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domingo, 19 de abril de 2020

El precio del placer


Estaba de viaje por trabajo en una ciudad donde no conocía a nadie. Después de un día entero de negocios, necesitaba tomarme una copa. Entré en el bar del hotel y me senté en la barra. Inmediatamente me atendió el camarero y me puso la copa que le pedí. Revisé correos electrónicos y otros mensajes mientras me la bebía. Cuando casi me la había terminado, vi de reojo que alguien se sentaba a mi lado en la barra. Levanté la mirada y me encontré con una mujer despampanante. Era morena, con el pelo largo y ondulado cayéndole por la espalda. Unos ojazos de un color azul claro muy bonito. Lucía un vestido negro largo, que le caía de los hombros a los pies, dejando la espalda al aire y con un travieso corte por el que salía una de sus largas y brillantes piernas. Me miró y me sonrió. Tras pedir su copa al camarero me miró de arriba a abajo.
 - ¿Viaje de negocios? - Me preguntó.
 - Sí.
 - Solo y en traje... - Me dijo, al verme extrañado. - Tenía pinta.
 - ¿Y tú?
 - Algo así.
Hubo un par de segundos de silencio.
 - Diana. - Se presentó.
 - Juan. - Contesté, incorporándome para darle dos besos.
Me embriagaron su fragancia, sus ojos y su sonrisa mientras nos dábamos los protocolarios besos de presentación.

Estuve un buen rato hablando con Diana, conociéndonos. Para cuando me estaba terminando la tercera copa, ya reíamos y conversábamos como si fuéramos amigos de toda la vida. Cada vez me atraía más esa mujer. Estuve dudando sobre si dar el paso e ir más allá, pero, para mi sorpresa, fue ella la que se lanzó.
 - ¿Te alojas aquí? - Me preguntó posando su mano en mi muslo.
 Miré su mano y luego mi mirada fue subiendo hasta sus ojos.
 - Sí... - Le contesté, nervioso.
Diana se acercó más a mí y me habló casi en un susurro.
 - ¿Subimos a tu habitación?
Sin dudarlo ni un instante, me terminé la copa de un trago y conduje a Diana de la mano hasta el ascensor. En cuanto se cerraron las puertas con nosotros dentro, Diana se me abalanzó. Me besó con fuerza, metiendo su lengua casi a la fuerza en mi boca. Nos besamos con fogosidad mientras el ascensor subía lentamente. Con una mano me agarraba la entrepierna por encima del pantalón, pidiendo guerra. Mis manos se posaban sobre su culo, acariciando suavemente sus curvas.

El ascensor llegó a mi planta y nos apresuramos hasta la habitación como dos animales en celo. Entramos en ella sin dejar de besarnos y manosearnos. Nada más cerrarse la puerta detrás de mí, conduje a Diana directamente a la habitación. Una vez allí, dejó de besarme por un momento y me separó con un empujón. Deslizó los tirantes del vestido y lo dejó caer hasta el suelo. Me quedé inmóvil, observando el cuerpazo presente ante mí. Piernas largas, curvas deliciosas, pechos grandes... Llevaba una lencería negra de encaje de lo más sexy. Me miraba con deseo, con los ojos brillantes y su bonito pelo todo alborotado. Tuve unos segundos para deleitarme con su cuerpo, recorriendo con la mirada cada centímetro de su piel. Una piel morena, tostada por el sol, que creaba un bonito juego de tonos oscuros con su pelo y un increíble contraste con sus ojos claros. Se acercó a mí lentamente hasta pegar su cuerpo al mío. Puso su mano de nuevo sobre mi paquete, acariciándolo. Y en ese instante, cuando la excitación ya se había apoderado de todo mi cuerpo, acercó sus labios a mi oído y, para mi sorpresa, me susurró un precio. En un primer momento me quedé desencajado. Ella se encargó de aclarármelo.
 - Por ese precio soy toda tuya durante una hora.
Con su mano libre, cogió las mías y las puso sobre sus pechos.

