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domingo, 22 de diciembre de 2019

Nochebuena en familia (Especial Navidad 2019)



Era la noche del 24 de diciembre y tuve cena de Nochebuena en casa de la familia de mi novia, Lorena. Sus padres nos recibieron con la simpatía de siempre. Les saludé con afecto y entramos en la casa. En el salón nos encontramos con Irene, la hermana pequeña de Lorena, que también nos saludó con una sonrisa. Iba mucho más arreglada que las otras veces que había coincidido con ella. Aunque siempre me había parecido una chica muy guapa, esa noche la encontré especialmente atractiva con su elegante vestido y su bonito peinado. 

La cena fue muy agradable y, acabado el postre, estuvimos un buen rato conversando animadamente en familia mientras tomábamos unas copas. Se nos hizo tan tarde que los padres de Lorena nos ofrecieron quedarnos a dormir. Además, habíamos bebido demasiado para conducir. Nos pareció buena idea, así que aceptamos. Mi novia Lorena dormiría con su hermana en la habitación que ambas compartían de pequeñas, y que ahora era exclusivamente de Irene. A mí me tocó el sofá, pero no me importó demasiado porque era grande y cómodo. En cuestión de minutos se hizo el completo silencio en la casa.

Pasaron unos minutos hasta que cogí finalmente sueño y empecé a dormirme. Sin embargo, antes de que pudiera caer del todo, unos ruidos me volvieron a desvelar. Eran pasos, y venían del pasillo. La sombra de una persona apareció en el salón. Se quedó quieta unos segundos y luego caminó hacia mí. Pensé que sería Lorena que venía a decirme algo, hasta que su voz me sacó de dudas.
 - Juan... ¿Estás despierto? - Me sorprendió descubrir que en realidad era su hermana Irene.
 - Sí... - Susurré.
Encendí la luz de la mesita y me encontré a Irene con un abrigo de Mamá Noel que le cubría todo el cuerpo. Me quedé unos segundos sorprendido por aquello, que no me lo esperaba.
 - ¿Ese es tu pijama? - Pregunté en broma.
 - ¿No te gusta?
 - Sí, sí...
Irene dio un par de pasos hacia atrás y dio una vuelta sobre sí misma presumiendo de abrigo navideño. Me quedé mirando. Entonces ella, con una sonrisa en la cara, abrió el abrigo enseñándome que debajo de él solo llevaba la ropa interior. Antes de que pudiera decir nada, Irene dejó caer el abrigo y se quedó semidesnuda ante mí. Llevaba una lencería roja muy sexy, con sujetador, braguitas y medias a juego. Me quedé perplejo. Ella se contoneaba sensualmente y me sonreía. Siempre me había parecido sexy, pero viéndola así me quedó claro que tenía un cuerpazo.

Me senté en el sofá e intenté razonar.
 - Espera, Irene, ¿qué haces?
 - ¿No te gusta? - Dijo ella acercándose lentamente al sofá.
 - Sí, pero... Digo, no... Pero Irene, que eres la hermana... - Tartamudeé yo.
Ella me silenció poniendo su dedo en mis labios. Luego se sentó encima de mí en el sofá y me besó. La verdad es que no puedo decir que me resistiera realmente. Primero me dejé llevar, pero segundos después yo también la besaba a ella. Nuestras lenguas entrelazadas. Mis nervios iban en aumento, y aun más cuando Irene pasó a besarme el cuello mientras se movía restregando su cuerpo contra el mío. Mi miembro empezó a endurecerse. Ella lo notó y me lo acarició por encima del pantalón.
 - ¿Ves cómo te apetece? - Dijo mientras me desabrochaba el pantalón. - Considéralo tu regalo de Navidad...
Irene deslizó su cuerpo hacia abajo hasta quedar de rodillas en el suelo, entre mis piernas. Con mi pantalón ya abierto, me bajó el calzoncillo y mi polla semierecta apareció frente a ella. Le dio un suave lametón que hizo que se me pusiera la piel de gallina. Pero no se entretuvo con tonterías, enseguida se la metió en la boca y empezó a chuparla con ganas. Yo solo veía una mata de pelo moverse en mi entrepierna, pero notaba sus dulces labios friccionando con mi miembro y su mano acariciándome los huevos al mismo tiempo. Tenía una forma de mover la lengua en la boca mientras me la chupaba que me recordaba a cómo lo hacía su hermana.

