo?
La periodista alucinó con la pregunta.
 - Te estás pasando... - Advirtió firmemente.
 - ¿Pero por qué? ¿Por qué te escandaliza el sexo? ¡Lo disfrutamos todos! Qué manía con convertirlo en tema tabú...
El conde se giró y miró a las dos mujeres que ejercían de camareras aquella noche, que esperaban sentadas en una esquina.
 - A mí no me entusiasma demasiado. - Se sinceró una de ellas. - Pero no me importa hacerlo si a la otra persona le gusta.
 - ¿No? - Se extrañó la otra mujer. - Uf, a mí me encanta...
 - Así de simple. ¡Con naturalidad!
 - Pues sí. - Contestó Amy con seguridad. - La verdad es que me gusta.
 - ¿Ves? ¡No es tan difícil!
 - Sí, ya... Antes has mencionado que notabas un cambio en el comportamiento de la otra persona. ¿Qué tipo de cambio?
 - Se vuelven más apegadas a mí. Se encariñan. Nada más.
 - ¿Se encariñan? Explícame eso.
 - Lo siento, pero es tarde. - Se excusó James.
Se limpió los labios con la servilleta y se levantó de la mesa.
 - Pero queda mi pregunta. Y es la misma que ayer. ¿Quieres tener sexo conmigo?
 - Em... No... - Amy se sonrojó.
El conde sonrió.
 - Hasta mañana, entonces. Buenas noches.
 - Buenas noches...

Una vez en su habitación, Amy estaba algo alterada por su conversación con el conde. Aprovechando que tenía baño privado, decidió pegarse una ducha para refrescarse y calmarse antes de irse a la cama. Mientras el agua bañaba su cuerpo, en la mente de Amy se sucedían imágenes relacionadas con su conversación picante con el conde. Era indudable que James cada vez le atraía más. Pensó que quizá había sido un error pasar esos días en su casa. Ya fuera de la ducha, se colocó una toalla pequeña en el pelo y otra más grande alrededor del cuerpo, y salió a la habitación en busca de su ropa. Mientras rebuscaba en la maleta, alguien llamó a la puerta.
 - Adelante... - Dijo ella, sujetándose la toalla para evitar descuidos.
Se abrió la puerta y apareció James prácticamente desnudo, únicamente con los calzoncillos.
 - Hola. - Saludó él, cerrando la puerta tras de sí.
 - Hola. - Contestó ella, algo nerviosa.
A Amy se le aceleró el pulso al observar el musculoso y cuidado cuerpo de James, con el vello del pecho y las piernas completamente depilado. Él se acercó lentamente a ella hasta que sus cuerpos estuvieron extremadamente cerca. Entonces la miró a los ojos. Amy notó que se le encendía un fuego interior.
 - ¿Q-Querías... A-Algo...? - Tartamudeó ella.
 - Sí... - Susurró él.
Con un movimiento suave retiró la toalla del pelo de Amy y acarició su mojado cabello rubio. Luego dirigió su mirada a la toalla que cubría el cuerpo de la periodista. Ella se puso tensa. Muy lentamente, el dedo de James viajó hasta el nudo de la toalla. Amy se quedó quieta, nerviosa, y tragó saliva. Entonces con otro movimiento suave, James deshizo el nudo. Amy no hizo nada por evitarlo, así que la toalla cayó al suelo, quedando su cuerpo desnudo a la vista. James lo recorrió de arriba a abajo con los ojos y luego con las manos, acariciando con ellas cada curva de su cuerpo aún mojada. La respiración de Amy se había acelerado. James, sin embargo, estaba completamente tranquilo.

Tras acariciar todo su cuerpo, James acarició también su rostro. Luego puso su mano en la nuca de Amy y tiró de ella hacia él hasta que se juntaron sus labios. Ella le devolvió el beso apasionadamente. Lengua con lengua. Tras ese dulce beso, James levantó a Amy en sus brazos y la lanzó sobre la cama. Se colocó encima de ella y volvió a besarla. De sus labios pasó a su cuello y siguió bajando. Lamió sus pechos. Besó sus pezones, algo que a Amy le encantaba. Siguió bajando, trazando el camino con la lengua, hasta llegar a la parada final. Amy se puso tremendamente cachonda al notar los besos de James en su entrepierna. Después de unos cuantos besos en la zona, James hundió su cabeza entre las piernas de Amy y ella gimió de placer al notar su lengua nadando en el interior de su coño. Se agarró con ambas manos del colchón y se mordió el labio presa del placer que James le estaba proporcionando. Un par de minutos fueron suficientes para darse cuenta de que esas guías sobre el cunnilingus efectivamente servían para algo. Amy nunca había sentido nada igual. Gimió y gimió mientras James le comía el coño con una habilidad asombrosa, utilizando los dedos al mismo tiempo para aumentar la estimulación. El conde no descansó hasta que un asombroso orgasmo sacudió a Amy, quien se retorció en la cama temblando. James escaló de nuevo por su cuerpo hasta alcanzar su boca. Amy le besó con fogosidad, agradecida por lo que acababa de pasar.