La verdad es que no me lo había esperado en ningún momento, pero lo pensé y tenía que haberme dado cuenta de que estaba siendo demasiado bueno para ser cierto.
 - Yo lo estoy deseando... - Me susurró sin dejar de acariciarme el miembro por encima del pantalón.
Mi primera reacción fue de negación, dado que no estaba acostumbrado a estas situaciones. Yo nunca había contratado ese tipo de servicio. Pero enseguida pasé de negación a duda. Pensé en el precio que me había dicho. Era bastante alto. Luego miré a Diana. Era una de las mujeres más sexys que había visto en mi vida e, indudablemente, la más impresionante con la que había estado.
 - ¿Toda mía? - Pregunté nervioso, haciendo hincapié en la palabra "toda".
 - Toda. - Dijo firmemente, para luego besarme en los labios. - No hago ascos a nada...
Diana puso una sonrisa maliciosa que hizo que se me erizara el vello. Una mujer impresionante, agradable y disponible para todo tipo guarradas... Era una oferta más que tentadora. En ese punto yo ya había dejado casi toda mi duda atrás, pero aún quedaba un resquicio en mi mente que se resistía. Ese resquicio se disipó en un momento, cuando Diana metió la mano por dentro de mi pantalón, agarró mi polla y me susurró de nuevo con su sensual y dulce voz.
 - Vamos, Juan. Anímate. Tengo hambre y noto que mi comida ya está preparada... - Susurró al tiempo que apretaba mi polla con la mano.
Saqué la cartera del bolsillo interior de mi chaqueta americana y tiré la prenda sobre la mesa. Mientras yo contaba los billetes, Diana me iba desabrochando el pantalón, sin dejar de sonreír.
 - Que sepas... - Dijo con dulzura. - Que mi físico me permite elegir a los clientes con los que tengo que trabajar. Me he acercado a ti porque tú también me atraes. Yo también voy a disfrutar mucho de esto...
Cerró la última frase dándome un suave beso en los labios, que yo correspondí. Acabé de contar el dinero y cuando tuve el precio exacto en mis manos se lo di a Diana. Ella lo dejó inmediatamente sobre la mesa.
 - Ya habrá tiempo para eso. - Diana soltó mi pantalón, que cayó hasta mis tobillos. - Ahora siéntate y disfruta.
Me dejé caer sentándome en el borde de la cama. Diana, sin dejar de mirarme a los ojos y sonreír, se hizo rápidamente una coleta con su largo pelo negro, para luego arrodillarse lentamente entre mis piernas. Levanté un poco el culo para que Diana pudiera quitarme los calzoncillos fácilmente. Mi miembro ya estaba como una roca.

Lo primero que sentí fue su húmeda lengua en mis huevos. No pude evitar soltar una mezcla entre suspiro y gemido. Su mano empezó a masturbarme mientras su lengua jugueteaba cada vez con más ganas. Luego vinieron los lametones, las succiones y alguna cosa más antes de pasar al plato fuerte. Casi me corro solo con sentir el aliento caliente de Diana alrededor de mi glande. Pero Diana me hizo sufrir un poco más, ya que primero se recreó dando unos dulces besos en mi polla. Me pareció muy erótico ver su pintalabios marcado ligeramente en mi miembro. Yo estaba deseando que se la metiese en la boca. Entonces Diana me dio un lametazo con el que recorrió con su lengua desde la base de mis huevos a la punta de mi glande y, acto seguido, abrazó mi polla con su boca. Por fin sentí la fricción de sus labios contra el tronco de mi miembro. Su lengua jugueteando en el interior de su cálida boca. Una de sus manos masajeando mis huevos. La otra mano masturbándome al compás que marcaba su boca. Sus ojos azules clavados en los míos en todo momento. Una mirada que reflejaba el vicio. Mi cuerpo me pedía cerrar los ojos y disfrutar plenamente, pero yo no quería apartar la mirada de Diana ni un momento. Era delicioso observar el increíblemente bello rostro de Diana jugando con mi polla. Es una imagen, de tantas que sucedieron aquella noche, que jamás se borrará de mi mente.

