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lunes, 18 de febrero de 2019

Microrrelato: Gracias



Quitaron las sábanas de la cama. Si ya hacía suficiente calor en esa época del año, aún más al juntarse dos personas en la misma cama. Juan se tumbó llevando únicamente su pantalón corto de deporte con el que solía dormir, y sin camiseta. Ana, por su parte, estaba en braguitas y llevaba una camiseta corta holgada. Se dieron las buenas noches. Ana le agradeció una vez más a Juan haberle dejado quedarse en su casa a dormir ante el imprevisto que le había surgido. De nuevo, él volvió a repetirle que no le suponía ningún problema. Dicho esto, se hizo el silencio y ambos se dispusieron a dormir. Unos minutos después, Ana, que aún no se había dormido, se percató de algo. Había un bulto en el pantalón de Juan. Evidentemente, era una erección. La verdad es que Ana tenía muy buen cuerpo, y estaba muy sexy en braguitas. A Juan le gustaba Ana desde hacía tiempo, y Ana también le gustaba Juan. Le habría encantado abalanzarse sobre él y transformar aquella cama en escenario de lujuria y vicio. Pero Ana tenía novio. Deseaba fundirse con el cuerpo de Juan, pero no podía. Ojalá agradecerle con sexo el detalle de permitirle dormir en su casa. Consiguió reprimir sus instintos, pero aún así quería agradecer adecuadamente a Juan haberle dejado su cama y, además, no haber hecho el mínimo acercamiento sexual con ella a sabiendas de que tenía pareja. Un caballero y buen anfitrión. Se lo había ganado, así que Ana deslizó su mano por la cama hasta acariciar el pecho de Juan. Él se giró, mirándola extrañado. La mano de Ana fue bajando suavemente por su torso hasta colarse por dentro de su pantalón de deporte. Agarró la dura polla de Juan y empezó a masturbarle. Los dos estaban inmóviles en la cama, mirándose a los ojos. La paja iba aumentando de ritmo y la respiración de Juan cada vez era más agitada. Ana cada vez le masturbaba más rápido. Más y más. No paró hasta notar el semen espeso y caliente resbalando por su mano. Juan gimió y se retorció mientras se corría. Ana no paró de masturbarle hasta haberle sacado la última gota. Le excito muchísimo haber hecho a Juan correrse, aunque fuera una simple paja. Cuando acabó el orgasmo de Juan, la mano de Ana estaba totalmente pringada. Se acercó a Juan en la cama y le susurró al oído: Gracias.


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