James se incorporó en la cama y observó el cuerpo de Amy unos segundos. Luego se quitó los calzoncillos que aun llevaba puestos. A Amy se le hizo la boca agua al ver su polla. Era grande, gorda y ya la tenía durísima. Al igual que el resto de su cuerpo, a excepción de la cabeza, tenía el vello púbico depilado.
 - ¿Quieres que te folle? - Le preguntó James.
 - Sí... - Jadeó Amy.
James se escupió varias veces en la mano y usó su propia saliva para lubricar su miembro, aunque Amy pensaba que con lo mojada que estaba sería suficiente. Luego colocó entre las piernas de Amy, pero en vez de penetrarla, James jugó un poco restregando la punta de su polla por su coñito, sin llegar a metérsela.
 - ¡Fóllame ya! - Le gritó ella, desesperada por sentirle dentro.
Entonces fue cuando James agarró su cintura y la penetró. Amy sintió la polla resbalar en su interior hasta tocar fondo. Soltó un gemido cargado de placer. El conde comenzó a follarse a su invitada con unas ganas tremendas, como si fuera su responsabilidad de anfitrión hacerla gozar. James disfrutaba viendo los bonitos pechos de Amy bailar en círculos mientras se la follaba. El conde tenía un estilo sexual que a Amy le parecía muy placentero. Era apasionado y agresivo al mismo tiempo. Era cuidadoso y atento, pero al mismo tiempo parecía querer partirla en dos con sus embestidas. A Amy le encandilaba su instinto protector, y a la vez gozaba de la caña que le metía. Sentía que la usaba y la cuidaba a partes iguales.

Pero a ella también le gustaba llevar la iniciativa. En cuanto recobró el control de sí misma que había perdido desde que James la había tumbado en la cama, se mostró decidida a mostrar al conde que él no era el único que sabía hacer gozar. Giró junto a él de forma que James pasó a estar tumbado boca arriba en la cama y Amy tomó el control de la situación. Se sentó encima de su polla y volvió a sentirla resbalar hasta el fondo. El enorme miembro de James le hacía ver las estrellas cada vez que entraba entero. Los movimientos de Amy encima de James eran intensos y frenéticos. Amy se lo follaba con ganas, como si tuviera algo que demostrar. En realidad, lo que buscaba era hacerle disfrutar en el mismo grado en que él le estaba haciendo disfrutar a ella. La expresión de placer en el rostro de James excitaba cada vez más a Amy. Sin embargo, el conde no se dejó intimidar por mucho tiempo. Posó de nuevo sus masculinas manos en la cintura de Amy y empezó a mover la pelvis para aumentar la fuerza de las penetraciones. Ya no era Amy follándose a James, ahora se follaban los dos. Ambos se movían frenéticamente, ambos gemían como locos... El conde y la periodista se entendían perfectamente en la cama. James, preso por su excitación, incluso le dio un bofetón a Amy. Y en cuanto vio que ella sonreía, le dio otro. Pero cuando ella intentó devolverle el bofetón, él le cogió las manos y la penetró aún más fuerte. Más fuerte y más fuerte hasta provocar que Amy llegara a su clímax por segunda vez aquella noche. Apretó todos los músculos y ahogó sus gemidos como pudo mientras se corría.
 - ¡No te reprimas! - Le gritó James, y le dio un azote en cada nalga al mismo tiempo.
Eso fue el detonante. Amy dejó de reprimirse y sus gritos de placer inundaron la habitación, para luego desplomarse sobre el cuerpo sudado de James.

Amy jadeaba y sudaba. Tenía en su cara una sonrisa que no tenía desde hacía mucho tiempo. Pero la batalla no había acabado, la polla de James aún estaba dura. La miró con deseo. Le entraron unas ganas increíbles de saborearla. Se escurrió por la cama hasta llegar a su altura y la lamió con vicio mientras miraba fijamente a James a los ojos. De repente, le invadió la necesidad de demostrarle que no era el único al que se le daba bien el sexo oral. "Te vas a enterar", pensó mientras engullía su polla. O al menos lo intentaba, porque no era fácil con el tamaño que tenía. Por mucho que se esforzara, solo conseguía meterse la mitad de su miembro en la boca. Pero eso no impedía a Amy desplegar sus habilidades. Le masturbaba a dos manos al compás de la mamada, le chupaba los huevos, la lamía por todas partes... Incluso le comió el culo. James había despertado en ella esas ganas de guarrería. Y Amy estaba empeñada en conseguir que se corriera usando la boca. Todo sin perder el maravilloso contacto visual. Una vez más, el conde no aguantó mucho sin retomar el control. Empezó con suaves caricias en el pelo y movimientos lentos de cintura acompañando la mamada, pero fue aumentando la intensidad gradualmente hasta terminar agarrando la cabeza de Amy y follándole la boca. Ella se concentraba en no ahogarse mientras notaba la polla golpeando una y otra vez su garganta. Los huevos golpeando una y otra vez su barbilla. Sus babas escapando de su boca y resbalando por su barbilla y por la polla de James. Alguna que otra lágrima brotando de sus ojos llorosos por el esfuerzo.
 - La chupas jodidamente bien. - Le dijo él cuando dejó de follarle la boca. - Pero no he podido reprimir mi instinto.
Amy sonrió, con los ojos aun llorosos.