En apenas tiempo, Diana había sabido detectar cómo me gustaba el sexo oral y adaptar su mamada en consecuencia. Su juego de manos, boca y lengua era exquisito. Chupando al mismo tiempo que masturbaba y masajeaba. Alternando rápidos movimientos, con otros más lentos pero profundos, llegando a tocar mis huevos con su labio inferior. Lo suyo era un arte. Por desgracia, disfrutar de tan buena habilidad tiene su lado negativo, y es que en apenas unos minutos ya estaba a punto de explotar.
 - Joder, me voy a correr ya...
Al oír esto, Diana aceleró el ritmo de la mamada. Empecé a correrme abundantemente, pero Diana siguió chupando como si nada. Yo seguía corriéndome en su boca y ella seguía mirándome a los ojos. Se notaba en el brillo de sus ojos que disfrutaba inmensamente viéndome explotar de placer por culpa suya. No dejó de chupar hasta que tuvo claro que yo había dejado de eyacular. Succionó las últimas gotas y finiquitó la mamada lamiendo la punta de mi glande. La miré, suspirando. Ella me miró, sonriendo. Se relamió un poco de semen que se había escapado por la comisura de sus labios.
 - Me encanta... - Dijo ella, mientras seguía relamiéndose. - ¿Te ha gustado?
 - Ha sido... Impresionante... - Dije yo.
 - Tengo bastante práctica, jaja. Me vuelve loca hacer una buena mamada.
Yo seguía perplejo. Había notado que me corría mucho, y me dejó alucinado cómo había podido tragárselo todo sin pestañear. Como si nada.
 - Uf, qué cachonda me ha puesto esta mamada...
 - Qué rápido me he corrido... - Me lamenté yo entre dientes, avergonzado.
 - Tranquilo, cariño. Tienes la hora completa. ¿Vamos a por otra corrida? - Dijo guiñándome el ojo.

Diana, muy servicialmente, me quitó zapatos, calcetines, pantalones y calzoncillos. Luego se levantó y yo me levanté con ella. Me quitó la corbata. Desabrochó los botones de mi camisa mientras yo me deleitaba acariciando su cuerpo de nuevo. Repasé sus curvas... Su culo, su cintura, sus pechos... Mi polla, flácida, rozaba su pierna. Me quitó la camisa y quedé completamente desnudo. Ahora era su turno.
 - ¿Quieres desnudarme tú? ¿O lo hago yo?
Yo solo balbuceé.
 - Jajaja... Lo haré yo...
Me tiró sobre la cama con un delicado empujón y se puso encima de mí. Moviéndose sensualmente sobre mi cuerpo, se llevó las manos a la espalda y se desabrochó el sujetador. Vi las tiras de los hombros deslizarse hacia abajo. Finalmente, Diana dejó caer la prenda presentándome su par de pechos perfectos. Para mi gusto, eran las tetas perfectas. Del tamaño que me gusta, grandes, pero no demasiado. Bonitas y bien puestas. Con los pezones rosados y pequeños, y un piercing brillando en el derecho. Me fijé también en un bonito tatuaje que tenía en el costado izquierdo, bajo las costillas. Era algo como unas pequeñas aves volando alrededor de algo escrito que no logré descifrar.
 - Qué bonitas... - Balbuceé, alargando las manos para tocar sus tetas.
 - Y naturales, eh.
Diana se inclinó, acercándome sus pechos para que pudiera tocarlos a mi antojo. Tras el primer plato, Diana dio paso al segundo. Con la misma lentitud con la que se había quitado el sujetador, hizo lo propio con sus braguitas semitransparentes. Luego las sostuvo sobre mi cara y las dejó caer. Estaban húmedas. Las olí, pese a que nunca me había llamado la atención ese fetiche. Observé una vez más el impresionante cuerpo de Diana, esta vez completamente desnudo. Había un segundo tatuaje. Un bonito y simple corazón en su zona pélvica, lo suficientemente bajo para que solo se viera cuando se quita la ropa interior. Tenía el vello púbico recortado en forma de raya vertical, pero con el pelo muy cortito. Lo acaricié con la yema de los dedos.
 - A los clientes les suele gustar que esté totalmente depilada, pero a mí me gusta más darle ese toque creativo.
Diana comenzó a quitarse una de las medias, pero yo la detuve.
 - Espera... Déjatelas puestas...
Ella sonrió y dejó caer su cuerpo sobre el mío.
 - Tú mandas... - Me susurró al oído.
Me excitó sobremanera notar la calidez y suavidad de su cuerpo sobre el mío. Sentir sus pezones clavados en mi pecho. Incluso oler su pelo.