Era una sensación genial notar cómo mi polla iba creciendo en la boca de mi cuñada mientras ella seguía chupando con ansia. Sin embargo, no pude casi disfrutar de sus habilidades orales ya que, en cuanto la tuve totalmente dura, se la sacó de la boca y se subió encima de mí de nuevo. Mientras me besaba el cuello, apartó sus braguitas rojas a un lado y se sentó en mi polla. Noté mi pene deslizarse por dentro de su húmedo y caliente coñito hasta hacer tope. Los dos suspiramos. Luego comenzó a mover la cintura. Mis manos fueron automáticamente a parar a su culo. Lo agarré sin miramientos. Era más duro y se notaba más ejercitado que el de Lorena. La reacción de Irene cuando le propiné un azote en la nalga me demostró que le gustaban tanto como a su hermana, pero sonó más de lo que me habría gustado, así a partir de entonces tuve que controlarme. Pero su culo no era lo único que mis manos ansiaban. Acaricié su cuerpo, de cintura hacia arriba, hasta toparme con sus pechos. Los toqué por encima de la lencería erótica. Irene se llevó las manos a la espalda y un segundo después el sujetador rojo caía al suelo. Me tomé unos segundos para observar las tetas de Irene. Eran más pequeñas que las de mi novia, pero sin duda las tenía muy bien puestas. Me lancé a masajearlas. Unos pechitos naturales muy bonitos.

Mi joven cuñada, a quien hasta esa noche no había mirado con deseo sexual alguno más allá de parecerme atractiva, ahora me cabalgaba en el sofá de casa de los padres de mi novia, con sus bonitas tetas botando a escasos centímetros de mi cara. Era una situación inverosímil. Atraje el cuerpo de mi cuñada hasta apretarlo contra el mío, notando sus duros pezones en mi pecho, mientras ella seguía moviéndose, provocando que mi miembro entrara y saliera de su interior a un ritmo frenético. Me mordió el cuello. Su cuerpo estaba tremendamente caliente. Estábamos los dos al rojo vivo. Enzarzados en plena acción estábamos cuando nos sobresaltó el ruido de una puerta abriéndose en el piso de arriba. Nos quedamos los dos inmóviles, aguantando la respiración incluso. Irene encima de mí, con mi polla metida en su interior, y abrazada a mi cuerpo. Tras el ruido de la puerta, nos llegaron sonidos de unos pasos avanzando por el pasillo. Noté que la respiración de Irene se aceleraba tanto como la mía. Podía ser Lorena y pillarme acostándome con su hermana. O peor, tal vez fuera uno de sus padres y me descubrieran follándome a su hija y, además, siéndole infiel a la otra. Tal era la conmoción que no nos atrevíamos ni a movernos para escondernos. Afortunadamente, los pasos se detuvieron y se oyó la puerta del baño abriéndose. En cuanto la oímos cerrarse, nos levantamos rápidamente, pero con cuidado de no hacer ruido, cogimos toda la ropa que había por el suelo y nos escondimos detrás del árbol de Navidad. Nos quedamos ahí en silencio esperando a que quien fuese que hubiera ido al baño volviera a su habitación. Yo estaba detrás de Irene, y la muy cabrona no dejaba de agarrarme la polla mientras estábamos escondidos. Me masturbaba muy lentamente. Pese a la oscuridad, llegaba a distinguir que tenía la otra mano entre sus piernas, tocándose. Estaba deseando seguir follando.