Cuando Amy hubo recobrado el aliento, James la besó apasionadamente al tiempo que acariciaba delicadamente su cuerpo con las manos. Segundos atrás le follaba la boca sin piedad y ahora la besaba amorosamente. Amy no sabía qué prefería, pero indudablemente esos contrastes la excitaban muchísimo. Y siguiendo esa línea, cuando James dejó de besarla y la miró con ternura como si fuera a recitarle el más romántico de los poemas de amor, lo que en realidad salió de su boca fue totalmente distinto.
 - Y ahora... Ponte a cuatro patas para mí.
Pese a que Amy adoraba los poemas románticos, una buena follada a lo perrito le apetecía infinitamente más. Y eso se notó cuando, prácticamente de un brinco, se puso rápidamente a cuatro patas y levantó el culo ofreciéndoselo a James. Inesperadamente, notó que James le acariciaba el ano con el dedo y, posteriormente, lo introducía dentro. En seguida captó lo que pretendía hacer, pero para su propia sorpresa, no deseaba impedírselo. Amy seguía siendo virgen del culo. Jamás había entrado nada por ahí. No eran pocos los que lo habían intentado, pero ella nunca se había dejado. Sin embargo, en ese momento deseaba que lo hiciera. Sentía que habría dejado a James hacer con ella cualquier cosa. Así que cuando James dejó de juguetear con los dedos y Amy sintió la punta de la polla apoyada en la entrada de su culo, ella solo se aferró a la cama, cerró los ojos y pensó "Hazlo tuyo". Afortunadamente, James dejó de lado su agresividad por el momento y tuvo sumo cuidado con el virginal agujero trasero de Amy. Sin lugar a dudas, debía tener algún libro sobre cómo realizar sexo anal por primera vez correctamente. Y Amy lo agradeció profundamente, ya que teniendo en cuenta el gran tamaño del miembro de James, habría sido una primera vez muy dolorosa. En lugar de eso, el conde fue gestionando las penetraciones para que fueran cada vez un poquito más profundas. Y cuando se quisieron dar cuenta, la polla entera de James invadía el culo de Amy hasta tocar fondo. Ella gemía como una loca, presa de ese nuevo placer intenso que le estaba haciendo gozar como una loca. Notaba la inmensa polla de James follándole el culo y, al mismo tiempo, sus dedos frotándole el coño. Ese doble placer no lo había sentido jamás, y solo fueron necesarios unos minutos para que Amy disfrutara de su tercer orgasmo de la noche. Este fue aún más intenso y especial. Y no solo por la nueva y placentera experiencia anal, junto con el estímulo extra del coño, también porque esta vez James también alcanzó el clímax. Se corrieron al mismo tiempo. El apretadito culo virgen de Amy fue demasiado para todo un experto sexual como era el conde, que clavó su polla hasta el fondo y se corrió dentro de él. Amy tuvo un increíble orgasmo mientras sentía el semen caliente del conde inundando su culo. Chorros y chorros de una corrida que parecía no terminar nunca. Cuando dejó de eyacular y sacó su miembro, el semen brotaba del culo de Amy. Exhaustos por una larga sesión de agresivo sexo, cayeron rendidos en la cama.

Cuando Amy despertó a la mañana siguiente, James ya no estaba en la cama. Fue directa a la ducha, aun algo convaleciente por el esfuerzo de la noche anterior. Tras ducharse, se percató de que había un bonito y sexy vestido colgado de una percha delante de su cama. Sin duda era un regalo de despedida del conde. Lo observó de arriba a abajo. Era precioso. Se lo puso y le quedaba como un guante. Entonces bajó a desayunar. Como en los días anteriores, se encontró al conde en la mesa del comedor.
 - Buenos días. Ha llegado el día de la despedida, me temo.
Amy se quedó en silencio.
 - Te vas hoy, ¿no? - Preguntó James.
Entonces Amy se quedó pensativa, y ahí fue cuando se dio cuenta. No tenía la menor duda. Quería quedarse. Miró a James y negó con la cabeza. James sonrió de oreja a oreja.
 - ¿Quieres quedarte?
Ella asintió. El conde se giró hacia ella, se bajó la bragueta y se sacó la polla.
 - Demuéstralo.
Amy se arrodilló y gateó hacia su desayuno.


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