La mano de Diana acarició mi pecho y bajó hasta mi entrepierna, donde agarró mi polla flácida. Yo acababa de correrme, así que tardaría un poco en volver a ponerme duro. Diana pareció leerme la mente.
 - Yo me encargo. - Me susurró.
Recorrió el mismo camino que había hecho con sus dedos, pero ahora con su lengua. Lamió cada vez más abajo hasta llegar a mi miembro. Esta vez no se anduvocon rodeos y se la metió directamente en la boca. Suspiré de placer al volver a notar sus labios alrededor de mi polla. La habilidad oral de Diana consiguió que en menos de un minuto mi polla volviera a estar dura y lista para la acción.
 - Buf... Podría pasarme horas chupando... Pero no queremos quedarnos ahí, ¿no? ¿O prefieres eso?
Yo negué con la cabeza. Diana siguió hablando.
 - Quieres follarme, eh... - Sonrió. - Me alegro, yo también quiero que me folles.
Desde el primer momento, Diana pareció darse cuenta de que me ponía muy cachondo oírle decir guarradas, y lo estaba aprovechando. Alargó la mano y cogió algo de su bolso, que estaba en el suelo.
 - Lo siento, cariño, pero tenemos que usar esto. Al menos es ultrafino...
Se trataba de un preservativo. En un primer momento me desilusionó un poco, pero lo entendí. Diana lo abrió con cuidado y lo sacó de su envoltorio.
 - Mira esto. - Me dijo, para luego meterse el condón en la boca.
Acto seguido, agarró mi polla y fue metiéndosela en la boca lentamente. Noté cómo sus labios iban arrastrando el preservativo hacia abajo. Llegó a metérsela entera en la boca y luego se la sacó, también lentamente. El preservativo estaba puesto a la perfección.
 - Eres una caja de sorpresas. - Le dije.
 - Y las que te faltan por descubrir...

Diana se incorporó en la cama, sin dejar de acariciarme el miembro duro. Yo también me incorporé y la rodeé con mis brazos.
 - Bueno, Juan... - Dijo coquetamente. - ¿Quieres empezar con algo en especial? ¿Qué quieres hacer?
 - ¿Alguna sugerencia?
 - Vas a ver...
Empujó mi pecho para que me tumbara en la cama de nuevo. Se soltó el pelo, que seguía recogido en una coleta. Su largo pelo negro y ondulado cayó libre por sus hombros y por sus pechos.
 - Agárrate fuerte. - Me avisó.
Se sentó a horcajadas encima de mi polla, que entró en su interior resbalando hasta el fondo, y luego Diana comenzó a moverse. Empezó con movimientos lentos, pero poco a poco fue aumentando el ritmo. Alternaba movimientos circulares de cadera, saltitos sobre mí y movimientos en los que solo movía el culo y me follaba sin piedad. Pese a que sus movimientos de culo eran geniales, a mí me encantaba cuando saltaba en mi polla. Todo su pelo se revolvía arriba y abajo. Sus tetas botaban al compás. Era una imagen gloriosa. Yo, haciendo caso a su advertencia, me agarraba de su culo con las dos manos. Tenía un culo firme y entrenado. Diana me cabalgó como nunca nadie lo había hecho hasta entonces.