Se volvió a oír la puerta, pasos y otra puerta. Respiramos hondo sabiendo que ya todo el mundo estaba en su habitación. La adrenalina del momento me impulsó a tomar el control. Agarré a Irene con fuerza, la llevé de nuevo hasta el sofá y, de un empujón, la tiré boca abajo en él. Mi cuñada había querido probarme y yo le iba a demostrar cómo le arrancaba los orgasmos a su hermana. Entre jadeos, Irene levantó el culo, ofreciéndomelo, pero dejó la cabeza apoyada en el sofá, adoptando una especia de postura del perrito con la cabeza gacha. Observé su sensual cuerpo postrado ante mí, decorado con un atrevido tatuaje en la zona baja de la espalda, justo encima del culo, el cual nunca antes había visto. Mi cuñada giró la cabeza y me miró con impaciencia. Vi en sus ojos las ganas de ser penetrada. Le bajé las braguitas hasta las rodillas, descubriendo ante mí un coñito perfectamente rasurado, con unos suculentos labios. Pero antes de darle un buen meneo, yo también quería probarla. Hundí mi cara entre sus piernas y mi lengua en su coño. Oí a Irene gemir. Me regodeé recorriendo con la lengua todos los rincones del interior de su coñito, que estaba delicioso.

En mi entrepierna, mi miembro se había endurecido aun más. Pedía a gritos invadir el cuerpo de Irene. Ella también lo estaba deseando. Saqué la cabeza de donde estaba y me arrodillé detrás de mi cuñada. La cogí de la cintura y la penetré sin previo aviso. Mi polla entró fácilmente, resbalando a través de su coño bien húmedo, hasta hacer tope en su interior. A Irene se le escapó un ligero grito de placer, que tuvo que contener poniendo la mano en la boca. Mantuve todo mi miembro dentro de Irene durante unos segundos en los que ella respiraba agitadamente. Luego empecé a moverme hacia delante y hacia atrás provocando que mi polla entrar y saliera de su cuerpo lentamente. Fui aumentando la velocidad de mis movimientos, intensificando mis idas y venidas. Tuve que contenerme en cierto punto para evitar que el sonido del choque de nuestros cuerpos fuera demasiado fuerte. Más concretamente, el choque de mi pelvis contra su culo. Aun así, a juzgar por los jadeos de Irene, la velocidad y fuerza eran suficientes para hacerla gozar intensamente. Tanto fue así que no tardó casi nada en correrse. Noté en sus gemidos que estaba próxima al orgasmo, así que sustituí mis repetitivos movimientos por penetraciones duras y profundas, clavándosela hasta el fondo a golpes. Y mientras le hacía eso, Irene se agarró con fuerza al sofá, mordió el reposabrazos y se corrió intensamente en una explosión de placer.

Lejos de dejarla descansar, yo continué follándomela al mismo ritmo, ya que mi clímax también estaba muy cerca. Tuve que sujetar el ahora débil cuerpo de mi cuñada de su cintura para mantener su culo en alza. Ella no se quejó. Al contrario, pareció gustarle que no le diera un respiro, ya que ahora se acariciaba el coñito con los dedos mientras yo seguía penetrándola. Su coño estaba mucho más húmedo que antes, tanto que sus fluidos resbalaban por su pierna. Mi miembro chapoteaba en su interior. En cuanto Irene recuperó las fuerzas, se dio la vuelta en el sofá y volvió a tener mi miembro frente a ella.
 - Ahora toca mi regalo... - Dijo sonriendo.
Y acto seguido, se metió mi polla en la boca y la chupó como si no hubiera un mañana. Me dejé caer en el sofá. Irene se hundió entre mis piernas. Chupó y chupó con todas sus fuerzas hasta que consiguió llevarme al clímax. Clavé mis ojos marrones en sus ojos verdes brillantes mientras me corría abundantemente en la boca de la hermana de mi novia. Irene dejó mi glande metido en su boca y me masturbó hasta extraer la última gota de semen. Cuando acabé de correrme se hizo el silencio, y se oyó perfectamente el sonido de Irene al tragarse toda mi corrida. Me quedé sorprendido por este desenlace. Ella debió notármelo, porque me dijo:
 - ¿Qué pasa? ¿Mi hermana no se traga tu lechita?
Se relamió entre risas. Yo ni contesté.
 - Feliz navidad... - Se despidió sonriendo.
Recogió su ropa interior, se puso el abrigo de Mamá Noel por encima de su cuerpo desnudo y abandonó el salón escaleras arriba.




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