Como presagié que con esos movimientos no iba a durar mucho en correrme de nuevo, preferí cambiar y llevar yo el control. Me incorporé y esta vez fui yo quien empujó a Diana contra la cama. Se tumbó, con una sonrisa que delataba la excitación de que tomara yo la iniciativa. Me coloqué entre sus piernas y la penetré con fuerza. Vi su expresión de placer al clavársela profundamente. Gimió y se mordió el labio. Cada gesto suyo era tremendamente excitante. Entre sus piernas, disfruté follándomela con ganas. Mis manos recorrían su cuerpo como si tuvieran vida propia, prestando especial atención a sus tetas, con las que me deleitaba mucho. Y cuando no las estaba masajeando con las manos, hundía mi cara entre ellas. Yo siempre he tenido fijación por las tetas, y ahí me había topado con mi prototipo ideal de pechos femeninos.
 - Te gustan, eh...
 - Mucho...
 - Son todas tuyas, cariño.
Yo iba cogiendo cada vez más confianza, y viendo que Diana no hacía ascos a nada, cada vez me soltaba más. Me atreví incluso a apretar mi mano contra su cuello, asfixiándola ligeramente y con cuidado, algo que pareció gustarle y que a mí me dio un impulso moral extra de dominación. Levanté las piernas de Diana y las coloqué estiradas de forma que apoyara sus tobillos en mis hombros, para seguir follándomela así. Noté placenteramente cómo se apretaba más su coñito y comprimía mi miembro, multiplicando la sensación de rozamiento. Una postura que siempre me había gustado mucho, pero que no cualquier mujer es tan flexible como para realizar. Con Diana sentía que podía probar cualquier cosa.
 - Ponte a cuatro patas... - Le ordené.
 - Mmm... A cuatro patas, como buena perra que soy.
De rodillas en la cama, con la impresionante Diana en sus cuatro frente a mí, arqueando la espalda de forma que parecía ofrecerme su culo, me sentía el hombre más afortunado del mundo. Me miró hacia atrás y su mirada decía lo mismo que segundos después dijo con su sexy voz: "Dame caña". Agarré su cintura y se la metí sin miramientos, arrancándole un grito de placer. Cerró los ojos y se agarró al colchón mientras soportaba mis ansiosas embestidas. Gozaba de lo lindo cada vez que mi polla se adentraba en lo más profundo de su interior.
 - Azótame... - Me pidió entre gemidos.
 - ¿Cómo dices?
 - ¡Que me azotes el culo, joder!
Dicho y hecho. La palma de mi mano chocó contra su nalga produciendo un sonido que retumbo por toda la habitación, rivalizando con el que producía mi pelvis chocando contra su culo con cada una de mis duras penetraciones. Y otro azote. Y otro. Primero una nalga y luego la otra. Yo no me cansaba de azotarla y ella parecía disfrutarlo cada vez más. Solo me detuve cuando vi que sus nalgas se habían enrojecido. Sustituí los azotes por los tirones. Agarré su suave y oscuro cabello con firmeza y tiré de él hacia mí.
 - Mmm, sí... Me encanta... ¡Fóllame!
"Joder, esta tía es la caña" pensé. Me alegré inmensamente de haber aceptado su propuesta y poder así disfrutar de semejante diosa insaciable.

A la postura del perrito, o más bien la perrita, le sucedieron varias posturas sexuales de lo más interesantes. Todas las que se me ocurrieron a mí y alguna nueva que me enseñó Diana y que no había visto en mi vida. Gracias a que ya me había corrido una vez, pude controlarme para aguantar más. Eso y que íbamos cambiando el rol de dominante, así que cuando llevaba yo el control me podía permitir rebajar un poco la intensidad. De no ser así, Diana me habría destrozado en minutos. Qué manera de follar... Sin embargo, aún había algo más que me apetecía hacer.
 - ¿Qué te parece... - Dije entre suspiros a Diana. - ...si te lo hago por detrás?
Ella me miró con una expresión que denotaba su gusto por las proposiciones indecentes.
 - ¿Quieres follarme el culo, Juan?
 - Claro que quiero...
 - ¿Vas a tener cuidado?
 - Por supuesto.
 - Pues ya estás tardando...
Emocionado, giré a Diana en la cama poniéndola boca abajo, con la cabeza apoyada en la almohada, y me puse encima suyo. Abrí sus nalgas con las manos y apoyé la punta de mi polla en su ano. A diferencia de mis anteriores penetraciones, esta vez entré despacio y con cuidado. Enseguida noté lo apretado que tenía el culo, pese a tener ya experiencia con el sexo anal. Cuando conseguí meterla toda, noté la presión alrededor de mi miembro. Me fui moviendo poco a poco hasta que su culo se dilatara lo suficiente. Una vez preparada su puerta trasera, aumenté la intensidad y acabé follándomela con la misma dureza de antes. Notaba en la cara de Diana que le afectaban muchos más las embestidas ahora que eran por su culo, pero sus gemidos delataban que disfrutaba placenteramente. Con cada penetración, mis huevos chocaban contra su coño húmedo, y Diana no podía evitar morder la almohada al notarme tan dentro de su culo. Dejaba su pintalabios marcado en la blanca almohada, de igual forma que estaba marcado por todo mi cuerpo.

El culo de Diana fue demasiado para mí y no aguanté mucho más. Se acercaba la corrida y yo pensaba aprovecharla. Aun me quedaban fetiches por satisfacer.
 - Me voy a correr... - Avisé.
Sin embargo, antes de que expresara mis deseos, Diana pareció leerme la mente de nuevo.
 - Como te has portado bien... ¿Dónde quieres correrte?
Se me iluminó la cara de la ilusión. Desde que habíamos empezado a follar, soñaba con ver el precioso rostro de Diana cubierto con mi corrida.
 - ¿Qué tal en la cara? - Le dije, recorriendo al mismo tiempo sus mejillas con la yema de mis dedos.
 - Jajaja. Qué pervertido, Juan. Me gusta...
 - ¿Sí?
 - Me pone mucho que se corran en mi cara... Pero cuidado con los ojos, eh.
Sin decir nada más, giré a Diana para ponerla boca arriba en la cama y me coloqué de rodillas encima de ella, dejando mi miembro a la altura de su cara. Una vez preparados, me masturbé buscando el clímax. Noté algo húmedo rozar la parte baja de mis huevos. Era la lengua de Diana, quien al verse en esa situación había aprovechado para lamérmelos. Bajé mi altura un poco de forma que mis huevos se posaron en su boca. Fue rozar con ellos sus labios e instintivamente Diana abrió la boca para recibirlos. Y así fue cómo llegué a mi segundo orgasmo con Diana. Me masturbé mientras ella me comía los huevos, hasta que noté que me corría. Separé mi miembro de su cara y apunté hacia ella. Chorros de caliente semen salieron expulsados cayendo sobre su rostro. Ella sonreía. Mi corrida resbalaba por sus mejillas, por su frente, por sus labios... Tal como prometí, no cayó nada en sus ojos. Maquillada con mi corrida, Diana estaba incluso más guapa. Cuando acabé de correrme me quedé quieto unos segundos, respirando hondo, contemplándola. Disfruté de esa imagen gloriosa. Diana sacó la lengua y lamió la punta de mi polla, de la que aun colgaba una gotita de semen.
 - No puedes tener la lengua quieta, eh. Jajajaja. - Bromeé.
Ella me guiñó un ojo. Empujé mi polla hacia abajo y metí mi glande en su boca. Diana reaccionó succionando con todas sus fuerzas. Si quedaba algún resto de esperma, ahora estaba en su boca. En cuanto a placer, mi primer orgasmo fue más placentero ya que me corrí mientras ella seguía chupando. Una delicia. El segundo fue menos placentero, pero más morboso. No todos los días se corre uno en la cara de una preciosidad como Diana. En cuanto a sus orgasmos, pareció tener un par, pero me quedo con la duda de si realmente los tuvo o los fingió para tenerme contento y animado. Sin embargo, aunque no hubiera llegado, lo que es indudable es que ella también disfrutó de lo lindo. Eso lo noté indudablemente. Siempre se quedarán en mi mente sus gemidos de placer y las expresiones de gozo en su preciosa cara.
 - ¿Qué tal me queda? - Me preguntó.
 - Buf... Guapísima...
 - Ay, quiero verme.
Me aparté para que Diana pudiera levantarse. Me cogió de la mano y me llevó al baño con ella. Se miró al espejo. Los ojos le brillaban al ver su propia imagen, con el rostro cubierto de corrida.
 - Nada mal para una segunda corrida, eh.
Diana se relamió sin dejar de mirarse al espejo.

Cuando Diana se cansó de mirarse, decidió que era momento de limpiarse, así que se metió en la ducha. Se oyeron los chorros de agua impactando contra su esbelto cuerpo. Yo decidí esperar tumbado en la cama, pero cuando estaba saliendo del baño la puerta de la ducha se abrió. Allí estaba Diana, con su precioso cuerpo desnudo y mojado.
 - Oye, Juan...
Me detuve. La miré y repasé su cuerpo de arriba a abajo. No me cansaba de él.
 - Ya ha pasado la hora que tenías conmigo, pero...  - Siguió Diana. - Si te sientes con fuerzas puedes acompañarme...
Su sonrisa, mezcla entre inocente y maliciosa, volvió a embaucarme.
 - Por mí encantado, Diana. Pero... No sé si podrás volver a ponérmela dura... - Bromeé.
 - ¿Que no? ¡Ven aquí!
Y tirándome del brazo me metió con ella en la ducha.

1 comentario:

  1. Excitante y caliente, como nuestras propias escorts de Madrid.
    Me encantó.
    Saludos

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